NOTA: Debido a la
temática del blog, debo advertir a los lectores que este relato no es
estrictamente de cuernos. Sí tiene abuso, coerción, chantaje y sometimiento.
LA ALUMNA — 2º
PARTE
AUTOR: José Luis
Carranco
Cuando llegaron al
centro comercial, Alicia aparcó el coche y le recordó a Paula que siempre la
siguiera dos pasos por detrás de ella y que sólo hablara cuando tuviera permiso
para hacerlo. Andando por el parking, Paula se dio cuenta de lo expuesta y
desnuda que iba. Sus pechos se movían libremente en la camiseta que casi los
dejaba ver, la minifalda, excesivamente corta, que llegaba justo donde empezaba
su culo, dejaba ver claramente los ligueros. Sus tacones hacían que su culo
bamboleara libre y excitantemente. Ella quiso volver a entrar en el coche, pero
sabía perfectamente que no podía hacerlo.
Llegaron a una
tienda de ropa deportiva y Alicia escogió unas mallas rojas, las más pequeñas,
un par de minishorts y camisetitas cortas, todo en lycra y de la talla más
pequeña. Alicia ordenó a Paula que entrara en uno de los probadores y que se
fuera probando cada prenda, y que cuando la tuviera puesta saliera fuera para
mostrársela, ya que ella la esperaría junto al mostrador.
Paula entró y se
desnudó. Se puso las mallas, claramente apretadas a sus piernas, algo
transparentes y bien metidas por su culo y su coño desnudo. Luego se puso una
de las camisetitas de lycra que aplastaron sus pechos e hicieron sobresalir sus
pezones erectos.
Abrió la puerta y
salió para que Alicia la viera. Pero Alicia no estaba en la tienda. Alarmada,
se asomó por la puerta y vio que estaba en la tienda de en frente, que era un
establecimiento de lencería. Avergonzada se quedó asomada a la puerta, en
espera de que Alicia volviera. Pero Alicia la descubrió y con un gesto le
indicó que fuera hasta la otra tienda junto a ella.
Paula se puso
completamente colorada al salir y atravesar el amplio pasillo que separaba
ambas tiendas. Su cuerpo era completamente visible con aquellas prendas de
deporte excesivamente estrechas y cortas. Cuando llegó junto a Alicia, le rogó
al oído que volvieran a la otra tienda. La dependienta de la tienda se fijó en
ella...
—Eso parece muy
incómodo pasa salir a la calle o hacer deporte... —dijo la empleada.
—¿Te gusta ir de
esa forma por la calle, Paula? —le preguntó sibilina Alicia
—Sí, señorita Soto —contestó
totalmente humillada Paula.
—Bueno, ya que es
así, vuelve y pruébate las demás camisetas —y volviéndose hacia la empleada, le
dijo...— es que ella es así, muy viciosa, le gusta ir provocando por la calle.
Paula miró de
soslayo a la empleada, que la miraba sorprendida, y se fue todo lo aprisa que
pudo hacia la otra tienda para seguir probándose ropa. Se encontraba muy
humillada y su rostro estaba completamente rojo. Se puso otra camiseta, en esta
ocasión negra, menos exhibicionista y de nuevo Alicia la obligó a pasearse por
el pasillo así vestida y con aquellos altísimos tacones. Al entrar en la
tienda, la dependienta le dijo...
—Parece que esa le
queda mejor.
—Creo que no —dijo
Alicia—. Busca una talla más pequeña y pruébatela.
Paula volvió y
consiguió la talla más pequeña que había, volvió junto a Alicia y la
dependienta de la otra tienda, Alicia pareció conforme. Le aconsejó que
comprara dos de diferente color de la misma prenda y talla. Paula volvió a la
tienda y tras pagar lo que había comprado volvió junto a Alicia.
—¿Qué talla de
sujetador usas, Paula? —le preguntó Alicia al volver Paula.
—La 95, señorita
Soto —susurró Paula avergonzada ante la mirada de la dependienta, pendiente del
vestuario tan exhibicionista y fuera de lugar de la profesora.
—Bien, compraremos
éste de la talla 85.
Alicia comenzó a
moverse por la zona donde estaban los corsets y los cinturones.
—¿Tienes la hoja
con tus medidas ahí?
—Sí, señorita Soto —contestó
Paula pasándole el papel.
—Bien, pecho 95,
cintura 65, caderas 92.
Mirando los corsets
encontró uno para una cintura de 60, pecho 85, caderas 90.
—Compraremos esto
también.
Luego cogió varios
ligueros y medias y se los dio a Paula junto al corset. Y juntas se acercaron
al mostrador, donde Paula dejó todo y sacó su tarjeta para pagar. La
dependienta comenzó a mirar las prendas y a Paula...
—Creo que estas
prendas no son de su talla, señora. Parecen demasiado pequeñas para usted.
—A ella le gustan
demasiado las prendas ajustadas, ya te dije cómo era...
Alicia miraba y
sonreía maliciosamente a la dependienta. Paula nunca había gastado tanto dinero
para ella de una sola vez, pero pensaba que el uso de su tarjeta simplemente
estaba comenzando.
La próxima parada
fue una tienda de ropa para adolescentes. Alicia obligó a Paula a que se
probara varias falditas, blusas, camisetas, vestiditos... Todo ante la atenta
mirada de la empleada, que la miraba sorprendida. Se gastó una buena cantidad
de dinero en aquella tienda, ropa que estaría muy bien en una adolescente
descocada, pero nunca para una mujer de la edad y la responsabilidad de
Paula...
—Todos van a alucinar
con tu nueva y juvenil imagen, Paula —le dijo Alicia sarcásticamente entre
risitas.
Paula sabía que se
sentiría ridícula con aquellas prendas y ella se sentía humillada y avergonzada
de tener que llevarlas. Paula iba cargadísima de paquetes cuando dejaron el
centro comercial.
Cuando pasaron
junto a un establecimiento de comida rápida, Alicia decidió que tenía hambre.
Alicia se sentó y le ordenó a Paula que le trajera una hamburguesa de pollo,
unas patatas fritas y una Coca—cola. Paula trajo la comida para Alicia y ésta
le ordenó que se colocara de pie junto a ella.
Alicia comenzó a
disfrutar de su almuerzo y de la humillación de la maestra allí de pie con esa
ropa que casi la desnudaba y bien a la vista de todos. Alicia la miró sonriente
cuando le dijo...
—Si tú quieres algo
de comer puedes ir a pedirlo, pero recuerda una cosa, que tendrás que comer
como antes, meterte la comida en tu coño para que se empape bien y luego
comértela, ¡ah!, y por supuesto comerás de pie.
