NOTA: Debido a la
temática del blog, debo advertir a los lectores que este relato no es
estrictamente de cuernos. Sí tiene abuso, coerción, chantaje y sometimiento.
LA ALUMNA — 1ª
PARTE
AUTOR: José Luis
Carranco
Paula, a sus 37
años era profesora de Literatura en la Universidad y en esos momentos estaba
sentada detrás de su escritorio repasando los últimos exámenes de su clase.
Tenía una hija de 18 años que también estudiaba en la misma Universidad, que en
esos momentos emprendía viaje junto a su marido durante todo el fin de semana.
Su marido era
empresario que a menudo iba en viaje de negocios y que gustaba de que su hija
lo acompañara para que algún día tomara las riendas de su empresa. A veces
incluso llegaba a ausentarse durante un mes y otras veces no le importaba que
su hija perdiera días en la Universidad por esos viajes. Al fin y al cabo era
muy aplicada y nunca fallaba en sus estudios.
Paula estaba
ensimismada sobre los folios de los exámenes, cuando se sobresaltó al escuchar
abrirse de repente la puerta del aula. Por la puerta entró Alicia Soto, una de
las estudiantes más brillantes de su clase e hija de una importante familia de
la ciudad. Paula recorrió distraída el cuerpo perfectamente formado de la joven
de 19 años que se acercaba hacia su escritorio. Era bella, pero a la vez
solitaria, no tenía novio, ni siquiera amigo íntimo conocido.
—Pasa, Alicia, aún
no he terminado de corregir los exámenes.
—No he venido por ese
asunto, doña Paula, quería enseñarle una cosa —dijo en tono arrogante.
Alicia se acercó a
la mesa y metió su mano en el bolso sacando una vieja revista. El corazón de
Paula se detuvo. De una mirada reconoció la revista, era una vieja revista de
sadomaso de hacía años. Ella siempre había temido un momento como aquél, aquel
viejo secreto...
Alicia puso la
revista sobre la mesa abierta por las páginas donde se veía en un reportaje a
su profesora de Literatura completamente desnuda y atada, mostrando sus hermosos
encantos a los 20 años.
—Estaba limpiando
el ático de mi casa y en un baúl de mi papá encontré esto.
—Eso fue hace mucho
tiempo, Alicia, era joven e hice muchas locuras, pero es algo que ya tenía
olvidado.
Alicia se guardó de
nuevo la revista y le dijo que tenían que hablar, se acercó a la puerta y la
cerró, luego echó el pestillo y se volvió hacia su profesora, que se había
puesto de pie ante su escritorio, nerviosa. Antes de que la joven volviera
hasta ella, se fue a sentar de nuevo en su sillón...
—No, siga ahí
delante de pie, doña Paula —dijo en cierto tono irónico.
—Sólo voy a
sentarme en mi silla...
—¡Le he dicho que
siga ahí de pie! —esta vez no era irónico, sino autoritario.
Alicia fue la que
se sentó en el lugar de su profesora. Paula se sentía incómoda.
—¿Te gusta enseñar
aquí, Paula?
—Sí, Alicia, me
gusta mucho mi trabajo.
—¿Tu marido sabe lo
de estas fotos?
—No.
—¿Te gustaría que
tu hija viera estas fotos? —dijo Alicia mientras ojeaba la revista.
—Claro que no —contestó
agitada, comprendiendo que su situación era muy comprometida y era vulnerable a
lo que quisiera la joven.
—Bien, Paula, hay
tres razones por lo que debes considerar lo que te voy a proponer. Desde este
momento y hasta que yo quiera, tú harás absolutamente todo lo que yo te diga.
Si te niegas o no obedeces, te puedes encontrar sin trabajo, toda la
Universidad verá estas fotos y tu marido y tu hija se pueden enterar de todo.
—¿Qué es lo que
quieres? —preguntó Paula con voz temblorosa.
—A ti —contestó
tranquilamente—. Quiero poseerte. Quiero que me obedezcas en todo,
inmediatamente y sin una pregunta. Si en algún momento te niegas, haré
fotocopias de estas fotos y todo el mundo en la Universidad se enterará de qué
es lo que te gusta. Además de enviárselas a tu marido, tu hija lo podrá ver en
el tablón de anuncios. Sin embargo, si aceptas el trato, guardaremos nuestro
secreto.
Las rodillas de
Paula temblaban. ¿Qué debía hacer?
—Verás, Paula, a mí
me gusta lo que veo en estas revistas, quiero tener una esclava y tú me gustas,
así que tú eliges, o eres mi esclava o lo puedes perder todo.
—No entiendo, yo
soy tu profesora, soy mayor que tú, no puedes tratarme de esa forma.
—Esto es muy
simple, sí, soy tu alumna y mucho más joven, pero eso no tiene importancia, me
gustas y quiero que seas mía, así que tú verás qué haces. O aceptas esta
proposición o te espera el escándalo y la vergüenza.
—¿Y cuánto va a
durar este chantaje?
—Durará hasta que
yo quiera y basta de charlas. Ponte firme, tus manos a la espalda y bien recta,
no te muevas y no digas nada.
Sin saber qué
hacer, Paula, hizo lo que la estudiante le dijo. Alicia se levantó y dio una
vuelta alrededor de su profesora lentamente. Se paró frente a ella y la miró
fijamente a los ojos.
—¿Qué piensas
hacer, Paula?, quiero una respuesta ya.
—Está bien, acepto,
Alicia.
—Señorita Soto para
ti.
—Sí, señorita Soto,
acepto.
Alicia volvió a
sentarse en el sillón del escritorio de su proferora...
—Desabróchate la
blusa.
—No, por favor,
Alicia, no me hagas esto —dijo suplicante.
Alicia se puso en
pie de repente y le dio una bofetada a su profesora.
—¡¡¡He dicho que me
llames señorita Soto, zorra, y ahora mismo desabróchate la blusa!!!
Paula se quedó
helada, sin poder reaccionar.
—Está bien, tú lo
has querido, ahora mismo voy a hacer las copias de esta revista —dijo Alicia
dirigiéndose hacia la puerta.
—¡¡¡No, espera, por
favor!!!
Alicia se detuvo y
se puso frente a su profesora mirándola de nuevo a los ojos.
—Por favor, Alicia,
no me hagas esto, te daré el dinero que me pidas, por favor...
—Aún no te has
enterado, esto no es por dinero, zorra, así que adiós —y se volvió de nuevo
hacia la puerta.
—¡¡¡Por favor,
Alicia... perdón, señorita Soto!!! Haré lo que quieras...
Paula comenzó a
desabotonar su blusa mientras Alicia volvía al escritorio sonriente.
—Quítatela.
Paula se quitó la
blusa y la puso encima de la mesa. Estaba frente a su estudiante sin saber
hasta dónde podía llegar.
—Ahora quítate el
sujetador, Paula.
La profesora abrió
su sujetador y cuando iba a ponerlo encima del escritorio...
—Tíralo a la
papelera, no lo vas a necesitar más.
Desnuda de cintura
para arriba la profesora estaba roja y avergonzada frente a su estudiante.
—Ahora pon tu falda
sobre la mesa.
Sin pensarlo esta
vez, Paula dejó caer su falda, se agachó y la puso sobre la mesa junto a la
blusa.
—Bien, veo que
habrá que mejorar tu elección de ropa interior. Ahora quítate esas medias y las
bragas.
Temblorosa y
humillada se quitó las medias y las bragas.
—A la papelera, ya.
Desnuda frente a
una joven estudiante se preguntaba qué pasaría ahora, cómo había llegado hasta
aquello tan rápidamente y casi sin pensar.
