Un relato muy intenso y muy bueno, con una esposa emputecida hasta el infinito y, encima, con una amiguita igual de puta e infiel que ella. A disfrutar!!
Mi Marido es un Cornudo
Mi Marido es un Cornudo
Mi
marido es un cornudo y, por supuesto, lo sabe. Hace tres años que nos casamos,
y desde allí que no le oculto más los tremendos adornos que tiene en la frente.
Cuando estábamos de novios lo corneaba con cualquiera, aunque en ese tiempo me perseguía
la culpa y por eso cometía mis infidelidades con cierta discreción. Pero a
medida que fue pasando el tiempo, mis revolcones sexuales se hicieron cada vez
más intensos; eso me llevó a pensar seriamente en la posibilidad de blanquear
todo para poder disfrutar del asunto con menos dramas. La boda fue el evento (y
el momento) preciso para comentarle formalmente a Rigoberto que era un tremendo
pedazo de corneta. En la misma fiesta de casamiento, frente a nuestras
familias, aproveché y le dije, como quien no quiere la cosa:
-Mi amor, voy a ser sincera con vos. Te hago guampudo
desde el primer día de nuestro noviazgo. De los tipos que están ahora acá en la
fiesta me cogieron casi todos. Sí, tus primos Esteban, Gervasio y el negro
Julián me viene empomando desde hace rato. Los hijos de puta me enfiestan entre
los tres y además me traen otros amigos suyos a casa. Una vez me organizaron
una partuza con ocho amigos más. ¡Me garcharon los 11, mi amor! Después, tus
amigos…qué turros de mierda…sí, sé que son muchos, pero bueno, me cogen como
quieren, je, je, ¿te acordás la vez que te dije que me iba a la quinta de mi
amiga Silvina a pasar el fin de semana con ella y su familia? Bueno, era cierto
todo menos lo de la familia. Además de Silvina –otra puta igual que yo- y dos
amigas más de ella, nos acompañaron como 30 machos, entre ellos tus amigos
Enrique, Santiago, Horacio, Beto, Javier, Moncho, Rodrigo, el Tano, Virulana, y
cuatro conocidos más que se prendieron porque les dijeron que en la quinta iba
a ver cuatro atorrantas que se iban a bancar cualquier poronga, y que estaban
dispuestas a convertirse en las reinas del puterío durante todo el fin de
semana. ¡Nos llenaron de leche, bebé! ¡Fue hermoso! Sábado y domingo
metiéndonos sus trancas por todos los agujeros, una delicia. Del resto, bueno,
me cogieron tus dos tíos Germán y Valdemar ¡qué flor de pijas tienen esos dos!
Se me hace agua a la boca el sólo recordarlas…y a tu sobrino Adrián lo hice
debutar yo, aunque después me trajo a cinco compañeros más del colegio que
también me terminaron cogiendo, de a uno primero, de a dos, tres y cuatro
después, hasta que un día los obligué a venir a los cinco a casa para tener un
pene en el orto, otro en la concha, un tercero en la boca, y los dos restantes
en cada mano. Sin ir más lejos, para conseguir este salón, tuve que coger con
los dueños, que ya sabés que son cuatro hermanos. Aunque te digo que me
surtieron en la oficina el martes pasado con tres tipos más que no se quienes
eran. Yo, como buena puta fiestera que soy les tragué la leche a los siete,
imaginate, iba a quedar como una pésima novia y clienta si no lo hacía…
Mi
marido escuchaba atónito. Su rostro estaba desencajado. La gente alrededor
seguía bailando, riendo, tomando; mientras él repasaba las caras y figuras de
todos los hombres que yo le estaba nombrando.
-Pero Pamela, sos una turra, cómo me decís esto ahora,
en el mejor día de nuestras vidas, delante de mi familia…vos sabés lo
importante que sos para mí. Esto no puede ser, decime que es una broma, decime
que me estás jodiendo, ¿dónde está la cámara que saludo?
-No hay ninguna cámara, cornudo. Justamente porque es
el mejor día de nuestras vidas es que te lo digo. De ahora en adelante no va a
haber más secretos entre nosotros. Vas a ser un cornudo consciente y ambos
vamos a estar de lo más felices: yo sacándole punta a cuanta verga encuentre
por ahí, y vos luciendo orgulloso tu cornamenta ¿qué te parece?