Estaba claro que
Paula no tenía hambre y sin embargo ¿por qué se sentía excitada y con su coño
tan húmedo? Después de que Alicia terminara de comer y de que Paula recogiera
su mesa y la limpiara, Alicia decidió ir a una zapatería.
Al llegar, Alicia
ordenó a Paula que se sentara mientras ella elegía los zapatos y el empleado se
los probaba. Al sentarse, Paula pudo comprobar que tenía un verdadero problema,
la falda tan corta se levantó del todo y por poco casi no se veía su coño depilado,
pero... el empleado que le probara los zapatos lo vería claramente...
—Para empezar,
sáqueme todos los modelos que tenga con un mínimo de 12 centímetros de tacón y
que vayan anudados con una correílla al tobillo, por favor —le pidió Alicia al
empleado de la tienda.
—Bien, señorita,
¿qué talla?
—¿Cuál es tu talla,
Paula?
—36, señorita Soto.
—Bien, tráigame los
que tenga de la talla 35 y 36.
El joven
dependiente se dio prisa y volvió pronto cargado de cajas.
Arrodillándose ante
Paula empezó a ayudarla. A Paula le era imposible cerrar sus rodillas y tenía
claro que el joven estaba viendo todo su coño expuesto.
Cuando le colocó
los primeros zapatos, Alicia la obligó a que diera un paseo por la tienda. La
operación se repitió en varias ocasiones y después de probarse al menos 15
pares de zapatos con aquellos tacones tan altos y afilados, Paula estaba
completamente roja.
Pero a pesar de su
humillación, su coño goteaba literalmente. Alicia escogió varios pares y en el
mostrador de nuevo Paula sacó su tarjeta.
—Está usted
preciosa con cualquiera de esos zapatos que ha elegido, señora.
Estaba claro que el
dependiente no sólo estaba contento por la cuantía de la compra y su polla se
notaba de lo más abultada bajo los pantalones. Alicia se fijó en el bulto y...
—¿Has visto cómo
está este pobre chico, cómo lo has puesto, Paula? —dijo Alicia lanzando una
mirada y una sonrisa al dependiente.
—Sí, señorita Soto —Paula,
avergonzada, casi deseaba llorar.
—Estoy segura de
que te encantaría chuparle la polla a este chico tan encantador...
—No, señorita Soto.
Paula, con la
mirada baja y el rostro rojo, huía de la mirada del joven, que oía alucinado
los comentarios de Alicia.
—Pero tú me dijiste
que te encantaba chupar pollas —le dijo a Paula y luego se dirigió al dependiente—
Le aseguro que me dijo que le encantaba chupar pollas, ¿verdad, Paula?
—Sí, señorita Soto.
—Bien, quizás si le
chupas la polla a este chico, él te haga una rebajita.
—Por favor, no,
señorita Soto.
—Ya veremos.
Alicia se volvió
hacia el dependiente ignorando el miedo de su maestra.
—¿Tendrás algún
modelo más alto de 12 centímetros?
—Sí, tenemos algo
muy especial con más de 12 centímetros, además con correíllas que se anudan al
tobillo como a usted le gusta.
—Tráelos para que
se los pruebes.
El chico, entusiasmado,
poco tardó en volver con una caja y arrodillarse de nuevo ante Paula que había
vuelto a sentarse. El chico se arrodilló algo más apartado por lo que Paula
tuvo que extender más sus piernas y el joven pudo ver claramente su coño, que
brillaba a causa de tanta humedad.
—Bien, ahora da un
paseo para que te veamos, Paula.
Paula se levantó de
la silla y se esforzó por caminar lo más erguida posible sin caerse.
—Pareces que te has
manchado con algo, Paula.
Alicia apuntaba
inocentemente con un dedo a una mancha húmeda en la faldita de Paula, justo
donde la había manchado su coño chorreante. Paula se sentía morir de vergüenza,
sus piernas comenzaron a temblar y por su cara, parecía estar a punto de
echarse a llorar.
—¿Tendrás algo para
limpiar esa mancha? —preguntó Alicia al dependiente.
El chico volvió a
la trastienda a buscar algo.
—Ni se te ocurra
llorar o te vas a enterar —susurró Alicia al oído de Paula.
El chico volvió con
unas toallitas.
—¿Por qué no la ayudas
tú? —le dijo al dependiente Alicia.
El chico,
visiblemente muy contento, comenzó a frotar levemente la mancha en la falda de
Paula. Estaba claro que el dependiente estaba aprovechando la oportunidad,
porque su mano estaba cogiendo descaradamente el culo de Paula.
Una vez que el
dependiente terminó de intentar limpiar la mancha, cosa que no consiguió, se
dirigieron al mostrador para pagar con la tarjeta de Paula, que además subió la
cuenta, ya que se llevaban también esos últimos pares.
—Paula, espérame
aquí sentada, voy a hacer un trato con el dependiente a ver si nos hace una
rebaja.
Al rato de estar
hablando y riendo con el joven, Alicia volvió hasta donde esperaba Paula
aterrorizada con lo que pudieran estar hablando.
—Bien, hemos
llegado a un acuerdo, 30% de descuento si se la chupas o 20% si le haces una
paja. Tú eliges, tienes que escoger una de las dos cosas a la fuerza, piensa
que lo hago por ti, tú eres la que paga, así que tú verás, pero tienes que
elegir. Ah, y contesta rápido, que no tenemos todo el día. Elige, el 20 o el
30%.
Paula se sentía
morir, aquello no podía ser verdad. Temblaba, estaba asustada, casi lloraba,
pero se retenía todo lo que podía. Sin embargo, su coño cada vez estaba más
mojado y chorreante.
—El 20%, señorita
Soto.
Alicia se dirigió
al vendedor que, cogiendo de la mano a Paula, fueron hacia la trastienda. Pero
antes de desaparecer, Alicia los paró...
—Quiero que el
chico se corra en tus zapatos, que ya veo que le gustan demasiado. Ah, y ni se
te ocurra limpiarte ni los zapatos ni los pies o atente a las consecuencias.
Paula pensaba que
aquello era demasiado cuando desapareció tras la cortina que daba a la
trastienda. Cuando Paula apareció de nuevo, Alicia sonrió complacida al ver la
tremenda corrida del chico sobre los pies y zapatos de Paula. Salió el chico
muy sofocado y se dispuso a cobrarles con el 20% de descuento. Pero a Paula le
esperaba una humillación más...
—Oye, ¿y qué tal
hace las pajas mi amiga Paula?