—Las manos a la
nuca, zorra.
Alicia se levantó y
se puso de nuevo frente a su profesora, extendió la mano y le acarició los
pechos, sus dedos se detuvieron en los pezones.
—Tienes un bonito
cuerpo para tu edad. ¿Te gusta esto?
Y siguió
acariciando los pezones. Paula permanecía callada. Se sentía algo excitada con
el tratamiento al que estaba siendo sometida, pero no podía admitirlo.
Alicia le dio un
fuerte pellizco en el pezón...
—¡Contéstame ya!
—No, no me gusta —Paula
mintió, se sentía inexplicablemente excitada.
Alicia soltó el
pezón y siguió acariciando los pechos de Paula.
—Creo que me estás
mintiendo y te castigaré por eso. Sé que tu marido y tu hija están fuera de la
ciudad, tu hija me dijo esta mañana que se iba de nuevo de viaje con su padre,
así que te tengo para mí todo este fin de semana.
Un escalofrío
recorrió el cuerpo de Paula.
—Pasaré este fin de
semana en tu casa y te prometo que el lunes estarás completamente entregada a
mí sin discusión. Ahora ponte la falda y la blusa, pero deja sin abotonar los
dos botones de arriba.
Paula lo hizo, pero
se sentía más desnuda que vestida, sus pezones erectos se adivinaban bajo la
blusa. Nunca había estado sin bragas y mucho menos con su coño tan mojado como
lo tenía en esos momentos.
—Vamos a tu casa,
deja el sujetador, las bragas y las medias en la papelera, ya los cogerá el conserje
cuando limpie las papeleras.
Las dos se
dirigieron hacia la puerta.
—Ahora sígueme dos
pasos por detrás mío y actúa de lo más normal.
—Sí, señorita Soto.
Cómo podía actuar
de lo más normal. Sus pezones erectos se frotaban contra la blusa con cada paso
y su coño más húmedo a cada minuto que pasaba. Encima, el impresionante trasero
de Alicia frente a ella, con el vaquero muy metido en su culo, aquel culo la
excitaba. Aquella situación la excitaba.
Alicia llevó a
Paula por los pasillos de la Universidad hasta salir y acercarse al
aparcamiento a recoger el coche de la profesora.
—Dame las llaves —exigió
Alicia.
Alicia se sentó
tras el volante y Paula en el asiento del acompañante.
—Levántate la
falda.
Paula se la levantó
hasta medio muslo.
—Más arriba, quiero
que tu culo se siente sobre el asiento directamente.
Su culo tocaba la
suave tapicería del coche y estaba segura de que su coño la estaba manchando.
Alicia puso el coche en marcha, estaban a escasos veinte minutos de la casa de
Paula.
—Tenemos que hacer
una parada de camino a tu casa para comprar unas cosas.
Paula se
estremeció, pensando que la llevaría a una tienda con su coño desnudo y sus
pechos casi a la vista.
—¿Dime, Paula, que
clase de juguetes sexuales tienes en tu casa?
Paula no podía
creer lo que le estaba preguntando su alumna.
—Tengo un vibrador,
señorita Soto.
—¿Nada más?
—Sí, sólo eso,
señorita Soto.
Alicia llevó el
coche hasta unos grandes almacenes y aparcó.
—Ya hemos llegado,
vamos de compras. Recuerda, sígueme dos pasos por detrás mío.
Paula se bajó la
falda y salió del coche. El fresco aire le endureció aún más los pezones.
—¿Llevas dinero?
—Sí, Alicia.
—¡¡¿Cómo me has
llamado?!!
—Ali... lo siento,
señorita Soto.
—Bien, desabróchate
otro botón.
—Por favor,
señorita Soto...
—¿Quieres que sean
dos en vez de uno?
—No, señorita Soto —y
Paula se abrió otro botón. Si se moviera un poco sus pechos se saldrían de la
blusa, sabía que tendría que moverse con cuidado.
—Coge un carro,
zorra.
Paula cogió uno de
los carros del supermercado y la siguió dos pasos por detrás, como le había
ordenado. Llegaron a la sección de animales.
—Ya que vas a ser
mi perrita necesitas un collar. Pruébate éste...
—¡¡¡¿Aquí?!!!
—No me gusta
repetirme, ¡pruébatelo!
Echó una rápida
mirada alrededor y se colocó el collar en el cuello.
—Va bien, señorita
Soto.
—Espera que te lo
abroche...
Alicia le abrochó
el collar y se lo dejó puesto.
—Bien, ahora una
correa. Coge esa roja.
Antes de coger la
correa, Paula fue a quitarse el collar del cuello antes de que nadie la viera.
Alicia le dio una bofetada...
—¡Déjatelo puesto!
Paula, avergonzada,
se volvió y se alzó para coger la correa del gancho de la estantería. Al
estirar el brazo se le salió un pecho, pero se cerró la blusa y se lo guardó,
manteniendo la mano aguantando la blusa. Alicia la cogió del hombro y le dio
otra bofetada...
—¡No te toques la
blusa!
Paula le dio la
correa, dejando que el pecho, que de nuevo salió fuera, volviera dentro con un
movimiento. Alicia metió la correa en el carro y siguió paseando, dirigiéndose
a otra sección. Paula se esforzaba por bajar la cabeza para que no se le viera
el collar, cosa imposible, y siguió a Alicia a dos pasos empujando el carro. En
otra sección, compró cuerda y algunos artilugios metálicos. Se dirigió a la
sección de comestibles. Alicia puso en el carro tres pepinos, una bolsa de
zanahorias, un bote de guindillas en polvo y una caja de chupa-chups.
Paula cada vez
estaba más nerviosa viendo lo que iba entrando en el carro de la compra y algo
preocupada por el volumen que estaba tomando. Alicia hizo otra parada y echó en
el carro algunas velas y dos cajas de pinzas para la ropa.
—Te espero en el
coche, ve tú a la caja y paga.
Paula llegó hasta
una de las cajas y comenzó a dejar el contenido del carro uno a uno. Ella estaba
muy avergonzada pensando que la cajera podía adivinar para qué era todo aquello
que estaba comprando.
—¿El collar que
lleva puesto también se lo cobro? —le preguntó la cajera.
Paula asintió
completamente roja y humillada. Al agacharse para meter las cosas de nuevo en
el carro, sus pechos bamboleantes salieron de la blusa y la cajera no paraba de
mirarla y sonreír descaradamente. Paula llegó al coche. Alicia estaba ya tras
el volante y con el maletero abierto. Dejó todo en el maletero, lo cerró y
entró en el coche.
—¡La falda!
Paula rápidamente
se alzó la falda hasta la cintura y se sentó directamente sobre su culo. Su
coño, más húmedo que nunca, mojó descaradamente la tapicería, dejando una
mancha un tanto difícil de justificar.
—¿Quieres que
paremos en algún sitio para cenar? —preguntó maliciosamente Alicia.
—No tengo hambre.
—¡¡¡Señorita
Soto!!! —y le dio otra bofetada.
—Perdón, lo siento
mucho, señorita Soto.
—Desabróchate el
botón que queda puesto en la blusa. Debes de saber que cada vez que no
entiendas una orden mía o me faltes el respeto de esta forma, perderás algo, y
ya te queda poco que perder.
La cara de Paula
estaba completamente roja, su coño estaba completamente expuesto y ahora sus
pechos también. Sabía que estaba perdida si volvía a fallar. Alicia dirigió el
coche hacia un local de comida rápida que servía el pedido en el coche. Paula
sentía pánico al ver que se ponía tras otro coche ya muy cerca de la ventanilla
donde se hacían los pedidos.