-¡No Pame!, por favor, esto me deja helado…
-Y ya vas a ver como quedás hoy en nuestra noche de
bodas. Tu tío Valdemar me prometió que va a llevar al hotel a los cinco viejos
que laburan con él en la carpintería. Me dijo que todos calzan unas buenas
porongas, así que sexo no me va a faltar en este día tan maravilloso, ¡Oh, sí,
el sueño de cualquier chica es casarse de punta en blanco!, aunque el mío hoy
es que me llenen con sus puntas, pero de líquido blanco, ja ja.
-Pero mi amor -me
imploraba desesperado el guampudo- esos
viejos son repugnantes, tienen feo olor, no se bañan casi nunca; además es
nuestra noche, yo quiero coger con vos.
-Pero no, mi vida. Los cornudos no cogen. Sobre todo
los cornudos como vos, cuya mujercita es la putita de tantos hombres. Para vos
sólo va a haber paja de ahora en más. Y no se te ocurra hacerte el loco porque
cualquiera de mis machos te faja. Ya hablé de esto con muchos de ellos y está
todo planeado. Incluso tu amigo Moncho se ofreció a darte una buena tunda
preventiva para ablandarte. Tuve que frenarlo diciéndole que te iba a convencer
por las buenas, pero mirá que si jodés mucho te la va a dar, eh.
Mi
marido quedó como asustado. El infeliz, además de desayunarse de su cornudez,
se enteraba de los muy hijos de puta que tenía por amigos. Yo disfrutaba el
momento, sobre todo por la amenaza que le hice al cornudo con el zarpado del
Moncho. Ni bien terminé de decirle todo a mi maridito, me fui enseguida a
buscar a su amigo, que estaba bebiendo en un rincón junto al resto de los vagos
turros que tantos orgasmos me habían arrancado en mis tardes fogosas de ama de
casa puta y atorranta.
-Vení que te tiro la goma en el baño, Monchito, le dije sin más trámite.
Las
miradas cómplices de los otros guachos no se hicieron esperar. Todos sabían
para qué lo buscaba yo al Moncho, porque más de una vez los había solicitado a
todos ellos casi por lo mismo. Y me dirigí con él al baño, prácticamente agarrándole
el bulto por encima del pantalón, aunque en forma disimulada, claro. En eso me
encuentro con una tía viuda de Rigoberto que me aturde con su saludo:
-¡Mihija! No sabe lo feliz que estoy por Rigoberto y
por usted. Espero que sean muy felices,
decía mientras sonreía.
-Y lo vamos a ser, Gertrudis, no sabe de qué manera lo
vamos a hacer- le contesté de
forma maliciosa.
La
jovata se quedó un rato hablándome algunas boludeces. Yo no aguantaba más.
Quería probar la pija del Moncho y sacarle hasta la última gota de semen.
Estaba ansiosa. Justo esa vieja chota se me vino a cruzar por el camino…menos
mal que le dije que estaba apurada porque tenía que hacer pis. De todos modos
me daba mucho morbo saber que iba a chupar una verga en mi fiesta de
casamiento, donde estaba toda la parentela del cornudo, y que no iba a ser la
de Rigoberto, precisamente.
-A ver puta, mamámela bien- me ordena el sátrapa del Moncho ya dentro del baño.
Yo,
obediente y encantada, comencé por lamerle bolas y luego pasarle la punta de la
lengua por toda la base del tronco. Esto lo hizo delirar.
-Ah…puuuta. Ahora que estás casada parecés más
atorranta que antes- me comentaba y
se reía.
-Viste- le
digo- y ahora no vamos a tener que
escondernos más. Ya le blanquee todo al cornudo; van a poder venir en patota a
casa para cogerme adelante de él…
Esto
lo puso a mil. Yo chupaba su verga cada vez con más ahínco, saboreando su
cabeza rojiza y su tronquito todo venoso. Con voz lasciva me propone:
-Putarraca, te voy a llenar toda la cara de esperma y
te voy a sacar una foto con el celu. Se la mando al cornudo a ver cómo
reacciona…
-Sos un turro, guacho –le tiré mientras reía.