El chico no pudo
más que lanzar un suspiro sonriendo, dando a entender lo maravillosa que podía
ser Paula.
—Ya te dije cuando
hicimos el trato que mi amiga es muy buena con una polla en las manos, la pena
es que no hayas probado su boca, las chupa como ninguna.
Y con una risotada
ordenó a Paula coger los paquetes y salieron del establecimiento.
Ahora sí que le
resultaba difícil andar a Paula tan cargada de paquetes como iba. Además ni
quería pensar en la mancha claramente visible de su falda y en aquella
abundante corrida sobre sus zapatos. Rogaba para que nadie se diera cuenta de
aquello. Llegaron al coche y Alicia arrancó...
—Haremos una parada
más antes de la cena.
Paula estaba
aterrada, ¿dónde irían ahora? Tal y como iba vestida, con una mancha en su
falda y con sus pies y sus zapatos con aquella plasta que ya se había secado
sobre ellos. Alicia condujo y se paró delante de un sex—shop.
—Bien, toma esta
lista y entra. Yo no entraré contigo. Compra todo lo que hay en ella y pide
ayuda al dependiente sin dudarlo. No quiero fallos. Y si quieres una rebaja ya
sabes qué proponerle al chico que esté en el mostrador.
Paula salió del
coche escuchando la risita de Alicia. Se quedó parada junto al coche mientras
leía la lista: tres plug anales de diferentes tamaños, un consolador largo
negro, unas pinzas para los pezones con cadenas, dos muñequeras, una para las
muñecas y otra para los tobillos, una mordaza con forma de polla y otra de
bola, una palmeta de cuero, un gato de nueve colas, un tubo de lubricante...
—¿Aún estás ahí?
¡Date prisa!
La voz de Alicia la
sobresaltó. Miró alrededor en el aparcamiento del sex—shop, sólo había tres
coches. Paula abrió la puerta y entró en la tienda. Al momento se convirtió en
el centro de atención de los tres hombres que había allí. "Lo mejor es
pedir ayuda al empleado y salir de aquí lo antes posible", pensó Paula.
Ella hasta podía notar el olor de su coño inundado y pensó si aquellos hombres
podrían también oler su coño goteante. Se dirigió al empleado y le dio la
lista...
—Necesito comprar
estas cosas.
El hombre se
entretuvo en leer la lista ante la mirada avergonzada de Paula.
—¿Todas estas cosas
son para usted?
—Sí —susurró
humillada.
—¿Y qué va a hacer
con todas estas cosas?
—Me ordenaron que
las comprara.
—¿Quién, su marido?
Paula no sabía qué
decir. Finalmente dijo...
—No, una amiga.
El hombre salió de
detrás del mostrador y pasó su brazo por encima del hombro de Paula y la llevó
a la zona donde estaban colgados los juguetes. El hombre se tomaba su tiempo en
coger los artilugios a la vez que, a la menor oportunidad, manoseaba
descaradamente el cuerpo de Paula.
Después de lo que
pareció una eternidad, todo estaba en una bolsa y pagado y ya se dirigía al
coche. Puso las bolsas en la parte de atrás, pero sacando un plug anal y el
bote de lubricante, poniéndolos en una bolsa aparte, como le indicó Alicia.
—¿Te han hecho
rebaja?
—No, señorita Soto.
—Sería porque no
quisiste, eres tonta. Bueno, tú sabrás qué haces con tu dinero.
Alicia arrancó el
coche...
—Bien, ya es hora
de cenar. Seguro que tienes mucha hambre, no has almorzado.
Paula se dio cuenta
de que efectivamente estaba hambrienta. Alicia se dirigió a un restaurante
italiano...
—Yo decidiré lo que
vas a comer.
—Sí, señorita Soto.
Se sentaron en una
de las mesas del fondo y Alicia pidió un menú para ella y una ensalada simple
para Paula. Cuando el camarero se fue, Alicia puso la bolsa donde estaba el
plug y el lubricante encima de la mesa. Paula se preparó para lo peor.
—Ve al baño, pon
algo de lubricante en el consolador y métetelo en el culo.
Paula se puso de
pie despacio y cogió la bolsa.
—La bolsa la dejas
aquí, coge lo demás.
—Pero...
—¡Coge lo que
necesitas y deja la bolsa aquí te he dicho!
Paula cogió el bote
de lubricante y el consolador anal, lo cogió como pudo para que nadie pudiera
ver lo que llevaba en la mano al dirigirse al baño y salió a toda prisa. Una
vez en el servicio se metió en uno de los reservados de los váteres. Una vez
dentro, se sentó sobre la tapa y pensó sobre toda aquella situación.
Allí estaba ella,
toda una respetada profesora de Universidad, sentada en la tapa de un váter,
vestida como una vulgar puta, con su falda manchada claramente sobre su coño,
sus pies y sus zapatos manchados con una corrida seca, humillada, y ahora con
la cuenta corriente bastante más baja. Y para colmo, ahora se tenía que meter
un aparato enorme en su virgen culo. Sin poderlo evitar, se echó a llorar.
Sollozando, se
sobresaltó al volver a la realidad al escuchar las voces de dos señoras que
entraban en los servicios. Ella miró el consolador que tenía en la mano
mientras pensaba que era imposible que aquello entrara en su estrecho culo.
Abrió el tubo de lubricante y untó abundantemente el consolador, para después
también untar su ano. Introdujo uno de sus dedos en su ano para que se fuera
dilatando.
Quería esperar a
que no hubiera nadie en el baño para pasar a la operación de penetrarse, pero
en vez de eso, entró más gente y ya empezaba a pensar que llevaba demasiado
tiempo allí.
Puso la punta del
consolador en la entrada de su ano, "es demasiado grande", pensó.
Empujó un poco y la punta comenzó a entrar. Al entrar la punta del aparato
pensó que el dolor no era para tanto y que había sido fácil metérselo, aunque
resultaba muy incómodo.
Al final se lo
introdujo entero y se sentía realmente incómoda al ponerse de pie. Se bajó su
cortísima falda y salió del váter. Se lavó las manos, retocó su maquillaje y
salió sintiendo el molesto aparato profundamente metido en su culo.
—Has tardado mucho.
¿Has tenido algún problema para llenar tu culo virgen, Paula?
—Siento haber
tardado, señorita Soto.
—Tu ensalada y tus
barritas de pan ya están aquí. Quiero que te pongas una de las barritas en tu
coño y déjala ahí hasta que yo te diga.