—No se te ocurra
tocar la blusa o la falda. ¿Qué quieres para comer?, nos espera una larga
noche.
—Nada, señorita
Soto.
Paula se encogió en
su asiento cuando Alicia paró el coche junto a la ventanilla y pidió un
bocadillo de pollo, patatas y helado de chocolate. Esperaron un minuto ante la
ventanilla y cuando el joven les llevó su pedido Alicia alargó la mano a Paula
para que le diera dinero para pagar. Paula pensó que estaba casi anocheciendo y
que quizás el empleado no podría verla en la penumbra del interior del coche,
pero casi se muere del susto cuando el empleado la saludó por su nombre y ella
sólo pudo susurrar un "hola" hundiéndose aún más en su asiento,
buscando protección. Alicia se paró en una zona más o menos oscura del
aparcamiento del establecimiento y empezó a comer su bocadillo.
—La blusa
completamente abierta, Paula.
Con cierta duda,
Paula abrió completamente su blusa, exponiendo claramente sus pechos.
—Mientras yo ceno
quiero que te entretengas cubriéndote los pechos con el helado de chocolate,
pero ten cuidado de no manchar tu blusa, que es muy bonita.
Completamente
humillada y temblorosa, Paula comenzó a extender el helado por sus pechos, se
estremeció. Ella esperaba agradar a su joven estudiante, ya que había podido
comprobar que el más mínimo fallo podría tener consecuencias cada vez más
alarmantes. La sensación del postre frío hizo que sus pezones se pusieran aún
más erectos hasta casi ser doloroso.
—Ponte un poco de
helado también en tu coño.
Los dedos de Paula
se hundieron en el helado y lo untó por su coño.
—También quiero que
tengas chocolate por dentro de tu coño.
La respiración de
Paula se intensificó al sentir el frío helado estimulando por dentro su
caliente vagina. Ella continuó metiéndose los dedos y restregando su coño
mientras Alicia comía tranquilamente jugando con su profesora. Paula estaba
cada vez más caliente y sentía el calor del éxtasis. Cuando estaba a punto de
orgasmar, Alicia le ordenó que parara y que lamiera sus dedos, pero que no
tocara nada más. Paula estaba completamente expuesta con su cuerpo desnudo,
mostrándose claramente en un aparcamiento algo concurrido, chupando sus dedos
manchados en chocolate tal y como su alumna le había pedido.
El sabor del
chocolate mezclado con el de su propio coño la hizó sentir mal. Paula se sentía
agradecida a Alicia por no dejarla correrse de esa manera delante de ella,
completamente humillada, pero su cuerpo estaba siendo recorrido por un fuego
que quería ser satisfecho. Alicia condujo el coche hasta la casa de Paula. Era
una casa rodeada de un seto en casi el extremo de la urbanización, aunque había
algo de tráfico por la zona. Alicia aparcó delante de la entrada del garaje de
la casa...
—Baja del coche,
coge toda la compra y ve hacia el baño, allí te esperaré yo. Dame las llaves de
tu casa.
Alicia salió del
coche y entró en la casa de su profesora, dejando a Paula allí fuera recogiendo
las cosas, con la blusa completamente abierta, su falda en la cintura y con sus
tetas y su coño completamente embadurnados de chocolate pegajoso. Alicia le
había advertido de que fuera cuidadosa de que su escasa ropa no se manchara y
con esa orden pretendía lógicamente que Paula no se cubriera nada mientras
estaba fuera en la calle, expuesta a que pasara alguien y pudiera verla.
Paula echaba
miradas a su alrededor suplicando que no pasara ningún coche ni nadie andando,
dándose toda la prisa de la que era capaz. Cuando acabó de coger todo, cerró el
automóvil y se dirigió corriendo a la puerta de su casa, cuando intentó
abrirla... ¡Estaba cerrada con llave! Paula, nerviosa y temblorosa, comenzó a
tocar el timbre y a golpear la puerta con sus nudillos. Una brisa fresca se
levantó y pudo sentirla acariciar todo su expuesto cuerpo y se puso a golpear
la puerta más frenéticamente y casi a gritar...
—¡¡¡Por favor, señorita
Soto, déjeme entrar!!!
Alicia, en el
interior, contemplaba por una ventana el nerviosismo creciente de su profesora
y sonriente pensó que la dejaría allí cinco minutos más y pensando que aún le esperaban
nuevas sorpresas al entrar en su casa. Finalmente Alicia abrió la puerta
encendiendo la luz del porche de la casa y disparando una foto su cámara
Polaroid. Paula se sobresaltó alarmada, asustada de lo que estaba ocurriendo,
pero Alicia le impidió franquear la puerta...
—Los paquetes deben
ser entrados en la casa por la puerta de atrás, no por la principal.
Y Alicia cerró de
golpe la puerta en las narices de su profesora. Ésta, completamente
desorientada, corrió hacia la parte de atrás, abrió como pudo el pestillo de
una pequeña verja, abrió ésta, pero escuchó el sonido de un coche que se
acercaba, los faros casi la iluminan completamente justo cuando ella se agachó
detras de la verja, esperando que nadie la hubiese visto. Cuando llegó a la
puerta de atrás ésta estaba abierta y allí estaba Alicia esperándola de pie en
su cocina.
—¡Por favor,
Alicia, no quiero que me hagas ninguna foto!
Una tremenda
bofetada la hizo casi tambalearse.
—Cuántas veces
tendré que repetirte que tienes que llamar a tu superior por su nombre
apropiado, puta. Ahora deja estas bolsas y ve al baño. ¡De prisa!
—Sí... perdón...
señorita Soto...
Paula subió
rápidamente las escaleras que llevaban hasta el baño de su dormitorio. Detrás
llegó Alicia, que se sentó sobre los lavabos dobles. El agua de la ducha estaba
corriendo con agua caliente.
—Quítate la ropa y
date una ducha rápida.
Paula se desnudó y
se metió bajo el agua, enjabonando el chocolate pegajoso de su cuerpo.
—Más jabón en tus
tetas, zorra.
Paula se ruborizó
al estar masajeando enérgicamente sus generosos pechos ante su estudiante,
vertiendo más gel sobre su suave piel. De nuevo el brillo del flash de la
cámara.
—¿Estás segura de
que has quitado todo el chocolate de tu coño?
Las manos de Paula
enjabonaron abundantemente su zona púbica. Sus dedos se hundieron en el
interior de su coño para conseguir limpiarlo por completo, sintiéndose más
caliente que nunca. Una descarga eléctrica atravesó su cuerpo cuando sus dedos
se deslizaron por su clítoris, y apartó sus dedos rápidamente. Alicia sonreía
burlonamente y acercándose a la ducha cerró el agua.
—Sal de la ducha y
siéntate aquí, siéntate en el borde.
Paula salió del
baño y se sentó en un banco de baño preguntándose qué sería lo próximo.
—Abre las piernas
al máximo, zorra.
Paula asustada,
abrió un poco más sus piernas.
—Creo que no has
entendido. He dicho que las abras al máximo, todo lo que puedas. Veo que
quieres que te castigue...
Paula ante la
amenaza abrió a más no poder sus piernas. Alicia cogió una silla y se sentó
ante su profesora completamente abierta de piernas y sentada en el borde del
banco. En sus manos llevaba espuma de afeitar y una navaja de las que Paula no
se había percatado antes.
—Por favor,
señorita Soto, no me haga eso, por favor... —suplicó.
—¡¡¡Cállate,
zorra!!! —le gritó Alicia al tiempo que le daba otra bofetada y comenzaba a
embadurnar toda la entrepierna de Paula con espuma de afeitar.