Entonces
vi que su pija comenzó a estremecerse. Era la señal de que su preciosa lechita
estaba por salir. Apuré el asunto con chupada y paja apuntando hacia mi cara.
Conocía bien el sabor de su semen porque me lo había tragado varias veces, y
ahora iba a servir como crema para mi cutis, ¡qué cosa hermosa, por favor!
-¡Tomá puta, ahí te la doy!
-¡Sí, papi, dame el polvito que lo quiero para mi
carita!
Y
ahí mismo escupió su lechazo. Todo su esperma fue a parar directamente a mi
rostro, y otro poco saltó hacia mi pelo, por el que había perdido cuatro horas
de peluquería esa misma tarde.
-¡Chupapijas! -bramaba
el cerdo- te voy a coger con una manada
de tipos, puta…
-Sí papito, cogeme con todos tus amigos, conocidos, y
con todos los tipos que encuentres por ahí –le decía yo mientras lengüeteaba un poquitito de leche de la comisura
de mis labios…
Hasta
que al fin se recompuso del orgasmo y sacó su celular para fotografiarme. Yo
lucí sonriente para esa foto, y no era para menos: estaba realmente exultante
con ese líquido caliente adornando momentáneamente mi cara. El Moncho enseguida
le mandó la foto al cornudo con un mensaje que decía: “La puta de tu mujer en el día de su casamiento”. Lo leímos y nos
cagamos de risa juntos. Acto seguido me chupé toda su leche hasta no dejar nada
sobre mi rostro. Es que la del Moncho es una de las leches que más me gusta. En
realidad, el semen me encanta y me trago el de cualquier macho, pero siempre
hago clasificaciones porque ingiero cantidades importantes de esperma, y de
algunos machos varias veces. Me he convertido en una experta catadora del elixir
masculino, y suelo comparar quien tiene la leche más rica y dulzona, y quien la
tiene la leche más amarga y agria (sobre todo entre los amigos de mi marido).
De pronto me paré, le agradecí al Monchito por ese lindo momento que me había
hecho pasar, y fui directamente a ver a mi cornudo. Lo encontré en la entrada del
salón, como desorientado, con su celular en la mano y algo contrariado también.
-Hola bebé, ¿te gustó el regalo del Moncho?
-No me podés hacer esto, Pamela, con todo lo que yo te
quiero…
- Esto no es nada, cornudo, ya vas a ver en los
próximos días.
Mi
casamiento transcurrió con el triunfo total sobre el guampudo de mí marido.
Como broche de oro, le chupé la pija a dos amigos más de él en la recepción del
salón, y en el momento del vals todos los machos que bailaron conmigo
aprovecharon para manosearme sin disimulo el culo, las tetas, la concha y las
piernas; yo, en tanto, les acariciaba el bulto a cada uno por encima del
pantalón. Lo loco es que los invitados a la fiesta parecían no percatarse de lo
que estaba pasando; como si el alcohol y la música los hubiese hipnotizado o
algo así. Luego, llegado el turno de irnos al hotel, mi marido debió irse en un
taxi, porque el coche que tenía que trasladarnos estaba ya ocupado por su tío
Valdemar y su sobrino Adrián (que se prendió a último momento para la fiestita)
que me fueron toqueteando durante todo el trayecto. Durante el viaje fui
pajeando a Valdemar y Adrián, quienes no aguantaron y me acabaron en ambas manos,
mientras el chofer del auto relojeaba todo por el espejo retrovisor. Cuando
bajé del coche, lo hice chupándome los dedos enchastrados con el semen de mis
dos acompañantes, al tiempo que ambos aprovechaban para sobarme el culo
mientras traspasaba la puerta del auto. En la entrada al hotel estaban los
cinco viejos hijos de puta que me iban a enfiestar esa noche con el tío y el
sobrino de mi flamante cornudo. La guampa había llegado antes que nosotros y
hablaba con el encargado de la recepción finiquitando los detalles de nuestra
estadía. No hubo problemas para pasar con los siete machos y subí con ellos por
el ascensor principal. No saben, ¡dentro del elevador casi me violan! Me metían
los dedos dentro de la concha y el culo, me masajeaban las tetas; yo aproveché
para pajearlos un rato porque habían sacado sus pijas y estaban completamente
al palo. El trayecto duró poco porque eran sólo cinco pisos, sin embargo, una
vez dentro de la suite, continuamos con el juego y allí sí me emputecieron mal.