Paula,
aterrorizada, cogió una barrita y cuidadosamente la metió bajo la mesa para
meterla en su coño, que gracias a las situaciones vividas estaba muy húmedo,
como parecía que era su estado natural desde que comenzó todo.
—Pero...
—Pero nada, Paula,
me tienes que estar muy agradecida por permitirte sentarte conmigo y no
ordenarte que estés a mi lado de pie haciendo lo mismo.
Paula cogió un
tenedor para empezar a comer su ensalada...
—Con los dedos.
Obedientemente
soltó el tenedor y comenzó a coger de la fuente con los dedos.
—Saca la barrita que
tienes en el coño y métete otra.
Paula hizo lo que
le ordenó y le pareció muy difícil conseguir hacerlo todo lo disimuladamente
posible para que nadie lo advirtiera.
—Ahora cómetela.
Paula obedeció a
Alicia sin rechistar y comenzó a saborear su coño en su boca. La comida
continuó hasta que Paula terminó por comerse toda su ensalada y cinco barritas
de pan. Alicia pidió dos mousse de chocolate como postre.
—Te permitiré comer
postre por lo bien que te has portado.
—Por favor,
señorita Soto, permítame utilizar la cucharilla para el postre.
—No, y no tardes en
comértelo, que tengo muchas ganas de llegar a casa.
Paula, avergonzada,
metió sus dedos en el postre y comenzó a comérselo. Ella pudo notar las miradas
de varias personas en el restaurante mirándola asombradas comer con los dedos.
—Ahora lámete bien
los dedos hasta dejarlos bien limpios y venga, paga ya que tenemos que irnos.
Paula lamió sus
dedos y pagó la factura. Se dirigieron al aparcamiento junto a la puerta del
restaurante y al andar, Paula sintió la tremenda molestia de tener un objeto
profundamente insertado en su culo.
Llegaron al coche y
Paula se quedó de pie al lado de la puerta en espera de la orden de Alicia que
la dejara entrar. Alicia se acercó a ella y le dio un pellizco en un pezón...
—Levántate la
camiseta hasta arriba.
—Por favor,
señorita Soto, déjeme entrar antes en el coche...
—Levántate la
camiseta ahora mismo o te la quitas para el resto de la noche.
Dando la espalda a
la puerta del restaurante, Paula levantó su camiseta dejando al descubierto sus
pechos y mostrando sus duros pezones apuntando hacia Alicia.
Su alumna puso una
pinza en uno de los pezones y tiró de él para comprobar que estuviera firmemente
apretado. Paula se mordió el labio mientras veía a Alicia pellizcar su otro
pezón y ponerle otra pinza que estaba unida a la otra por una cadenita.
—Ahora bájate la
camiseta, levántate la falda hasta arriba y entra en el coche.
Paula se subió la
falda y se bajó la camiseta, que era tan corta que no tapaba la cadenita que
unía las pinzas y que asomaba por debajo de la camiseta. Sus pezones le dolían,
pero ahora con la presión de la estrecha camiseta le dolían aún más.
Alicia cogió la
carretera para volver a la ciudad, cuando llevaban recorridos algunos
kilómetros Alicia paró en una gasolinera.
—Ve a la tienda y
cómprame un cepillo de dientes, que en tu casa no tengo.
Paula no sabía qué
hacer. Sus pezones pinzados eran claramente visibles a través de su apretada y
corta camisetita y la cadena que los unía llamaba mucho la atención. También se
daba cuenta de que con el consolador en el culo caminaba de una forma rara.
Lentamente abrió la puerta del coche y lo más natural y calmada posible se
dirigió a la tienda de la gasolinera.
En su interior
había tres chicos, pero no vio al empleado. Uno de los chavales se percató de
su presencia y avisó a los otros. Al escucharlo, el empleado apareció por una
puerta tras el mostrador.
Todos la miraban
fijamente con cara asombrada al ver cómo iba vestida y ver sus pechos con
aquellas pinzas y aquella cadena que colgaba. Uno de los chicos se acercó a
ella cuando estaba cogiendo un cepillo para los dientes de una de las
estanterías...
—¿Duele eso que
llevas en las tetas?
Paula lo ignoró
avergonzada e intentó salir de la tienda para volver al coche lo antes posible,
justo en el momento en que Alicia entraba.
—Chaval, te he
visto hablar con mi perrita, ¿qué quieres?
—Sólo le he
preguntado si esas cosas que tiene en las tetas le duelen, pero ha pasado de mí
y se ha dado la vuelta.
—¿Por qué no le has
contestado a este joven, Paula?
—Lo siento,
señorita Soto —dijo Paula, bajando su mirada avergonzada.
—¿Quieres decirle a
este señor si eso te duele?
—Sí, señor, me
duele muchísimo.
—Enséñaselo a estos
señores a ver qué les parece. Levántate la camiseta.
Paula, humillada,
se acercó hasta donde estaban los chavales y levantó su camiseta para que
pudieran ver sus pechos. Ella deseaba que la tierra se la tragase, nunca se
había sentido tan avergonzada en su vida.
—Tirad de la
cadena, veréis lo bien puestas que están, no se sueltan.
Uno de los
muchachos extendió su mano y tiró de las cadenas demasiado fuerte. Paula sintió
tal dolor que sentía que sus pezones ardían.
—No, no tires tan
fuerte, estropearás a mi perra. Mejor besadle los pezones para que se sienta
más aliviada.
—No, por favor... —dijo
Paula.
—¿Qué has dicho?
—Nada, señorita
Soto, lo siento.
—Ahora pídele a
estos chicos que te besen los pezones para que te sientas mejor.
—Por favor,
señores, hagan el favor de besar mis pezones —dijo Paula alzando sus pechos y
casi comenzando a sollozar.
Los chavales, uno
detrás de otro, comenzaron a chuparle los pezones por encima de las pinzas y a
masajearle las tetas.
No dejaron tampoco
de tocarle el culo e incluso se dieron cuanta de que no llevaba nada debajo de
la minifalda y alguno aventuró un dedo hasta su mojado coño. Paula estaba
humillada y avergonzada de estar en un lugar público con su cuerpo
completamente expuesto a las miradas y a los toqueteos de aquellos jóvenes y
agradeció que nadie más llegara al lugar.
—Ya está. Ahora,
Paula, agradece a estos señores lo bien que se han portado contigo y vámonos.
—Muchas gracias,
señores —y salió corriendo de la tienda completamente humillada, mientras se
bajaba la camiseta.
El resto del camino
hacia la casa de Paula fue bastante tranquilo, con ella acurrucada y sollozando
en su asiento.
