jueves, 28 de mayo de 2015

Día de Revancha — Relato de José I Cardilla

Un nuevo relato del amigo José Cardilla, no tan breve como el anterior, pero igual de morboso. En este caso, la esposa ¿se venga? de su cornudo marido que la ha "obligado" a emputecerse con otros hombres.

Día de Revancha

Por : José Ignacio Cardilla

 Mi mujer salió de la habitación con el rostro enrojecido por el enojo. Traía los billetes apretujados en su mano y me los arrojó antes que pudiera pararme:
- Estás satisfecho ahora? Eso es lo que vale “tu” mujercita para esos ordinarios…-
Tenía los ojos brillantes y un rictus duro pero apetecible le marcaba la boca; olía a sexo, a semen, a hembra total. Estaba terriblemente atractiva y en sus ropas se notaba el ajetreo de la desmesura y los manoseos que había recibido. Se alejó de mí buscando la salida, y noté una cierta dificultad al caminar (pensé: “Cómo le habrán dado para que camine así!...”). Se volvió para que la siguiera y, en la puerta que recién dejaba, vio a uno de ellos que groseramente, se acariciaba el paquete, dando a entender que ella caminaba así por su causa. La miró y le sonrió burlonamente:
- Cuando quieras preciosa… - y luego, mirándome a mí: - Un lujo, amigo: el culo de tu mujer es un verdadero lujo. Deberías cuidarlo más, Je, je…