El toque de la mano
de Alicia la hizo sobresaltarse. Paula nunca se había sentido atraída por otra
mujer, pero el toque fue electrizante, diferente.
Alicia embadurnó
bien toda la zona. Paula sentía cómo sus pezones se endurecían al máximo y cómo
un calor ardiente recorría todo su cuerpo.
La navaja resbaló
por la delicada piel femenina arrastrando tras de sí el vello púbico de Paula.
Alicia tocaba y estiraba con maestría hasta dejar toda la entrepierna
completamente afeitada. Luego, con una toalla húmeda retiró los restos de
espuma. Alicia se alejó y miró su obra...
—Una bonita
sonrisa, Paula, tienes unos labios preciosos en tu entrepierna.
Paula no pudo hacer
nada cuando la chica cogió sus labios vaginales y los abrió, sólo sintió un
tremendo calor.
—¿Paula, está
goteando tu coño?
Le preguntó Alicia
al ver la tremenda humedad del coño de su profesora. Aprovechó para hacer otra
foto. Cogió un espejo y lo sostuvo ante el
coño de la
profesora.
—Echa una mirada a
tu coño, ya veras, estás empapadísima.
Paula miró su coño
abierto y chorreante y se avergonzó mucho, se puso totalmente roja y con ojos
llorosos. Le parecía tan extraño que su cuerpo la traicionara de esa manera...
—Espero que tu coño
esté así de húmedo todo el tiempo.
—Sí, señorita Soto —murmuró
casi sollozando la profesora.
—Ahora siéntate en
esta silla.
—¿No ira usted a
afeitarme la cabeza, señorita Soto?
—Por supuesto que
no, pero ya que lo dices, te haré un bonito corte de pelo, para eso hago
prácticas de peluquería. Además creo que estarás mucho más sexy con un estilo
de pelo más corto.
Alicia cogió el
peine y unas tijeras y al poco el pelo estaba cayendo al suelo y sobre los
hombros de su profesora. Paula no podía ver qué estaba pasando, pero pensaba
que era demasiado el pelo que estaba cayendo sobre el suelo. Al cabo de un
cuarto de hora, Alicia le pidió a Paula que se pusiera de pie y se mirara al
espejo.
Ella casi no se
reconocía. Se veía diez años más joven y con su coño afeitado se sintió
caliente. No podía creer lo que veían sus ojos y lo que sentía su cuerpo.
Alicia le dio el collar a Paula y le ordenó ponérselo, advirtiéndole que lo
llevaría todo el tiempo y para siempre y que en caso de que no estuvieran
juntas se lo podría quitar, pero llevándolo en el bolso por si se veían,
ponérselo inmediatamente.
—Sí, señorita Soto —le
contestó la profesora desconcertada, mientras abrochaba la correa alrededor de
su cuello.
Alicia enganchó la
correa al collar.
—Bien, perrita,
vamos a dar una paseo por la casa.
—Sí, señorita Soto —le
contestó, mientras sentía un tirón en el cuello que la llevaba hacia la puerta.
Alicia se detuvo
antes de salir del baño y tiró de la correa.
—A cuatro patas,
perra —y Paula se dejó caer de rodillas inmediatamente ante la sonrisa de su alumna.
—Ahora vamos de
paseo.
Tirando de la
correa la sacó del dormitorio, dando un paseo lento. Paula nunca había hecho
nada parecido, pero pensó que le hubiera gustado ver alguna foto de alguien
siendo tratada como una perrita. Lo que no tardó en ocurrir, pues su alumna de
nuevo sacó una foto.
—Vamos a la parte
de abajo de la casa, al sótano —le ordenó Alicia.
Paula bajó como
pudo las escaleras a cuatro patas con mucho cuidado. Llegó a la puerta del
sotano y siguió bajando escalones sobre sus manos y rodillas. Una vez abajo,
sus rodillas se resintieron del áspero y frío hormigón del suelo del sótano, se
estremeció.
Alicia la dejó
arrodillada mientras miraba el sótano pensando en el posible uso que podría
darle. Después le ordenó a Paula que volviera a subir por los escalones pero
yendo delante de sualumna. Siguiendo a su profesora, Alicia pudo admirar los
bamboleantes pechos y disfrutó admirando sonriente el hermoso culo expuesto
ante ella.
—Mueves muy bien el
culo y es precioso, perrita.
Paula deseó ser
invisible. Nunca se había sentido tan avergonzada. Cada vez se sentía más y más
humillada bajo las órdenes de su estudiante, cada vez la cosa iba a más. Llegaron
a la planta baja de la casa sin saber Paula qué sería los próximo humillante
que se le ocurriría a aquella joven.
—Vamos al garaje,
perra.
Paula gateó en
dirección al garaje sintiendo la correa de su cuello tirante en manos de la
estudiante. Alicia la dejó arrodillada en el centro del garaje y lo examinó
buscando qué podía servirle para jugar o qué se podría hacer allí. Vio el botón
que accionaba la puerta del garaje y lo apretó. Paula se alarmó.
—Toma las llaves
del coche, sal fuera y mételo en el garaje. Pero sigue a cuatro patas.
Cogió las llaves
del coche y a cuatro patas se dirigió hacia él, se montó lo más rápido posible
y lo metió en el garaje. Se bajó intentando imitar a un perro a cuatro patas.
—Estás temblando,
perrita, ¿no te gusta el frescor de la calle?
—Soy una perrita
sensible al frío, señorita Soto.
—Ya veo, ya —le
dijo Alicia alcanzando y pellizcándole un pezón.
—Vamos a la parte
de arriba, perrita.
Paula de nuevo era
consciente de que estaba desplegando todos los encantos de su cuerpo desnudo
antes su alumna al ir a cuatro patas subiendo la escalera.
Pensaba en una
manera de no ver tan expuesto su cuerpo, pero nada. Siguió subiendo los
escalones contoneando su culo ante la mirada sonriente y lasciva de su joven
alumna.
Paula paseó por los
dos cuartos para invitados y luego llegó al cuarto de su hija. Alicia se
entretuvo en inspeccionarlo por completo, incluido el armario, mientras Paula
permanecía arrodillada en el centro del cuarto.
—Ahora vayamos a tu
dormitorio, quiero ver tu ropa.
Cuando llegaron al
dormitorio principal, de un tirón del collar, Alicia dejó de rodillas a Paula
en el centro y se puso a mirar por los cajones. Los primeros que abrió eran del
marido de Paula y no echó mucha cuenta.
Llegó a los cajones
que pertenecían a Paula y en los primeros encontró bragas y sujetadores que
sacó despectivamente y tiró encima de la cama. Terminó con los primeros cajones
y tiró toda la ropa interior de Paula que había amontonado en la cama al suelo.
—Todo esto lo
quiero en la basura, zorra.
Siguió con otros
cajones y encontró cinturones, medias y ligueros que terminaron en el montón
del suelo. Uno de los cinturones volvió al cajón, al igual que unos ligueros y
unas medias. En otro cajón encontró camisetas y culotes para el gimnasio. Hizo
que Paula se levantara y se probara las camisetas y los culotes. Guardó en el
cajón tres camisetas y dos culotes de deporte y los demás terminaron en el
montón del suelo.
En otro cajón
estaban los sueters, de nuevo Paula se los fue probando y sólo tres volvieron
al cajón, los más ceñidos. En el armario encontró vestidos de noche y
camisones. Todo terminó en el montón, menos un traje de noche que Paula suplicó
no la hiciera tirar, ya que era un regalo especial de su marido de cuando se
casaron. Alicia exigió que se lo pusiera. Era muy estrecho y se pegaba al
cuerpo desnudo de Paula. Apenas podía contener los pechos de Paula y el culo se
marcaba exageradamente.