Cuando llegaron a
casa, Alicia ordenó a Paula que subiera a la habitación y guardara todas las
compras, excepto los zapatos más altos que compraron y también le dijo que
pusiera todos los juguetes que compró en el sex—shop sobre la cama.
Paula tuvo que
hacer verdaderos esfuerzos para llevar todos los paquetes arriba con sus pies
tan doloridos. Cuando llegó, comenzó a guardar toda su nueva ropa en el armario
y a ordenar sobre la cama sus nuevos juguetes, incluidos los zapatos de 14 cm
de finos y afilados tacones.
Cuando terminó de
poner y ordenar todo en su sitio, Paula se sentó en una silla completamente
derrotada y con los pies reventados, pero al momento recordó que tenía que
pedir permiso para poder sentarse y se levantó de repente de la silla.
Su culo le dolía y
se sentía de lo más incómoda con el consolador metido hasta el fondo, sus
pezones le ardían y las pinzas parecían apretar más que nunca. Se frotó un poco
los pechos por encima de su camisetita para aliviar en algo el dolor que
sentía. De repente oyó los pasos de Alicia al llegar a la habitación...
—Quítate la falda y
la camiseta, perrita.
Al quitarse la
camiseta Paula se alarmó al ver sus pezones hinchados y de un color rojo
escarlata. Luego dejó caer la falda a sus pies y cuando se agachó a recogerlo
sintió la mano de Alicia sobre su culo.
—Tienes un buen
culo, ¿cómo estás con el consolador dentro?
Paula se enderezó
rápidamente...
—Es incómodo,
señorita Soto.
—Me encantan como
están tus pezones, perrita.
Alargó una mano y
cogiendo la pinza del pezón derecho la retorció. Paula no pudo reprimir un
grito, el dolor fue muy intenso.
—¿Te duele, perra? —dijo
Alicia al tiempo que con su otra mano cogía la pinza del otro pezón y la
retorcía también.
El "Sí"
que exclamó Paula a gritos fue estremecedor y gritando, Paula le dijo...
—¡¡¡Por favor,
Alicia, basta!!!
Alicia frunció el
ceño y retorció con más rabia ambos pezones...
—¿Alicia?
—¡¡¡Perdón,
señorita Soto, lo siento mucho, señorita Soto!!!
—Eso está mejor —contestó
Alicia al tiempo que soltaba los pezones hinchados.
—Veamos lo que
tenemos aquí —dijo Alicia, ignorando los sollozos y los temblores de Paula.
—Primero agáchate
que vea cómo tienes el consolador del culo —dijo sentándose sobre la cama.
Paula se puso de
espaldas a Alicia y se agachó.
—Abre tu culo con
las manos, quiero verlo bien.
Paula con sus manos
abrió su culo dejando bien a la vista el consolador.
Alicia cogió el
extremo del consolador y lo sacó de pronto. Paula gritó.
—Bien, sigamos
ensanchando tu culo, vamos a usar ahora el consolador más grande. Sigue así,
abriendo tu culo.
Alicia cogió el
consolador y esta vez no lo lubricó, sino que lo metió en el coño de Paula para
que se embadurnara y lo metió sin muchos miramientos en el culo de su
profesora. Después Alicia metió sus dedos en el coño de Paula, que estaba
completamente empapado y chorreante.
—¡Vaya! ¿Tanto te
gusta todo esto, perrita? Veo que te encanta ser esclava.
Paula se sentía
mortificada, cómo es posible que todo aquello excitara tanto su coño...
—Se equivoca,
señorita Soto, no disfruto nada con todo esto que está pasando.
—Entonces explícame
porqué tu coño hasta chorrea por tus piernas de lo empapado que está.
—No me lo explico,
señorita Soto —susurró Paula.
Alicia siguió
metiendo y sacando sus dedos del coño de su profesora, luego los sacó y los
puso delante de la cara de Paula.
—Chúpame los dedos
y déjalos limpios de estos jugos de perra en celo.
Paula sacó su
lengua y de nuevo degustó el sabor de su propio coño hasta que dejó
completamente limpios los dedos de su alumna. Después, Alicia le ordenó que se
quitara los zapatos que tenía y se pusiera los nuevos. Los pies de la pobre
Paula protestaron cuando forzó aún más sus doloridos talones.
—Ahora quiero que
te pongas en cuclillas, yo pondré este enorme vibrador en el suelo y quiero que
tú misma te lo vayas metiendo en tu coño.
Paula se puso en
cuclillas sobre aquellos increíblemente altos tacones y con todo el equilibrio
de que era capaz, lentamente hizo que el enorme vibrador negro entrara en su
húmedo coño.
—Ponlo en marcha.
Paula alargó su
mano y le dio al botón que ponía en marcha el motor del consolador.
Inmediatamente una oleada de placer la llenó.
—Ahora sácatelo y
chúpalo.
Paula comenzó a
chupar el enorme y empapado vibrador.
—Ahora, perra, voy
a darte unas instrucciones que quiero que sean obedecidas inmediatamente. Si
cometes algún fallo te castigaré. ¿Lo has entendido, perra?
—Sí, señorita Soto.
—Ahora vas a lamer
y chupar esa polla de goma lo mejor que sepas hacerlo. Necesitas practicar
chupando esa polla para cuando tengas que chupar una de verdad y quiero que
seas la mejor chupando pollas. Mientras chupas esa polla, con la otra mano te
metes otro vibrador en tu coño y lo mueves bien. Pero cuidado, no se te ocurra
correrte sin mi permiso. Si te corres te prometo que lo sentirás en el alma.
Imagina que te están follando mientras le comes la polla a otro tío. Y ahora
venga, hazlo.
Paula comenzó a
chupar la polla negra de goma mientras con la otra mano se metió otro
consolador en el coño. Al momento comenzó a sentir que se le acercaba un
orgasmo. Estaba muy caliente con tantos estímulos, además de todo lo que le
estaba pasando desde que comenzó a ser la esclava de aquella niñata.
Mientras tanto,
Alicia iba sacando fotos de su profesora, observando que hacía verdaderos
esfuerzos por evitar lo inevitable. Cuando Alicia vio que Paula estaba a punto
de tener un orgasmo, alargó una mano y comenzó de nuevo a retorcer una de las
pinzas de los pezones con rabia. Paula lanzó un grito estremecedor cuando de un
tirón, Alicia arrancó una de las pinzas de sus doloridos e hinchados pezones.
El dolor traspasó su cuerpo.
Su orgasmo se fue
de repente, pero poco tardó en comenzar a llegar de nuevo. Su coño chorreaba
por sus piernas y las babas se le caían por la comisura de sus labios chupando
la gran polla negra.