Conduje a casa sin hablarle, sin atreverme a mirarla siquiera. A pesar del enojo, se veía soberbia, magnífica, como si las horas que había pasado encerrada con esos tipos la hubieran embellecido a fuerza de polvos. Sin mirarme, dejó ir una leve sonrisa y como al descuido abrió un poco las piernas y se hizo aire con las manos, refrescándose los muslos y el sexo. Mientras se abanicaba y yo simulaba no verla, comenzó a murmurar:
- Qué puta me siento… Qué pedazo de puta me hicieron sentir!... Qué daño me hicieron esos brutos… ordinarios… feos… con grandes… pijas…- y sutilmente uno de sus dedos acariciaba la mínima bombachita, como aliviando su hendija.
– Qué… miembros esos!... qué vergüenza!...- y abandonando su cabeza hacia atrás, abrió de golpe las piernas dejando ver en el interior de sus muslos y en la tela que cubría apenas la inflamada vulva, las inequívocas manchas blancuzcas que el calor de sus amantes había depositado. Lo hizo adrede, para que yo viera y comprobara cómo la habían disfrutado y no quedaran dudas de lo que había hecho. Un inmediato choque eléctrico me recorrió y terminó con una erección que se mantuvo hasta llegar a casa. No dijo más nada y no fue necesario: ella sabía que por haber accedido a realizar mi fantasía, tenía poder sobre mí. Yo, lo único que pensaba era cómo convencerla para que me cuente en detalle lo que había pasado y comprobar si había disfrutado o no; si la habían forzado o ella había colaborado en las cosas que le hicieron… (“Puta… - pensé-… qué linda puta es mi mujer!”...)
Nada más bajar del auto tuve mi primer castigo: unos vecinos recibían visitas en ese momento; los hombres se volvieron a mirarla sin disimulo; incluso alguno en voz baja, envidió la linda puta que yo había ligado; el dueño de casa se apresuró en aclararle que era mi esposa y que tuviera más cuidado para que yo no escuchara; todo en susurros y comentarios entrecortados de los que sólo pude percibir “culo”, “puta”, “mortal”… Avergonzado, saludé tímidamente mientras mi vecino eludía los comentarios de sus visitantes para que no los escucháramos. Entraron a su casa  mirando a mi esposa que contoneaba el culazo casi, casi a propósito.
Apenas entramos en casa, se desbordó. Me trató de pelotudo, de mediocre, de enfermo. Cómo se me había ocurrido entregarla a otros hombres por dinero. Cómo había forzado compartirla. Que no era una cosa, que sentía, que era un mujer ( y qué mujer! pensaba yo), que no era una puta… que yo… era un cornudo. Y para rematar: cornudo consciente. Todo eso lo dijo mientras se quitaba la ropa; el leve saco tipo sastre, la camisa de gasa que descubrió su pechos desnudos (había salido con sostén y regresaba sin él; trofeo seguro de alguno de sus cogedores); la apretada pollera que parecía reventarle las prominentes caderas y finalmente, la empapada bombacha que me arrojó a la cara… oh, dioses: olía a semen y estaba pastosa, cubierta de babas blanquecinas, inundada de la urgencia de sus amantes. La tomé, la olí con fruición… “cornudazo”, me dijo, y se fue a la ducha.
A los cinco minutos golpearon la puerta. Era mi vecino y uno de sus amigos que me pedían unos cubos de hielo porque habían agotado los suyos. De fondo se oía el ruido del agua que venía del baño; disimuladamente trataban de mirar sobre mi hombro hacia el interior; la excusa de los hielos era una obviedad: querían ver a mi mujer otra vez. Para seguirles el juego los hice pasar al rellano y les dije que esperaran; fui por los hielos y en eso se abrió la puerta del baño. Salió ella envuelta en su bata y una toalla en la cabeza; se sorprendió al verlos pero no hizo nada por cubrirse o seguir hacia el dormitorio, sólo se quedó mirándolos y los saludó con un “buenas tardes” y una media sonrisa.
- ¡Muy buenas!- respondieron ellos y se la comieron con los ojos y se codeaban como  chicos que hacen una picardía. Yo regresaba de la cocina y le recriminé con la mirada estar así delante de ellos, pero ella me ignoró y giró con vehemencia hacia la habitación. En el pasillo, y con los ojos de los hombres clavados en el bamboleo de sus caderas, soltó la toalla de su cabeza y sacudió el pelo, en un gesto de seducción que completó ya frente a la puerta, al volverse y mirarlos nuevamente; sonrío otra vez y entró a la habitación.