¡Qué pedazos de porongas tenían esos viejos! La verdad es que ninguno estaba
mal, salvo por sus aspectos demacrados y el olor a chivo que traían encima.
Igual, no me molesta, ya que cuanto más sucios y asquerosos sean los tipos que
me cogen, más me calienta y más puta me siento. Además, estaba mi sobrino, y
ese sí que tiene todo bien puesto. En fin, esa noche me hicieron absolutamente
de todo: doble penetración, me acabaron en todo el cuerpo, me metieron dos
pepinos en el culo que trajeron especialmente para la ocasión (¿no son divinos?),
y todo ante la atenta mirada de mi esposo, que como buen cornudo les agradeció
al final por la cogida que le habían propinado a su mujercita. Como regalo
final de bodas, desfilaron por el hotel todos los amigos de mi marido para la
enlechada final. Enloquecí de alegría cuando los vi entrar por la puerta de la
suite. Me usaron como la peor de las putas, cogiéndome culo, tetas y concha,
con mi cornudo como testigo. Todo terminó a las siete de la mañana, cuando caí
rendida al lado de Rigoberto, con una baranda a pija en la boca que ni les
cuento. Así empezó mi vida de putita casada, que con el tiempo se perfeccionó
hasta llegar a límites inimaginables.
Los
primeros meses de matrimonio fueron los más divertidos con el cornudo inútil de
mi marido. Me hice coger por tanto macho, que el infeliz se acostumbró muy
pronto al olor de otros hombres dentro del departamento donde vivimos. Eso lo
hizo muy desdichado, supongo. Es que a mí me gusta compartir todo con los
machos que me atienden. Por ejemplo, en la esquina de casa había una banda de
linyeras y cartoneros que cada vez que pasaba por allí me decían un montón de
barbaridades. Un día me animé y los desafié: si me querían coger lo tendrían
que hacer delante de mi cornudo esposo. Me siguieron como tromba (eran seis ese
día) y me enfiestaron en el departamento frente al guampudo, que terminó
irremediablemente por hacerse una paja mientras los crotos me desfloraban el
culo y me lo llenaban de leche. Desde ese momento que los tengo casi viviendo
en casa, durmiendo conmigo y mí marido (él tiene que aguantarse el hedor de
esos tipos y las sábanas y el colchón con manchas y olor a semen). Les pedí que
me trajeran más hombres y al poco tiempo cayeron con diez o quince más. No
saben: ¡estoy todo el día cubierta con esperma, mientras el cornudo sale a
laburar para mantenerme! ¿No es maravilloso? Un día me despierto con tres o
cuatro de ellos recostados a mi lado (luego de una noche donde me reventaron el
orto a porongazos), y lo veo al “tucu” (un cartonero tucumano y turro, un
verdadero hijo de puta), con dos linyeras más agarrando a Rigoberto para tratar
de someterlo sexualmente. Sonreí emputecida por el intento, que dejó de ser tal
cuando lo amarraron completamente y el “tucu” se lo cogió sin más trámite.
Cuando el “tucu” y sus amigos se fueron, mi marido estaba llorando,
completamente desconsolado.
-Ay, mi amor- le
dije- ¿por qué llorás? ¿No querías sexo
acaso? Bueno, ahí lo tenés, ja, ja. El “tucu” quiere que a partir de ahora seas
su “putita”. Mañana va a volver y te va a coger otra vez. Me avisó, además, que
tiene pensado algo lindo para vos, así que ponete contento, porque yo no voy a
ser la única a la que se van a garchar en esta casa.
Al
día siguiente, el “tucu” volvió y se cogió al cornudito, aunque esta vez su
resistencia fue menor, casi imperceptible, diría yo. Desde ese momento, lo
convirtió en su putito personal. Los fines de semana, cuando el cornudo no tiene
que ir a la oficina, el “tucu” lo manda a hacer la calle vestido de nena. El
otro día volvió algo asustado por una secuencia que tuvo con unos malandras
arriba de una camioneta:
-Pame, por favor, decile a este degenerado que no me
prostituya más. Me rompieron el culo entre siete tipos arriba de una camioneta
y cuando se deslecharon todos me tajearon los cachetes del orto con una navaja.