Cada vez bombeaba
más rápidamente el consolador de su coño. Su cara estaba completamente roja y
su cuerpo ardía de placer cuando vio que le llegaba el orgasmo y seguía
intentando por todos los medios evitarlo. Se sentía desconcertada. De nuevo,
Alicia de un tirón arrancó la otra pinza que quedaba firmemente sujeta en un
pezón y el fuerte dolor de nuevo hizo alejar el orgasmo momentáneamente.
A Paula ya todo le
daba igual, no le importaba que Alicia siguiera sacando fotos, ni que la
castigara por correrse. La polla en la boca, un vibrador grande metido hasta lo
más profundo de su culo, otro bombeando en su empapado coño, todo aquello era
demasiado para retener el orgasmo.
Paula no pudo
resistir más y cayó al suelo en el mismo momento en que empezó a gritar bajo
los efectos del más intenso orgasmo que nunca antes hubiera tenido en toda su
vida.
Se retorcía en el
suelo mientras seguía gimiendo y moviendo el vibrador, todo le daba igual,
olvidó el dolor, la humillación, en esos momentos todo le parecía bien bajo
aquel inmenso orgasmo.
Explotó de placer
hasta el máximo, dejando salir el vibrador de su coño para agarrárselo con
fuerza, ya que se dio cuenta de que se estaba meando de puro placer con los
últimos espasmos de placer. Ni se fijó en los destellos del flash de la cámara
en manos de Alicia.
Cuando Paula se fue
relajando y tranquilizándose, comenzó a darse cuenta de que estaba
completamente perdida para siempre, que nunca podría dejar de ser la esclava de
su alumna. Pero algo en su interior le decía que no importaba, nunca había
sentido tanto placer en su vida. Ella miró a su alumna y se dio cuenta de que
aún le quedaba mucho por pasar y experimentar junto a aquella niñata. Sintió
algo de miedo por su marido y su hija, si ellos algún día pudieran enterarse de
todo aquello...
—No te has portado
bien, perrita.
—Lo siento,
señorita Soto, estoy avergonzada por mi falta.
—Mira cómo has
dejado el suelo, está todo manchado con tus jugos y tu meada, quiero que lo
limpies todo, perra.
Paula se levantó
para ir a buscar una fregona...
—¿Dónde vas,
perrita? ¡Limpia todo eso con tu lengua, lámelo!
Paula sin rechistar
ni pensárselo, se dejó caer a cuatro patas y agachándose comenzó a lamer todo
el líquido que había en el suelo, sus jugos y su meada mezclados. Así agachada,
quedaba completamente expuesto su culo y el vibrador que tenía insertado en el
ano.
Cuando acabó de
tragar y limpiar todo el líquido que manchaba el suelo, Alicia le ordenó que se
sacara el vibrador del culo y que luego limpiara con su lengua todos los
vibradores que había usado. Mientras hacía todo esto, Alicia seguía sacando
fotos.
Después de que
todos los vibradores estuvieron limpios, Alicia cogió la mordaza con forma de
polla y se la puso a Paula, abrochando la correílla en su nuca. Cogió la
correa, la enganchó al collar y tirando, condujo a Paula a cuatro patas
escaleras abajo. Alicia llevó a Paula hasta el jardín del patio trasero.
Abrochó las muñequeras en sus tobillos y luego abrochó las muñequeras de sus
muñecas alrededor del árbol que había en el centro del patio.
—Dormirás aquí mismo
por haber desobedecido mi orden de no correrte, espero que te haya merecido la
pena desobedecer, perrita. Mañana discutiremos tu futuro de esclava.
Alicia le tiró una
toalla por encima...
—Esto es lo que
usarás de manta, hace frío esta noche.
Alicia se volvió y
entró en la casa cerrando la puerta trasera. Luego, de improviso, encendió la
luz del patio y se fue hacia el dormitorio. Allí quedó Paula, desnuda,
amordazada y atada a un árbol en la fría noche. Rendida, apoyó su cabeza sobre
el árbol e intentó dormir, increíblemente nada le importaba en esos momentos,
quizás que a algún joven le diera por asomarse por la valla del jardín y la
viera en esa situación, pues aunque la valla era alta, nunca se sabe...
Alicia apareció en
el jardín sobre las nueve de la mañana y se encontró a Paula estremeciéndose de
frío bajo la toalla.
—Buenos días,
perrita —dijo alegremente.
—Buenos días,
señorita Soto —masculló Paula.
Tenía frío, estaba
sucia, hambrienta y necesitaba usar el baño. Alicia soltó los enganches de las
muñequeras y ayudó a ponerse en pie a su esclava. Después de dejar que se
estirara por unos momentos, agarró la correa del collar y le señaló con un dedo
que se pusiera a cuatro patas. Tirando de la correa ambas se dirigieron a la
entrada de la casa. Alicia se paró antes de entrar.
—Un momento,
¿necesitas hacer tus necesidades antes de que entremos?
—Sí, señorita Soto,
necesito hacer mis necesidades.
—Bien, pues date
prisa.
Paula se puso en
cuclillas, recordando el día anterior lo humillada que se sentía y cómo hoy no
tenía tanta importancia. Soltó un potente chorro de orina y en esos momentos
pensó que qué pasaría cuando tuviera una necesidad mayor que orinar. Bueno, ya
se preocuparía de eso cuando surgiera la necesidad. Una vez terminó de orinar,
ambas entraron en la casa.
—Ahora sube arriba
y date una ducha, pero recuerda, nada de tocarte y ni se te ocurra usar el
váter. Ah, y recuerda, para moverte por la casa siempre a cuatro patas, como la
perra que eres.
Paula, exhausta, se
dirigió al baño. Estaba cansada, las dos últimas noches había dormido
poquísimo. Sus músculos estaban entumecidos y sus pies estaban hinchados. Sus
pezones y su culo le dolían mucho.
Paula dejó que el
agua caliente recorriera su cuerpo, relajándola. Luego se enjabonó bien y se
lavó tranquilamente. Lavó su pelo dos veces hasta que lo notó muy suave. Al
cabo de un rato entró Alicia en el baño, enganchó la correa en el collar y la
sacó de la bañera conduciéndola hasta el dormitorio.
—Seca tu cuerpo y
tu pelo, luego maquíllate de la forma que sabes que me gusta. La ropa que
vestirás hoy está sobre la cama, cuando termines de maquillarte te la pones.
¿Por cierto, a qué hora llega tu hija hoy?
Esa pregunta la
hizo volver a la realidad. Su hija volvería un día antes que su marido.