- Este… eh… los hielos, muchachos… sepan disculpar a mi mujer… lo que pasa es que no esperábamos visitas…
- No, vecino, no hay ningún problema, al contrario: da gusto ver una pareja tan linda como Ustedes!... Imagino que lo pasan muy bien – dijo marcando las palabras y en clara alusión a ella.
- Sí, muy bien – corté seco y agregué, también con doble intención- Bueno… se les van a derretir los hielos…
Sonrieron, dieron las gracias y se fueron.
De inmediato fui al dormitorio a increparle su actitud; una cosa era que yo hubiera propiciado que otros se la cogieran y otra muy distinta, que ella se comportase como una puta por motus propio. (Dios mío! Qué errado estaba pensando así!).
Cuando entré, me quedé de una pieza: en cuatro sobre la cama, totalmente desnuda y el culo en pompa aplicaba crema sobre el ano dilatadísimo (recordé su caminar al salir de la cogida). Pero lo más grave era que las cortinas estaban abiertas y la ventana daba directamente al patio del vecino, donde él y sus invitados trajinaban preparando un asado. Era cuestión de tiempo que miraran hacia la ventana y la vieran, si no lo habían hecho ya. Di un salto hacia las cortinas pero su voz enérgica me contuvo:
- Ni se te ocurra cerrarlas!!...               
- P… pero… Elena… estás en bolas y los vecinos ahí afuera!...
- Ahora te preocupás de los vecinos!! Ahora querés que sea decente, después que me hiciste coger por tres tipos… No!! Ahora soy yo quien decide y quiero aliviarme el dolor que me dejaron en el culo y si esos idiotas ahí afuera me ven, pues se joden!!... Seguro son tan pajeros como Vos!!...
Había levantado la voz, no mucho, lo suficiente para transmitir su enojo y también para ser escuchada afuera. Y pasó lo inevitable: cuando levanté la vista, dos de los invitados estaban boquiabiertos mirando a mi mujercita, con el culo hacia ellos y el agujero encremado. De inmediato avisaron a los otros y en segundos fueron seis los hombres que la miraban, mi vecino incluido. No pudieron reprimir su calentura y bromearon entre ellos, diciéndole cosas:
- Mamá! Qué buenas estás, mi amor!!! -
- Querés que te cure la colita bebé? –
- Somos un equipo, te atendemos mami?...-
- Diosa!!!!... Si querés vamos ya y arreglamos una terapia intensiva!!…
Y varias cosas por estilo y algunas más soeces y vulgares. Yo, avergonzado por completo, estaba oculto tras las cortinas, fuera de su vista; creyeron que mi mujer estaba sola en la cama. Una erección machaza y dolorosa me abultaba el pantalón. Ella lo notó y su mirada se hizo más dura:
- Mirá bien, cornudito, mirá las cosas que hace tu mujercita cuando vos no la ves y te quedás afuera imaginando cómo se la cogen… Ni se te ocurra mostrarte!... Te quedás ahí y mirás callado la boca. Ahora vas a ver cómo se vuelven locos esos pajeros. Eso sí: si se les ocurre venir hasta acá, Vos le vas a abrir la puerta!... Cornudo!!! (ella me lo decía como una ofensa; no sabía el placer que me causaba imaginarla con otro…)
Cambió de posición; se recostó sobre la  espalda y abrió generosamente las piernas; la vulva enrojecida y depilada se grabó en la retina de los hombres; comenzó a aplicarse crema con lentitud y premeditación, disfrutando de mostrarse y calentar a quien quisiera mirarla. Los hombres estaban a punto de saltar el cerco de ligustrina que separaba ambas casas; los más sacados eran los amigos de mi vecino, se acomodaban las braguetas abultadas sin ningún disimulo y se mordían los labios como si ya estuvieron disfrutando su cuerpo. Ella, mientras, introducía sus dedos, lento pero profundo en la concha encremada y movía las caderas cada vez que entraban, buscando la mayor penetración. Comenzó a emitir algunos gemidos y a moverse sensualmente cada vez más desatada; la mano libre fue a sus pechos, pellizcando aquí y allá los oscuros pezones. Yo la miraba desde mi escondite y no podía creer lo putona que demostraba ser en venganza a lo que la había obligado. Cuando ya tres dedos en su interior anunciaban un orgasmo incontenible, unos golpes en la puerta la interrumpieron.  Sobresaltado, ví que de los mirones sólo quedaban dos (serían tan osados los otros de querer entrar?... y no sólo a la casa!…). Ella se detuvo, abrió los ojos y con voz entrecortada me indicó abrir:
- Te lo dije: querías que tu mujercita fuera cogida por otros? Bueno, ahí están algunos machos calientes para tu puta. Andá a abrir y deciles que los estoy esperando, que ya mis deditos no bastan…   
No tuve reacción. Pálido y temblando por la emoción y la vergüenza fui a abrir la puerta.
Por supuesto, ahí estaban: mi vecino y tres amigos, visiblemente alterados, nerviosos y con la ansiedad marcada en sus braguetas.
- Vienen por mas hielo, muchachos?... – dije a modo de eludir lo que habían visto, tratando de evitar lo inevitable.
- …Mire, vecino: con todo respeto, me parece que la que necesita hielo es su mujer… - hizo una pausa, estudiando mi reacción y sondeando qué pasaba en realidad.
- N… no entiendo…
- Disculpá -intervino uno de los amigos- pero tu mujer está desnuda en la habitación, con las cortinas abiertas, mostrando todo lo que tiene y parece necesitar “algo”… no sé si me entendés…
- Pero que decís!! – traté de distraer mostrando firmeza, pero desde el fondo, la voz de mi mujercita terminó de develar la situación:
- Ay, amor… parece que llegaron los chicos… hacelos pasar que no doy mááásss!!!
Fue suficiente: con una sonrisa de satisfacción que les llenaba el rostro, me hicieron a un lado y los cuatro avanzaron hacia el dormitorio; el último era mi vecino: - Tranquilo vecino, sabemos cómo tratar estos casos -(cómo si fuera un síntoma... ¡clínico!)- y… podrías venir, así ves cómo se hace…
La situación era humillante; ponerme violento no hubiera hecho más que complicar las cosas; oponerme a la invasión me dejaba más como boludo que como cornudo (y prefería esta ultima opción: un boludo nunca sentirá lo que siente un cornudo); por otra parte, Ella los había llamado y… la erección que tuve pensando en lo que venía me eximió de cualquier otro análisis…
 Nada más entrar a la habitación se lanzaron sobre ella, desesperados cual lobos hambrientos, dos a sus pechos y otro a su concha, la comieron y lamieron con pasión de fuego mientras el vecino presentaba su tranca en la boquita putona de mi mujer. Cuatro faunos demoliendo a su hembra a golpes de puro placer. Y Ella… cediendo, resignando, entregada esta vez sí, a su puro y exclusivo disfrute (no era forzada por tres hombres: se entregaba voluntariamente a cuatro, para castigarme… - suponía ella…-)
No hubo muchos prolegómenos, ella quería vengarse y ellos cogerla sin más. Mientras el vecino se recostaba de espaldas y la sentaba sobre su vergota hasta los huevos de un solo golpe, otro le apoyaba la cabeza de la pija en el ano y presionaba; los otros dos le sacudían las vergas en la cara buscando una doble felación. Atravesando el patio venían raudos los otros y de inmediato sentí los golpes en la puerta. Mi hermosa mujercita se sacó las pijas que le llenaban la boca y con el contínuo y enérgico vaivén en sus orificios que la movían toda, me ordenó lo que ya sabía:
-Dale… cornudo… ab… abrí la puerta… q… que… uhm!... me faltan… uuhh!!... m… me faltan… dos pijas más… aahh!!...-
Los hombres me miraban con cierta lástima pero no aflojaban la tremenda garchada que le estaban dando a mi mujer. Fui a abrir la puerta con sus jadeos de fondo.
- Venimos a la orgía – dijeron los caraduras apenas abrí la puerta; y se mandaron; yo por detrás con la pija que me dolía de tan dura.
En el dormitorio ya el cuadro había cambiado: ahora el vecino, en la misma posición, la tenía clavada por el culo hasta las bolas y le hacia de soporte para que los otros tres le hicieran la concha por turnos; cuando ella vio llegar a los dos que faltaban se puso más putona todavía:
- Ah!... por fin… chicos… ya… ah!... ya me… me… hacía mal… aahh!!... la abstinencia… - mientras los pijazos le hacían temblar todo el cuerpo.
Los nuevos la callaron llenándole la boca de verga. No tardó mi amorcito en pegarse una corrida de campeonato, tanto que les puso blancas las pijas a los tres que la cogían.
- No se desesperen chicos… que tengo leche… para todos… - decía la muy turra, cuando los otros le perdonaban la boca un segundo. El olor a sexo comenzaba su constante letanía y me hacía temblar las fosas nasales. Los machos alterados disponían de su hembra a su antojo y esta me lanzaba de vez en cuando furibundas miradas cargadas de deseo, morbo y placer de venganza:
- …Ves… cornudazo?.... ves cómo coge tu mujer… aahh!!... te das… cuenta q… que no… no era… necesario aahh!!!... que me vendieras?... Mirá cómo… me hago coger… porque yo… quiero… aahh!!...-
Sus propias palabras dispararon un segundo orgasmo que le recorrió el cuerpo en chispazos de goce incontenible
- Ah, puta!... cómo apretás el culo… me vas a cortar la pija si seguís acabando asi!!... – el vecino disfrutaba de la constricción en su verga mientras la leche de mi amorcito chorreaba sobre sus bolas hinchadas a más no poder.
- Qué puta resultaste, bebe!!!... ya nos parecía… mostrarte así… delante de los hombres… y lo único que querías era pija, no putona?... – y los otros cinco le hacían llover vergazos en la concha reventada de leche… Casi era cómico verlos en fila, con sus garrotes lustrosos y al palo, esperando su turno para enterrársela hasta las bolas.
Con tanto ajetreo sus descargas eras inminentes. El vecino pidió cambio (¡cómo si fuese un partido de básquet!) acalambrado de tanto sostenerla ensartada por el culo para que los otros la cogieran. La fue levantando despacio, sacando su pija a punto de reventar hasta que un ¡plop! húmedo indicó que el agujero estaba libre de carne.
- Ay!... bruto - dijo ella, mimosa y loba - me hiciste doler…
- Limpiame las bolas, bebé. Las tengo llenas de tu leche… ¡Qué manera de acabar, putita… - y, mirándome con sorna - vecino, parece que la tenías un poquito descuidada… pero no te preocupes, te la vamos a dejar hecha una seda, je,je!...
Elena se arrodilló y empezó a lamerle los huevos sorbiendo su propio orgasmo; le quedó el culazo en punta y abierto. Sin perder tiempo y con la urgencia atropellándose en sus miembros, los cinco restantes le fueron perforando el culo y volcando su leche en ese cuenco precioso. Ella encadenó orgasmos mientras sentía los chorros llenando su interior y la pija del vecino que le explotaba en la garganta, el que a su vez, le daba suaves pellizcos en el clítoris a modo de atenuar la terrible enculada que le estaban pegando.
Cuando los machos terminaron de volcarle toda la pasión de sus bolas, ella quedó en cuatro apoyada sobre sus manos, el rostro y los labios embadurnados de semen, la concha inflamada y babeante, el culo totalmente abierto y lleno hasta el tope, tanto que a un mínimo movimiento, comenzó a volcar sin remedio: cual cascada de leche, su agujero dilatado manaba sin cesar, gruesos goterones blancuzcos descendían por sus muslos mientras el ano se abría y se cerraba como una boca que escupe sin cesar…
Mi vecino y sus cinco amigos quedaron exhaustos, arremolinados junto a ella. Al cabo de unos minutos, Elena extendió su mano sin mirarme pidiendo que la levantara; era una imagen demoledora, parecía salir de una guerra… de sexo y desenfreno. Uno de ellos reaccionó:
- Vecino, tendrías que ayudarla a higienizarse un poco. Nosotros reponemos fuerzas y te la atendemos otra vez…
Por casi dos horas y media se extendió la intensa maratón sexual de los seis hombres y mi señora. Tras lo cual y luego de acabarle dos veces mas cada uno, dejándole los orificios repletos, se marcharon por fin, esta vez sí exhaustos y satisfechos al cien por cien.
Cuando volvieron a su casa descubrieron que el fuego del asado se había extinguido por completo.
El de mi mujer recién empezaba.