El traje al ser tan
estrecho se transparentaba mucho y el coño desnudo era claramente visible.
Alicia le hizo una foto. Paula se sentía aún más desnuda con el traje que si
realmente no llevara nada y seguía cada vez más excitada por la situación que
estaba viviendo. Alicia le ordenó que se quitara el vestido y éste volvió al
armario. Luego fue al mueble donde Paula guardaba sus zapatos. Todos los
zapatos planos fueron al motón y sólo quedaron tres en el mueble, los más altos
y sexys.
—¿Estos son todos
los zapatos que tienes, zorra?
—Hay algunos más de
deporte en el fondo y algunos más en el fondo del armario.
Rápidamente Alicia
inspeccionó el fondo del mueble y encontró varios pares de zapatillas de
deporte, dejó dos y las otras, al motón. Luego en el fondo del armario encontró
tres pares de sandalias de tacones de trece centímetros de afilados tacones.
—Vaya, ¿dónde
compraste estos?
—Los compré por
catálogo para llevar en fiestas, pero casi no los he usado, son terribles y me
dolieron mucho los pies, además de hacerme algunas heridas.
—Ponte estos ahora
y pon la posición que una esclava debe adoptar ante su dueña — y le tiró a sus
pies el par más alto y con menos tirillas para sujetar el pie.
Paula se puso de
pie y se puso los zapatos, al instante se tambaleó peligrosamente. Abrió sus
piernas y colocó sus manos en la espalda. Alicia dio una vuelta a su alrededor,
inspeccionando a su profesora.
—Te sientan muy
bien, estás fascinante, te hace las piernas muy largas y mucho más esculturales
y tu culo mucho más respingón, es como una invitación a tocarlo, azotarlo,
penetrarlo... Date una vuelta por la habitación.
Paula se movió
cuidadosamente alrededor del dormitorio y Alicia de nuevo usó su cámara. Se
sentía como si fuese una prostituta que tiene que exhibirse ante varios
clientes para que la elijan. Era muy consciente de que su culo se bamboleaba de
un lado a otro. Le era muy difícil caminar tan erguida. Sus pechos botaban
ligeramente a cada paso. Sus pies le dolían, pero ante todo esto su coño estaba
más húmedo aún, lo que no concordaba con la terrible vergüenza que estaba
sintiendo.
—Señorita Soto, no
puedo seguir caminando.
—No te preocupes,
practicarás mucho a partir de ahora. Quédate aquí de pie a mi lado.
Alicia siguió
trasteando en el armario e hizo que Paula se probara aún muchas cosas y muchas
de estas prendas terminaron en el montón del suelo, que no paraba de crecer.
Sólo volvían al armario las faldas más cortas y ceñidas, las blusas más
escotadas y transparentes, algunas chaquetas... Lo último que fue a mirar
Alicia era el cajón de la mesita de noche. Paula rogaba porque no mirara, ya
que allí tenía guardado su vibrador, junto a un libro erótico de SM. Nadie había visto nunca ni el vibrador ni
el libro, ni siquiera su marido. Hacía tiempo que los tenía escondidos en el
fondo del cajón. Alicia empezó a trastear en el cajón, sacando cosas, hasta que
dio con el libro.
—Vaya, Historia de
O, no me extraña, bueno, lo dejaremos aquí de momento.
Alicia encontró el
vibrador, puso en marcha el mecanismo y el aparato cobró vida.
—¿Usas mucho esto,
perra?
—Sólo cuando mi
marido no está, señorita Soto.
—¿Y cuántas veces
lo usas cuando tu marido está de viaje?
—Cada noche,
señorita Soto.
— Ponte en la cama
y muéstrame cómo lo usas.
Alicia se sentó en
la silla al extremo de la cama. Las manos de Paula no se movían, estaba
paralizada, su mente se negaba a obedecer, eso era demasiado.
—¡¡¡¿A qué esperas,
zorra?!!!
Las palabras
causaron un efecto desagradable en la mente de Paula.
—Por favor,
señorita Soto, no puedo hacer esto, por favor...
—¿No puedes o no
quieres?
—No puedo, por
favor...
—O haces lo que te
digo o ya sabes lo que te espera, además tengo nuevas fotos y ya sabes lo que
pasaría.
Aturdida comenzó a
mover el vibrador por su cuerpo temblorosamente. Lo metió entre sus piernas y
las cerró avergonzada, moviendo el aparato de adentro a fuera.
—Bien, zorra, abre
bien esas piernas, quiero ver claramente cómo lo haces.
Paula intentaba
concentrarse. Sin su marido el vibrador era fuente constante de placer, pero
ahora... Extendió las piernas y las abrió todo lo que pudo. Un temblor recorrió
el cuerpo de la profesora, se daba cuenta de que más que la amenaza, la que la
empujaba era la excitación de ser tratada como siempre había soñado en sus
sueños más húmedos.
Comenzó a
masturbarse con el vibrador metiéndoselo bien adentro mientras que con la otra mano
masajeaba sus pechos y pellizcaba sus pezones. La cámara de Alicia no dejaba de
trabajar. La mente de Paula se olvidó de todo y volaba, sus manos y el aparato
le daban placer, mucho más que cuando lo hacía en la soledad de su cuarto. Se
sentía tan diferente, acariciaba su coño completamente afeitado y las
sensaciones eran tan fuertes...
Su respiración se
aceleraba cada vez más y pellizcaba con fuerza sus pezones, los retorcía cada
vez más hinchados y duros. Sacó el vibrador y comenzó a restregarlo sobre su
clítoris. Sentía claramente sus jugos chorrear por sus piernas y su pubis,
estaba tan mojada... Sus caderas se contorsionaban y su culo se movía de arriba
abajo. Alzó su culo todo lo que pudo y de golpe se introdujo el vibrador hasta
lo más profundo.
Sudaba, jadeaba...
sus ojos cerrados y su coño hinchado de placer. Sentía que iba a explotar,
cuando... De repente, Alicia le sacó el vibrador y lo tiró al suelo, a la vez
que le daba una bofetada a Paula.
—¡¡¡Quééééé...!!!
—A ver, zorra,
parece que no te has enterado, tú estás completamente bajo mi mando y te
correrás cuando yo quiera, cuando quieras ir al baño, será cuando yo quiera,
vestirás lo que yo quiera, harás todo lo que yo quiera, eres mía, y sólo harás
aquello que yo te ordene, te poseo en cuerpo y alma, ¿te enteras? tengo muchas
más fotos ahora, eres mía.
—Sí, señorita Soto,
soy completamente suya y le estoy muy agradecida que no enseñe esas fotos a
nadie.
—Bien, ahora vete
al baño y dúchate, coge todo lo que hay en este montón, mételo en bolsas y lo
llevas al sótano. Luego hazme algo de comer. Sólo pon un plato en la mesa y
todo lo harás con los zapatos puestos.
—Sí, señorita Soto.
—Otra cosa más,
perra, no se te ocurra volver a tocar más tu cuerpo sin mi permiso, ni ahora ni
nunca más en la vida. Y recuerda que te has ganado un castigo ejemplar por no
mostrarme el respeto apropiado anteriormente. Ahora llévate todo esto.
Alicia cogió el
libro y bajó al salón, encendió la televisión y se acomodó en un sillón.
Mientras, Paula se duchó de nuevo. Estaba frustrada, quería terminar aquello
que ella misma empezó, pero tenía miedo ¿o realmente no quería dejarlo? Alicia
se había mostrado inflexible y ella no quería enojarla por nada.