Después me bajaron y me cagaron a piñas. Terminé tirado en la calle hasta que
un vecino llamó a una ambulancia y me llevaron al hospital. Tenés que pedirle
que pare, mi vida, por favor te lo pido…
-No, cornudín, si le pido que pare ni él ni sus amigos
van a volver acá, y yo quiero que me sigan cogiendo como la buena ama de casa
puta y cerda que soy. Además, vos querías coger, ¿no es cierto?, bueno, ahora
aguántatelas y no te quejes que enseguida me tengo que ir a lo de Silvina para
seguir putaneando.
El
cornudo se resignó. No sólo iba a continuar “laburando” para el “tucu”, sino
que además iba a aguantarse que en aquella oportunidad el abusivo lo cagara a
golpes, porque claro, la patota que se lo garchó no le pagó un solo peso, y
todo fiolo suele fajar a su puta cuando no le trae el dinero que recauda. Pero
como le dije aquella vez al cornudo, yo me iba para lo de Silvina, la puta
atorranta que también había convertido a su maridito en el emperador de los cuernos.
Su historia es parecida a la mía: tenemos casi la misma edad (ella tiene 34 y
yo 33), ambas estamos buenas (mi fuerte son las tetas, que las tengo de 100; el
de ella es el culo, que a esa altura se lo había hecho coger por todo Buenos
Aires); y las dos nos habíamos puesto en pareja con sendos nabos que, más tarde
o más temprano, iban a terminar siendo flores de guampudos. En aquella
oportunidad, Silvina había preparado algo muy especial. Ella vive en Lanús, y
frente a su casa hay una terminal de colectivos donde, por supuesto, está lleno
de machos. Me comentó algunos días antes que estaba cogiendo con dos choferes
de esa línea de transportes, y que ambos le propusieron armar una partuza en la
terminal con el resto de los conductores, supervisores, gerentes y
administrativos de la empresa. Los dos choferes le comentaron que habían hecho
correr la bola sobre que se estaban enfiestando a “la putita de enfrente, la rubia”, y que ésta se iba a prender a
coger con todos porque era una “puta
barata que le cabe cualquiera”. Silvina les agradeció el elogio a los
chicos con un besito en la punta de sus porongas, y les aseguró que además de
ella, también iban a tener a otra puta para enfiestarse. Esa puta iba a ser yo,
por supuesto. Tal es así que me vestí lo más atorranta posible para el convite:
una mini cortita y escotada que me marcaba las tetas de manera impresionante,
unos zapatitos de taco que me iba a dejar puestos durante la orgía, y el
cabello suelto, con una carterita al hombro que me hacía ver como una putita
cualquiera.
Cuando
llegamos a la terminal, los muchachos aullaron de alegría. Había como cuarenta,
y estaban comiendo un asado, con chupi y cumbia de fondo. Éstos eran todos
choferes, aunque ni bien aparecimos nosotras, se asomaron enseguida los otros
tipos que laburaban en la empresa. Nos invitaron a comer y tomar, aunque
hicimos más lo segundo que lo primero. A medida que agarraron más confianza,
comenzaron con los chistes de doble sentido: que la morcilla, que el
chorizo…ustedes ya saben, boludeces. Es que nosotras estábamos ahí para que nos
cogieran, pero los tontos parecían no avivarse. Hasta que Silvina-que se había
ido vestida con una calza negra que le marcaba el culo y las piernas de forma
imponente-tomó la posta y los desafió:
-Oigan boludos, por qué no nos garchan entre todos de
una buena vez y se dejan de joder. Con mi amiga vinimos a buscar pijas, pero lo
único que encontramos hasta ahora son chistes y risotadas estúpidas ¿qué les
pasa? ¿Son maricones acaso?
Eso
los puso serios, y en unos cuantos segundos los teníamos a todos encima manoseándonos
por todos lados. Algunos se desesperaban por tocar partes de nuestros cuerpos, pero
era tal la cantidad de machos que había, que algunos no hacían pie sobre
nuestras humanidades. La puta de Silvina los tranquilizó:
-Cuidado, chicos, no se peleen. Tenemos toda la noche.