—Ella tendría que
estar en casa sobre las cinco de la tarde, señorita Soto.
—Bien, ahora tienes
treinta minutos para prepararte. Te espero en la cocina y no se te ocurra
retrasarte.
Paula se secó
rápidamente y se maquilló exageradamente, como le gusta a Alicia. Luego se puso
los ligueros rojos y las medias rojas que había sobre la cama. También estaban
los terribles zapatos de tan altos tacones sobre la cama. Se miró al espejo
cuando terminó, y ante ella contempló una mujer de 37 años maquillada como una
fulana, vestida, o mejor, desnuda con unos simples ligueros.
Se sentía ridícula,
sin embargo, sin mucho pensárselo ni preocuparse por ello, comenzó a bajar los
escalones sobre aquellos terribles zapatos y se dirigió a la cocina. Alicia
estaba sentada ante la mesa comiendo unas tostadas y con una humeante taza de café
en la mano.
—Tu desayuno está
en ese cuenco, en el suelo.
Paula dirigió la
mirada al rincón y vio que había dos cuencos, uno con cereales de trigo secos,
y otro con agua. Sin pensárselo se puso a cuatro patas y comenzó a comer los
cereales. Estaba hambrienta. Con la boca metió algunos cereales en el agua y se
los comió.
Cuando ella
terminó, Alicia se estaba levantando de la mesa y le ordenó limpiarlo todo y
encontrarse con ella en el salón. Cuando Paula terminó, se dirigió junto a
Alicia. Ésta la esperaba y dándole el consolador para el culo y el tubo de
lubricante, le dijo...
—Pon esto en su
lugar.
Paula fue a
dirigirse al baño, pero Alicia la detuvo.
—Nada de eso,
perrita, póntelo aquí mismo.
Sumisamente, Paula
cogió el tubo de lubricante, lo abrió y untó la punta del consolador. Se puso
de cuclillas y comenzó a forzar su ano de nuevo. Alicia la miraba atentamente.
Paula reconoció que le entró más fácilmente que el día anterior, pero seguía
siendo muy incómodo. Una vez que el vibrador estaba completamente alojado en su
culo, Alicia le ordenó que se arrodillara antes ella.
—Paula, reconoce
que tú nos enseñaste las reglas de la gramática escribiendo mucho y también que
cuando corregías los exámenes o no lo hacíamos bien, nos castigabas, ¿verdad?
—Sí, señorita Soto.
—Bien, ahora yo he
preparado una lista de reglas para ti. Es importante para ti que nadie se
entere de tu situación de viciosa esclava y de perrita. Tienes que seguir todas
estas reglas al pie de la letra y sin rechistar o recibirás un castigo. ¿Está
claro?
—Sí, señorita Soto.
—Las reglas no
están abiertas a discusión, no hay nada que tú puedas decir. Si no entiendes
algo de las reglas, pregunta.
—Sí, señorita Soto.
Alicia le dio las
reglas a Paula en un papel.
—Lee todo esto bien
fuerte, así compruebo que no te saltas nada y que lo entiendes todo. Y piensa
que pueden agregarse más reglas en adelante.
Paula comenzó a
leer:
"Las reglas de
conducta y de cómo debo vivir en adelante como esclava y perra:
*Yo permaneceré
siempre desnuda con tacones mínimo de 12 centímetros cuando esté sola o cuando
mi dueña decida.
*Cuando no esté
completamente sola, llevaré una minifalda y una camiseta juvenil, con medias y
ligueros y con tacones más bajos, a menos que mi dueña diga lo contrario.
*Siempre llevaré mi
pelo y el maquillaje como a mi dueña le gusta.
*Sólo comeré lo que
mi dueña me permita y nunca usaré cubiertos a menos que esté mi familia
delante.
*Nunca usaré el
retrete. Si estoy sola en casa haré mis necesidades en el jardín del patio
trasero.
*Siempre tendré mi
ano lubricado por si mi dueña decide usarlo.
*Siempre tendré mi
pubis depilado completamente.
*Nunca usaré bragas
o sujetadores a menos que mi dueña diga lo contrario.
*Si estoy sola en
casa, dormiré siempre desnuda y en el suelo, a menos que mi dueña diga lo
contrario.
*Nunca, bajo ningún
concepto, me negaré a una orden de mi dueña.
*Siempre llevaré mi
collar cuando esté sola o cuando me lo ordene mi dueña.
*Nunca me sentaré
sin una orden de mi dueña.
*Nunca tomaré
ningún tipo de decisión personal o laboral sin consultar con mi dueña.
*Siempre llevaré un
consolador en el culo, y cuando esté sola, pinzas en los pezones en todo
momento, salvo instrucciones contrarias de mi dueña, además de tener el consolador
negro siempre a mano.
*Respetaré a todos
los estudiantes tratándolos de usted y de señorita o señor
*Siempre estaré
sonriente
*Todas las mañanas
cuando me despierte y todas las tardes cuando llegue del trabajo me masturbaré,
pero sin llegar al orgasmo nunca sin el permiso de mi dueña.
*Mi dueña es la
propietaria de mi sexualidad, ella decide cuando me corro.
*Estaré disponible
sexualmente para cuantos hombres o mujeres decida mi dueña.
*Siempre que coma,
he de empapar mi comida con los jugos de mi coño o comer en el cuenco según
decida mi dueña.
*Reconozco que
obedeceré todas estas reglas sin dudas, así como todas las nuevas reglas y
órdenes de mi dueña, para tratar de ser una buena perrita.
*Yo entiendo todas
estas reglas, que mi vida está controlada enteramente por mi dueña y que a
partir de ahora soy su esclava permanente para lo que quiera y que lo hago
convencida de querer ser una esclava y una perra al servicio total de mi
dueña."
—Bien, Paula,
¿alguna pregunta?
—Ninguna, señorita
Soto, todo lo acepto. Soy su esclava y perra.
—Estaba pensando en
el cuarto de invitados que tienes. Podemos decir a tu familia que estoy
teniendo algunos problemas y que tú me permites quedarme aquí una temporada con
el permiso de mis padres.
—Sí, señorita Soto,
como desee.
—Ahora sube a tu
dormitorio y ponte la faldita y la camiseta que he dejado sobre la cama y luego
iremos a ver a mis padres para decirles que me quedo en tu casa una temporada
antes de que llegue tu hija.
Paula se dirigió
hacia el dormitorio pensando que no tenía más opción que obedecer, pero, ¿ver a
sus padres? y ¿por qué su coño seguía tan mojado y su mente estaba tan
tranquila, relajada y convencida de su condición?