Los pies le dolían
horrores, sobre todo los talones, pero tenía que seguir llevando aquellos
ridículos zapatos, maldito el día en que los compró porque le parecían sexys.
Después de asearse y limpiar el baño, se encaminó hacia su dormitorio y recogió
el gran montón de ropa que había en el suelo, pero aquello era demasiado, necesitaba
bolsas de basura, y se encaminó hacia la cocina.
—¿Aún no has
terminado, perra, date prisa, tengo hambre —le dijo Alicia a su paso por el
salón.
Al final fueron
tres enormes bolsas de basura las que terminaron en el sótano, para el día
siguiente echarlas a la basura. Y esos malditos zapatos que no dejaban de
torturarla... "¿Y que le gustará a Alicia para cenar?" se preguntó
cuando llegó a la cocina de nuevo. "A todos los jóvenes les
gustan las
hamburguesas y las patatas fritas", así que tal y como lo pensó fue lo que
cocinó. Al terminar de prepararlo sintió que también tenía mucha hambre. Paula
fue a poner la mesa y recordó que le dijo que sólo pusiera un plato.
"¿Dónde comeré yo?", pensó.
—Señorita Soto, la
cena está preparada.
Cuando Alicia entró
en la cocina, vio la mesa puesta y a Paula desnuda de pie sobre los altísimos
tacones y con una bandeja con la cena en la mano. Alicia sonrió complacida.
—Bien, muy bien,
perrita, ahora quédate aquí de pie a mi lado, mientras yo como.
La profesora, hambrienta,
se quedó completamente quieta de pie, con sus piernas abierta y con sus pies
doloridos mientras veía comer a la joven.
—Tráeme una Coca—cola.
—Sólo tengo Pepsi,
señorita Soto.
—Bien, de hoy en
adelante sólo comprarás Coca-cola.
—Sí, señorita Soto.
—Está esto muy
bueno, ¿te gustaría comer patatas fritas, perra?
—Sí, por favor,
señorita Soto.
—Bien, abre tus
piernas.
Desconcertada,
Paula abrió sus piernas más aún. Alicia cogió una patata, la metió dentro del
coño de Paula, la movió un poco en su interior y la sacó, llevándola a la boca
de Paula.
—Aquí tienes,
perrita.
La profesora,
humillada, mantuvo su boca cerrada y su cara se tornó roja sólo de pensar lo
que aquella joven acababa de hacer y pedirle.
—¡Abre bien esa
boca, zorra!
Paula abrió la boca
y Alicia le metió la patata frita embadurnada en su boca.
—Ahora mastica
lentamente, saboréala y trágatela.
La profesora hizo
verdaderos esfuerzos por tragarse aquella patata.
—Ahora aquí tienes
el plato, ve metiéndote las patatas en tu coño, muévelas bien para que se
llenen con tus jugos y cómetelas.
Paula, acongojada,
cogió la primera patata, se la metió en el coño, la movió y luego se la metió
en la boca, y así siguió patata tras patata.
—¿Quieres
hamburguesa, perrita?
—No, señorita Soto —dijo
Paula temiéndose algo mientras seguía con su labor de comer.
—Seguro que sí
quieres, aquí tienes un trozo bien grande. Ya sabes, métetela en el coño y
cómetela.
Paula hizo lo que
le pidió, el trozo de carne picada casi se deshace en su coño, luego se lo
metió en la boca e hizo esfuerzos por no vomitar de la humillación de tener que
hacer algo tan repugnante.
—Bien, límpialo
todo y te espero en el salón. Tráete una cinta de medir, un papel y un lápiz. Y
no tengo todo el día para estar esperándote.
Paula limpió
rápidamente y después de coger lo que le pidió su estudiante, fue al salón.
—Estate aquí de pie
delante mía —dijo Alicia a su llegada mirando el reloj.
Cogió la cinta
métrica y empezó a medir a su profesora ordenándole que escribiera lo que le
iba diciendo. Le tomó medidas de pecho, cintura y caderas, luego le ordenó que
abriera las piernas y midió desde su entrepierna hasta tan sólo un par de
centímetros del terminar de su culo y le fue diciendo las medidas.
—Bien, perrita,
mañana cogerás las faldas que te dejé en los cajones y las deja tan cortas como
la medida que te acabo de dar y a todas tus blusas le quitas los dos botones de
arriba.
—Sí, señorita Soto.
—¿Te gustó la cena,
perrita?
—No, señorita Soto,
no me gusto.
—Eso es malo, ya
aprenderás a apreciar el sabor de tu coño en la comida. Por cierto, ¿es bueno
tu marido en la cama?
—Sí, señorita Soto —Paula
estaba avergonzada de hablar de su vida privada con la joven.
—¿Te folla por el
culo tu marido?
—No, nunca nadie me
ha metido nada por el culo...
—¿Te gusta el sexo,
perra? —preguntó sonriente Alicia.
La profesora,
completamente desnuda, de pie, abierta de piernas, sus manos atrás,
completamente roja, no podía creer lo que le estaban preguntando.
—Sí, señorita Soto.
—¿Le chupas la
polla a tu marido, perra?
Con la cara muy
roja, Paula asintió.
—¿Y te gusta?
—Sí, señorita Soto.
—¿Te tragas su
corrida cuando se corre en tu boca?
—No, eso me da
asco... por favor no me haga esas preguntas, señorita Soto.
—¿Antes de casarte
a cuántos hombres te has follado, perra?
El coño de Paula
estaba cada vez más húmedo cuando mentalmente contó tres antes de decirlo.
—¿Le comiste la
polla a todos? —Paula asintió.
—¿Te gusta chupar
pollas, perra?
—No, pero ellos me
dijeron que lo hiciera, yo los amaba...
—¿Pero realmente te
gusta chupar una buena polla, verdad, zorra?
—Sí —respondió casi
imperceptible.
—¿Has follado con
más de un hombre a la vez?
—Eso nunca.
—¿Nunca has follado
con otra mujer?
—No, no me gusta
nada eso, es asqueroso.
—¿Entonces nunca te
ha besado en la boca una mujer?
—Nunca.
Aquel
interrogatorio obsceno duró aún una hora más hasta que...
—Bien, estoy
cansada, ya está bien por hoy. Mañana nos espera un gran día, así que vámonos
para arriba.
Cuando llegaron al
dormitorio, Alicia cogió unos trozos de cuerda, ordenó que Paula se sentara en
el suelo y ató cada muñeca de su profesora a cada tobillo quedando abierta de
piernas.
—Esta postura tiene
dos cometidos, uno, que no te toques el coño durante la noche y otra que voy a
usar esta correa para que en adelante me muestres más respeto y obedezcas mis
órdenes sin rechistar.
Alicia tumbó de
lado a Paula y cogió la correa y comenzó a azotar el culo de Paula con fuerza
entre las súplicas de ésta de que parara, que en adelante se portaría bien, que
no siguiera azotándola, pero Paula siguió azotándola con todas sus fuerzas
mientras Paula sollozaba.
—Van veinte azotes,
te daré treinta, así que cállate y no sigas suplicando.
Alicia siguió
azotando cada vez con más fuerza, Paula gritaba.
—Bien, ya está bien
por esta noche. Ahora, zorra, agradéceme que me moleste en enseñarte a
respetarme.
—Gracias, señorita
Soto, gracias por enseñarme a respetarla —dijo entre sollozos Paula, humillada
y con su culo ardiendo.
Alicia cogió la
cámara e hizo varias fotos a la profesora desde varios ángulos, luego se
dirigió a la cama, se desnudó completamente y se acostó dejando a su profesora
atada y sentada en el suelo, sollozante.