No nos vamos a ir de acá hasta que hayamos tragado la última gota de esperma de
cada uno de ustedes.
-Vos te vas a ir de acá con todo el culito lleno de
leche, putita-alcanzó a
decirle uno de los tipos a Silvina, mientras ella sonreía.
Aquella
noche fue monumental. Pijas, pijas y más pijas taladrándonos por todos nuestros
agujeros. Si bien a algunos no se les paraba por lo caótico de la situación
(eran una banda de machos entrando y saliendo de nuestros culos y conchas de forma
casi desesperada), terminaban pajeándose y dándonos de tomar la lechita. A la
atorranta de mi amiga le llegaron a meter una llave de neumáticos dentro del
orto. ¡No se dan una idea de cómo gritaba la muy puta! Lanzaba alaridos de
placer con el fierro entrando y saliendo de su culo. Yo, por mi parte, tragué
más leche que nunca. En un momento dado, los chicos me identificaron como “traga leche” (a Silvina le pusieron
cariñosamente “culo fácil”), y así
nos fueron nombrando durante toda la fiesta. Una vez concluida la orgía, todos
nos aplaudieron ruidosamente. Nosotras quedamos tiradas en los dos colchones
que habían improvisado como escenario, todas cubiertas de esperma, con los
culos rotos y las conchas usadas; rojas de tanta poronga que por allí había entrado.
Pero estábamos felices, sí: “traga leche”
y “culo fácil”, dos chupa penes de
alto calibre. Claro que para Silvina la cosa no terminó ahí. En los meses
siguientes se convirtió en la putita de la terminal. Tal es así que al poco
tiempo le improvisaron una “habitación” dentro del predio, donde además de
enfiestarla, la prostituían para beneficio de algunos gerentes de la empresa.
Hoy día sigue “trabajando” dentro de la terminal, por donde desfilan
innumerable cantidad de machos (la mayoría camioneros o choferes de otras
líneas de colectivos). No obstante, el día que el marido se enteró fue a hacer
quilombo, y ¡para qué!, no sólo lo cagaron a trompadas, sino que lo amansaron
hasta quebrarle completamente la voluntad. Desde ese entonces, hace de
sirviente dentro del predio limpiando pisos, baños y oficinas, mientras la
turrita de su mujer se hace homenajear el culo por cualquiera.
Así
fueron mis primeros años de convivencia con el cornudo. Hoy, lo sigo haciendo
tan cornudo como antes, sólo que el acostumbramiento tornó todo más previsible
(¿vieron que dicen que la vida matrimonial es aburrida?, bueno, algo de eso hay).
De todas formas, siempre tratamos de combatir la rutina. Por eso, el “tucu” comenzó
a prostituirme hace algunos meses. Con el cornudo somos sus esclavos sexuales:
nos coge a ambos y nos hace “laburar” para él. Yo estoy encantada, porque
además se convirtió en el dueño de nuestra casa y de nuestras vidas, casi. Por
otro lado, quedé embarazada hace pocas semanas. No del guampudo, por supuesto, porque
ese no me cogió nunca de casada. Pero tampoco sé de quién. ¿Del “tucu”? ¿De
algún cliente? ¿De alguno de los cartoneros amigos del “tucu”? ¿De los machos
que me pasean por cuanta “fiestita” hay los sábados a la noche? Quién sabe…la
cuestión es que lo va a tener que criar el cornudo. Yo sigo disfrutando de mis
puterías, y mi marido de ser un cornudo consciente y marica. No se imaginan lo
lindo que es amanecer todos los días con un chupete de carne en la boca. Es lo
que sucede, literalmente, porque el departamento está siempre repleto de
machos, de lunes a lunes. El guampudo apenas si puede dormir un par de horas
por día, y para colmo, el edificio donde vivimos sólo lo habitan hombres solos.
A mí ya me cogieron todos, incluido el portero y sus ayudantes, por supuesto. El
resto me la pone hasta en los ascensores. Finalmente es lo que resulta
interesante de vivir en este inmueble: la cornamenta de Rigoberto es el tema
central en todas las reuniones de consorcio.
FIN
AUTOR: Licurgo el Espartano (c) 2015 — Derechos del autor.
Este relato se publica en este blog con permiso de su autor.