FIN


    
AUTOR: José Ignacio Cardilla (c) 2014-2015 - Derechos del autor. 
 Este relato se publica en este blog con permiso de su autor.

domingo, 10 de mayo de 2015

Hoy un Juramento... —
Relato de José Ignacio Cardilla

Hola, amigos. Les dejo un relato breve pero, no por eso menos bueno, del lector JOSÉ IGNACIO CARDILLA.  Quizá les parezca un poco light, pero tiene el morbillo del marido descubriendo y espiando el inicio del emputecimiento dea su mujer. A disfrutarlo!

Hoy un juramento. Mañana una felación

Por: José Ignacio Cardilla

Esto pasó hace algunos meses. Y me tiene tan confundido, caliente y enojado que decidí contarlo. Quizás así encuentre la forma de seguir junto a mi mujer o el valor para dejarla.
A principios de marzo, Ella salió a comprarse ropa porque sus amigas habían organizado una salida “sólo de chicas”, que repiten cada mes. Fue un sábado a la mañana y  como yo no trabajaba, me ofrecí a acompañarla. En el centro comercial no cabía un alma; ya saben: principios de mes, todo el mundo gasta; así que mientras ella elegía un vestido que la favoreciera yo, para ganar tiempo, fui a elegirle zapatos (son su debilidad y me encanta verla de tacos). Me llevó más de media hora conseguirle unos y cuando regresé por Ella, la vi charlando animadamente con un hombre, de unos cuarenta años, que bromeaba con Ella y la tomaba del brazo como festejando lo que decían.  No reconocí a ninguno de nuestros amigos o conocidos pero era evidente que ellos sí se conocían. Por curiosidad, decidí no mostrarme inmediatamente y los  observé desde cierta distancia; como dije, el aluvión de gente ayudaba a mi propósito. A los pocos minutos vi que mi mujer hizo una llamada y sonó mi teléfono:
- Hola, Amor, dónde estás?
- Buscando tus zapatos –mentí- y Vos, ya estás lista? Terminaste? (nunca imaginé la connotación sexual que ambas preguntas tenían para Ella en ese momento). Y cuando esperaba develar el misterio de su acompañante, me soltó:
- No, vida, todavía estoy eligiendo… esto está lleno… Mirá, cuando termines por qué no vas directamente a casa y nos encontramos allá, no sé cuánto pueda tardar…
- Pero… te espero, cielo, para eso te acompañé; decime en qué negocio estás y voy- Obviamente, entendí que me quería sacar de encima y yo quería seguirle la corriente para ver qué tramaba con ese hombre. Su respuesta fue terminante e hizo crecer la mentira:
- No, mi amor, no te preocupes. Además, me encontré con una amiga que conoce una boutique super y con buenos precios, así que me voy con ella y luego nos vemos en casa y te cuento. Un beso, amor…- y cortó.
Yo me quedé de una pieza, rabioso ante el evidente engaño. Su seguridad me preocupó: nunca antes había mentido así; algo en ese desconocido la llevaba a actuar tan descaradamente. Opté por seguirla; aún cuando tendría que haber demostrado su mentira, algo me hizo seguirla.
Disimulado entre el gentío, vi cómo inmediatamente después de cortar, le sonrió abiertamente y fue ella quien lo tomó del brazo y comenzaron a andar. Parecían viejos amigos felices de encontrarse, sensación que desapareció cuando vi que él le palmeó el trasero como aprobando su accionar. Era evidente su engaño con ese desconocido…  
Caminaron unos metros y él se detuvo en un escaparte de diarios y compró ¡una caja de preservativos! … Me rendí ante la evidencia: ese fulano se iba a coger a mi esposa; y ella parecía encantada. Incluso le ayudó a elegir el tipo de preservativos, como si de dulces se tratara… Yo estaba perplejo y con la cabeza a punto de estallar: mi hermosa mujercita estaba ahí, a escasos metros de distancia, eligiendo los condones que su amante usaría para cogerla… Menudo cornudo estaba hecho. El vendedor la miraba entre sorprendido y excitado y le guiñó un ojo al hombre cuando se iban: 
- Que la disfrutes! -le oí decir.– ¡Podés estar seguro! –contestó el otro, y volvió a palmearle las nalgas.  
Entraron a un mini bar, ya prácticamente abrazados. Yo no entendía cómo mi esposa, mujer fiel, gentil, educada, toda una dama, se comportaba como una puta que el tipo hubiera levantado por la calle (en realidad, algo así había sucedido) y ya sentados, lo miraba embelesada, como cautivada por él y él, sutilmente, deslizaba la mano por sus muslos, cubiertos por la calza blanca que llevaba, y sin importarle si lo miraban o no, cosquilleaba por segundos allí donde la lycra abultaba los labios íntimos de mi mujer…
Todo esto lo vi desde un puesto de fotografía, justo al lado del bar, y que me ocultaba a sus ojos porque tenía vidrios espejados que permitían ver desde adentro hacia afuera pero no el revés. Salieron después de tomar un martini (mi esposa, que casi es abstemia!) y fueron directamente a la salida del centro comercial; ya en la calle el tipo se detuvo y le plantó un beso que parecía hurgar cada rincón de su boca, mientras ella devolvía con su lengua la misma intensidad.
Se dirigieron al estacionamiento subterráneo, con la prisa que da la excitación.  Como pude me situé entre dos autos, agazapado como un ladrón y pude ver cuando entraban en su coche. Inmediatamente el tipo la abrazó y la siguió besando mientras sus manos estrujaban sus tetas y ella aceptaba todo lo que le hacía. Después de unos momentos él le dijo algo al oído y mi mujer sonrió lascivamente y ya con las dos tetas al aire, se inclinó hacia su entrepierna. Por los movimientos inequívocos supe que le estaba dando una mamada de campeonato. El hizo su cabeza hacia atrás y se dedicó a disfrutar de la boca y lengua de mi mujercita, de la que sólo podía ver sus cabellos subiendo y bajando, hasta que la tomó de la nuca y le dio mayor rapidez a los movimientos y por cómo tensó su cuerpo y lanzó un bufido, me di cuenta que estaba dejando su leche en la garganta de mi esposa. Cuando esta se incorporó, sonriendo, terminó de limpiarse con la mano los restos de semen de su amante. Se acomodó las tetas y la ropa y, por suerte para mí que no hubiera podido seguirlos si arrancaban el coche, le dio un beso y descendió, dio vuelta hacia el asiento del conductor y se apoyó en la ventanilla, besándolo otra vez; él aprovechó para subir su mano y tocarle descaradamente la concha.
-Me debés esto -le dijo, pellizcando suavemente los labios mojados- no te olvides que Vos elegiste los condones…
- No me olvido- contestó ella- sólo que ahora estoy apurada y no puedo hacer esperar más a mi marido… Por toda respuesta el tipo le extendió una tarjeta diciendo:
- Llamame pronto. No me gusta dejar cosas pendientes y por cierto, nunca imaginé lo buena que te pondrías con los años, ha sido un verdadero placer…
Arrancó, le hizo el gesto de un beso al que ella correspondió, y se fue.
Mi mujer miró la tarjeta un momento y la guardó en su cartera. Con una sonrisa de satisfacción se alejó del lugar en dirección a casa…
Estuve a punto de salir corriendo, alcanzarla y obligarla a aceptar su engaño. Pero me sentía tan rabioso, confuso, humillado, que no pude incorporarme. Pero en realidad, lo que me impidió salir de mi escondite fue la tremenda erección que tenía por todo lo que había visto.

FIN


AUTOR: José Ignacio Cardilla,  (c) 2014-2015 - Derechos del autor. 
Este relato se publica en este blog con permiso de su autor.

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