—Buenas noches,
perrita —y apagó la luz.
—Buenas noches,
señorita Soto...
Alicia se despertó
sobre las nueve de la mañana al escuchar a su profesora lloriquear en el suelo
al lado de la cama. Al levantarse vio a Paula sentada junto a la cama,
completamente abierta de piernas con sus muñecas aún atadas a los tobillos. Sus
ojos estaban rojos por haber llorado.
—¿Ocurre algo,
perrita?
Paula vio el cuerpo
totalmente desnudo de Alicia por primera vez y sin quererlo sintió una oleada
de calor, era realmente bonito con sus 19 años, pechos grandes y perfectamente
proporcionados, curvas perfectas y le gustó que su pubis también estuviera
completamente rasurado.
—No puedo seguir
con esto, Alicia, es demasiado difícil de llevar para mí.
—A ver si me
explico, ya está sobradamente claro que esto te gusta muchísimo, además, ¿cómo
explicarás todas estas nuevas fotos que tienes? —le dijo mostrándole la nueva
colección de fotos Polaroid que le había hecho hasta el momento— Mira ésta
misma, cómo te masturbas con tu vibrador, está claro por tu cara que estás
disfrutando de lo lindo. Así que tú dirás qué hacemos.
—Por favor, Alicia,
haré todo lo que me ordenes sin rechistar.
—Bien, pero sigo
viendo que no has aprendido el respeto que me debes, que todo lo que hicimos
ayer no te sirvió para nada, así que comenzaremos el día con un recordatorio de
cómo debes tratarme y el respeto que debes mostrarme.
—Por favor,
señorita Soto, lo siento, de verdad, a partir de ahora lo haré todo bien, se lo
prometo.
—¿Tú crees que debo
creérmelo sin que seas castigada?
Paula no sabía qué
decir, ella quería agradar a su estudiante, no quería volver a fallarle.
—¿No es verdad que
mereces un castigo, perra?
—Sí, señorita Soto —dijo
Paula sollozando.
—Bien, entonces me
pedirás que azote tu culo para que puedas aprender a respetarme.
—Por favor,
señorita Soto, azóteme en el culo para que pueda aprender.
—¿Cuántos azotes
crees que mereces para conseguir que aprendas?
—No me haga esto,
haga lo que quiera, pero no me pida esas cosas.
—¡¿Cuántos, perra?!
—Uno —dijo la
profesora avergonzada.
—Bien, yo pensaba
que diez, pero ya que dices uno, serán veinte.
Alicia cogió a
Paula y la obligó a colocarse sobre su regazo, alzó su mano y lanzó un fuerte y
doloroso azote sobre el expuesto y marcado culo
de Paula, que
sollozaba rendida viéndose sin escape. Paula le suplicaba que no continuara,
pero los golpes caían uno tras otro a buen ritmo y en aumento. El culo le ardía
y a cada golpe, Paula gritaba sollozante. Terminó con los veinte azotes y
Alicia acarició y pellizcó el culo caliente de Paula, luego deslizó sus dedos
hasta la entrepierna y metio un par de dedos en el coño de su profesora.
—¿Qué es esto?
Estás completamente mojada, ¿te gusta que te azoten en el culo, perra?
Paula no podía
contestar, abrumada por la humillación de que además sentía un gran placer con
todo aquello. Alicia desató a Paula y ésta se estiró para desentumecer sus
piernas y brazos.
—Bien, perrita,
quiero que me prepares un café y unas tostadas para el desayuno. Ni se te
ocurra tocar tu coño, ya lo sabes, y ponte de nuevo los zapatos de ayer —Le
ordenó Alicia a la vez que le daba un fuerte azote en el culo.
—Perdón, señorita
Soto, necesito ir al baño.
—Ve a la cocina y
prepárame el desayuno mientras yo me ducho, quizás si eres buena, te dejaré que
vayas a mear más tarde.
Paula se fue a la
cocina mientras Alicia se tomaba una lenta ducha. Cuando Alicia fue hacia la
cocina sólo envuelta en una toalla, se encontró con Paula sentada cómodamente
con un café en sus manos.
—¡¡¡¿Pero qué es
esto, quién te dio permiso para sentarte, quién te dio permiso para que tomaras
café?!!! —y varias bofetadas cayeron sobre Paula
—Perdón, señorita
Soto, ni siquiera pensé lo que hacía...
—¡Tira ahora mismo
ese café por el fregadero y échate sobre la mesa!
Paula se levantó de
un salto, tomó la taza de café y la virtió en el fregadero, luego se echó sobre
la mesa asustada por el enfado de su alumna.
—¡Quiero tus pechos
apoyados sobre el borde de la mesa, tus manos atrás y tu piernas bien abiertas!
Paula hizo lo que
le ordenó, pero el equilibrio era peligroso con los tacones de trece
centímetros y tan abierta de piernas. Sus pechos soportaban todo su peso y los
zapatos amenazaban con resbalarse.
—Ahora te quedarás
así mientras yo desayuno y decido qué coño hacer contigo para que aprendas, ¿no
te dije que necesitabas permiso absolutamente para TODO?
—Sí, señorita Soto,
lo siento mucho, perdóneme, se me olvidó, no me di cuenta...
Alicia se sentó
tranquilamente a tomar el café y las tostadas que tan amablemente le había
preparado su profesora. Paula, mientras, empezaba a sentir un gran dolor en sus
pechos por la presión del peso de su cuerpo sobre ellos y sus piernas
comenzaban a temblar. Todo su cuerpo estaba en dolorosa tensión.
—Por favor,
señorita Soto, necesito ir al baño, por favor...
—¡Cállate mientras
desayuno. Esta es otra demostración de falta de respeto, no puedes interrumpir
mi comida con tus estúpidas necesidades.
Paula se calló y se
concentró en aguantar su necesidad de ir al baño. Ella ya tenía suficientes
problemas intentando soportar la postura sobre el borde de la mesa. Alicia
terminó su desayuno y cogió de nuevo la cámara y le hizo una nueva foto a Paula
en aquella postura en su propia cocina. Paula se estremeció sólo de pensar la
imagen que daría esa foto.
Ella escuchaba cómo
Alicia trasteaba en los cajones de la cocina.
Un fuerte azote
sobre su culo la desconcertó y tapó su culo con sus manos, para defenderse de
la gran cuchara de palo que esgrimía Alicia y con la que la había azotado.
—¡Quita
inmediatamente tus manos de ahí, zorra! No tienes ni idea de respeto ni de
obediencia, pero yo te haré aprender —y de nuevo descargó un nuevo golpe con la
cuchara en el culo de Paula.
—Lo siento,
señorita Soto, no volverá a ocurrir.
—Eso espero, ahora
te acabas de ganar diez azotes con la cuchara.
—Hágalo, señorita
Soto, pero por favor, luego déjeme ir al baño, por favor...
Alicia alzó la mano
y dejó descargar el instrumento diez veces seguidas con fuerza y rapidez. Paula
casi termina en el suelo, al perder el equilibrio por el dolor. Después Alicia
cogió la correa, la enganchó al collar...
—Bien, ahora a
cuatro patas, vamos a ir a que mi perra mee.
Paula no podía
creer que la estaba llevando hacia el patio. Llegaron y la puso en el centro
del patio, y se paró sosteniendo la correa.
—Venga, perra, a
qué esperas, ésta es la única oportunidad que tendrá de ir al baño hasta que
volvamos de las compras de la mañana, así que aprovéchate.
—Por favor,
señorita Soto, no puedo hacer esto aquí y delante suya, por favor, déjeme usar
el baño.
—El baño es sólo
para las personas, y ya que no quieres aprovechar para mear, yo puedo esperar
hasta la tarde cuando lleguemos a casa, a no ser que prefieras mear en la calle
junto a un árbol —Dijo Alicia al tiempo que tiraba de la correa hacia el
interior de la casa.
Paula no sabía qué
hacer, le era imposible seguir aguantando y su vientre le dolía ya horrores.
Tenía que hacer un esfuerzo y hacerlo allí mismo delante de la joven.
—¡Espere, lo haré
aquí!
—Pues venga, que no
tengo todo el día para tus tonterías —Alicia sentía algo de frío envuelta sólo
con una toalla, pero sabía que el frío estimularía a su profesora para que
hiciera sus necesidades allí mismo.
Paula intentó hacer
aquel acto tan humillante con la mayor elegancia. Se puso en cuclillas y lanzó
un potente chorro sobre el césped del patio bajo el ojo atento de su alumna,
que aprovechó la escena para hacer una nueva foto de su profesora.
—Ya he terminado,
señorita Soto.
—Bien, pues vamos
arriba a arreglarnos, que tengo pensado hacer un buen uso de tus tarjetas de
crédito, necesitas algunas cositas nuevas, ya que hemos tirado casi toda tus
cosas —y Alicia dio un tirón de la correa hacia el interior de la casa.
—Dúchate y te
espero en tu cuarto. Date prisa y no se te ocurra tocarte el coño, me daría
cuenta.
Después de una
ducha rápida, Paula se encontró sentada sobre su cama a Alicia vestida con unos
vaqueros desgastados y una camiseta.
—Siéntate, perrita,
yo me encargaré de maquillarte y peinarte.
Alicia peinó a
Paula y la maquilló exageradamente, muy cargada de colores, Paula al mirarse al
espejo casi ni se reconoció. Luego le dio unos ligueros y unas medias de
colores y le ordenó que se las pusiera.
—¿Puedo sentarme
sobre la cama, señorita Soto? —Paula quería pedir permiso para todo, para
evitar nuevos castigos. Alicia le dio permiso complacida. Mientras estaba
sentada, Alicia le dio de nuevo las sandalias de tacones para que se las
pusiera. Paula se alzó con las medias, los ligueros y los zapatos, realmente
sexy. Alicia aprovechó para hacer una nueva foto. Paula pudo ver en el espejo
lo mucho que resaltaba su pubis afeitado en el marco de los ligueros y las
medias, se sentía muy sexy.
—Bien, perrita, ya
que casi no tienes ropa apropiada hasta que la compremos, vamos al cuarto de tu
hija que allí encontraremos algo apropiado para que te pongas ahora.
—Pero, señorita
Soto, la ropa de mi hija es demasiado pequeña para mí.
—Ya lo sé, por eso
mismo.
Alicia escogió del
armario de la hija de Paula una faldita cortísima que mostraba el terminar de
las medias y el comienzo del culo y una camisetita corta blanca, que al
ponérsela Paula mostraba claramente sus pezones oscuros.
De nuevo Alicia
aprovechó para fotografiar la descarada y fresca imagen de Paula.
Paula se miró al
espejo y le reflejó la imagen de una vulgar puta y se dio cuenta que pasaría un
día verdaderamente humillante mostrando sus pechos y enseñando su culo y si
hacía algún movimiento, incluso su coño afeitado sería visible, ya que por
supuesto, Alicia no le permitiría usar bragas, dándose cuenta en ese momento de
que ni siquiera ya tenía bragas en su casa. Lo peor era que cualquier conocido
que la viera la podría reconocer.
—Bien, ponte tu
collar y vámonos, iremos a un centro comercial de otra ciudad, así damos un
bonito paseo en coche.
Aquello, en cierta
forma, tranquilizó a Paula que, completamente colorada, cruzaba el umbral de su
casa hacía la calle, donde tenía que esperar a que Alicia sacara el coche del
garaje...
Continuará...
AUTOR: José Luis
Carranco (c) 2014-2015 - Derechos del autor.
Este relato se
publica en este blog con permiso de su autor.
9 comentarios:
Hermoso relato , el poseer a otro es mejor que cuando el sumiso esclavo se entrega , tiene sbor de conquista para en este caso la juven ama y mayor humillacion para el sometido, Ale
Aun NO lo leo, pero se agradece que Rebelde abra foro, para "nuevos autores", este fin de semana lo leemos y opinamos.
Pero la temática se antoja, jeje.
La idea es que cualquiera con ganas de compartir lo suyo pueda hacerlo en el blog. Tanto en los comentarios como con relatos. Y sin censura (salvo sexo con menores) y con amplitud de temas (aunque no sean de cuernos, se publican igual)
Muy buen relato, morboso y exitante, gracias por compartir
Esto del sexo es…?
Una autentica caja llena de sorpresas.
Es ¿extraño, difícil de entender?
Pero sumamente divertido.
Y para muestra esta historia, a mi…?
¡Me Encanto!
Tu satisfecho lector.
Federico.
Lo que deja esta historia después de leerla:
1.- La Felicitación.- Es muy, muy morbosa, “GRACIAS” por compartirla.
2.- La Alegría.- La humillación, es un tema común, hay muchos escribiendo relatos de eso, pero son “tan pocos” los autores de calidad (como Usted) que cuando uno encuentra uno que valga la pena, agradece a la vida.
3.- Lo Destacado.- Lo bien logrado de las situaciones; porque le son “IMPUESTAS” por quien se supone, debería ser la que obedeciera;
A).- El Dominio.- Maestra – alumna, pero inverso, jeje que morbo.
B).- El Exhibicionismo.- “Paulatino” así debe ser. (Dejar el sujetador y las bragas en la papelera)
C).- La Humillación.- el COLLAR, Uuuufff! Los Azotes, Te amamos. Alicia perdón quisimos decir; Señorita Soto.
Nuestros sueños:
4.- El Futuro.- Respetamos la libertad que deben tener todos los escritores, para escribir lo que quieran, “¡para eso son sus historias!”
Pero Bueno ¿la verdad?
Uno NO puede terminar de leer una historia así de erótica y NO ponerse a imaginar que pasara en un futuro con los personajes, (Alicia, Paula y…?) a continuación nuestros sueños y anhelos:
A).-La Maestra, Paula.- que la maestra NO se regale, por favor que esto NO se pierda, La sensación de que es “forzada” jeje.
B).-La Escuela, Alicia.-Nosotros ya NO somos jóvenes (mi esposa y yo) pero ambos recordamos y estamos de acuerdo, que en la escuela, las aventuras sexuales son más pecadoras.
Además toda la situación social, que involucra, por las características de los personajes, Maestra – alumna.
C).- Y nuestro mayor anhelo…?
La Hija (¿Cómo se llama?).- ¡Por favor! Ya la apreciamos y NO nos distes ¿su nombre?
Anhelamos que exhiba primero a la madre ante la hija, (escuela, coche, etc…) para que esta de manera paulatina, ella se someta voluntariamente.
¿Podría ser una segunda temporada, la hija?
Recuerda que en las épocas de escuela las edades cuentan mucho, Y si se da nuevamente este Rol de Alicia, de que ella se menor ¡aunque sea solo meses! que la hija de Paula, pues el sometimiento será más morboso.
Alicia ¡Para Presidenta!
Ella puede con “LAS DOS”.
MARAVILLOSO COMO LA 1RA VEZ QUE LO LEI...yu las partes posteriores estan igual de buenas...
carlosnava57@hotmail.com
gran, gran relato.
aplausos y gracias
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