Se puso la
minifalda, que en esta ocasión era realmente corta y casi se veía su culo y la
camiseta que de nuevo era tan corta y estrecha. Los erectos pezones sobresalían
exageradamente a través de la camiseta, parecía como si fueran a traspasar la
tela. El consolador en el culo seguía siendo muy incómodo. Cuando terminó bajo
al salón y se encontró de nuevo con Alicia.
—Por favor,
señorita Soto, yo no puedo ir a ver a sus padres vistiendo de esta manera...
—No te preocupes,
ese es mi problema, no el tuyo. Ponte tu collar.
Desconcertada,
cerró el collar y ambas se dirigieron a la calle a coger el coche. Paula se
subió en el coche pensando en qué tendría planeado Alicia al encontrarse con
sus padres con ella así vestida.
—Abre tus piernas y
súbete la falda hasta arriba —Paula obedeció— Mis padres viven a las afueras y
yo quiero que juegues con tu coño hasta que lleguemos allí.
Paula extendió aún
más sus piernas y metió su mano en la entrepierna, metiéndose dos dedos en su
coño y comenzando a acariciarse. La humedad de su coño comenzó rápidamente a
manchar la tapicería del asiento. ¿Cómo podía sentirse tan excitada al ser
obligada a comportarse de esta manera?, pensó.
Después de unos
veinte minutos llegaron a la casa de Alicia. La casa era enorme y estaba en una
lujosa urbanización. Tenía una alta valla y la puerta se abrió con un mando a
distancia que tenía Alicia. Aparcó en la puerta y ordenó a Paula que bajara del
coche y pusiera su falda en su lugar. Paula dudó, no quería salir del coche.
Alicia salió, dio la vuelta, abrió la puerta de Paula, enganchó la correa al
collar y tirando, la obligó a salir del coche.
—Mis padres están
ansiosos por conocerte.
Paula no sabía qué
hacer, cuando finalmente, Alicia la condujo hasta la puerta tirando de la
correa.
Alicia hizo ademán
de abrir la puerta con la llave, pero de repente se detuvo. Sonrió maliciosamente
a su profesora y le dijo que esperara un momento. Alicia se dirigió al coche,
abrió la puerta de atrás y sacó una gabardina. Llegó hasta Paula y le ordenó
que se la pusiera, ésta suspiró aliviada. Luego le quitó el collar y le dijo
que se comportara normalmente. Paula pensó que cómo se iba a comportar
normalmente con unos altísimos tacones, vistiendo una gabardina fuera de lugar
y sin podérsela quitar en ningún momento.
Alicia entró en la
casa y Paula la siguió a dos pasos. Llegaron al salón donde se encontraban los
padres de Alicia, que estaban a punto de comenzar a almorzar. Los padres fueron
muy atentos con la profesora, aunque la miraron un poco extrañados al excusarse
por no quitarse la gabardina aludiendo a que estaba algo resfriada y no quería
coger frío.
Alicia comenzó a
explicar a sus padres que se iría una temporada a casa de su profesora para
ayudar a su hija, que tenía algunos problemas y que su profesora pensó que le
sería de ayuda, ya que Alicia era la alumna más aplicada. Los padres no
pusieron ningún tipo de objeción, todo lo contrario, estaban encantados de que
la profesora de su hija le pidiera ayuda a ésta.
Los padres
invitaron a comer a ambas. Alicia estaba encantada, pero excusó a su profesora
diciéndoles que acababa de comer antes de ir a su casa. Así que Alicia se sentó
en la mesa con sus padres e indicó a Paula que se sentara en el sofá mientras
ella comía algo. Paula no sabía dónde dirigir la mirada, su estómago le estaba
dando verdaderos pinchazos hambrientos.
Los padres de
Alicia le dirigieron algunas palabras y algunas preguntas sobre los progresos
que su hija estaba haciendo en los estudios, a lo que Paula contestó que todo
el profesorado estaba muy satisfecho del rendimiento académico de Alicia.
Después de comer,
Alicia fue a su dormitorio a preparar una maleta con sus cosas. Cuando ambas
salieron a la calle, después de una hora en la casa, Paula sintió un alivio
tremendo, aún le temblaban las piernas. Los padres las acompañaron hasta la
puerta para despedirse. Nada más arrancar el coche, Alicia ordenó a Paula
quitarse la gabardina. Paula lo hizo e inmediatamente se levantó la falda hasta
arriba para sentarse directamente sobre la tapicería del asiento. Alicia la
miró complacida al no tener que ser ella quien recordara las obligaciones de su
nueva esclava.
Al rato de ir
conduciendo, Alicia le preguntó a Paula si tenía hambre. La profesora asintió.
—Bien, iremos a un
sitio para que te alimentes con algo bueno.
En vez entrar en la
ciudad se dirigió a las afueras, hacia la zona portuaria. Allí se fijó en una
tasca algo apartada de todo y paró el coche.
—Bájate del coche,
veamos qué encontramos aquí para que comas algo.
Le costó bajar del
coche, pero Paula obedeció y ambas se dirigieron al bar. Dentro había un
tabernero y cinco hombres en la barra hablando juntos animadamente. Todos los
hombres se volvieron al ver entrar a la extraña pareja formada por una dulce
jovencita y una mujer vestida como una puta. Poco tardaron en lanzarles algún
que otro piropo poco fino. Se sentaron en una mesa y uno de los hombres se
acercó a ellas para preguntarles qué deseaban.
—Para mí una Coca-cola
y para la puta, creo que quiere algo un tanto especial.
El hombre, a pesar
de su aparente rudeza, no dejó de sorprenderse ante la contestación de la
joven.
—¿Y qué es lo que
desea su acompañante, señorita?
—Creo que lo que
desea son hombres, o mejor, según me dijo por el camino, le encantaría un buen
surtido de pollas.
—Aquí estamos para
serviles, señoritas.
—A mí con que me
sirva una Coca-cola estoy contenta pero, ¿tendrán esas pollas que quiere mi
amiga?
—Bien, intentaremos
complacerlas.
El hombre se volvió
con mirada risueña y lujuriosa hacia donde se encontraban los otros hombres y
comenzó a hablar con ellos señalando hacia la mesa donde ellas se sentaban.
Alicia le dijo a Paula, que estaba completamente roja y sin saber dónde
meterse...
—Me dijiste que
nunca habías tragado leche de hombre, bien ésta es tu oportunidad, además de
que será lo único que comas. Espero que no me dejes en mal lugar y disfrutes
tragándotelo todo, son seis, así que creo que tu estómago quedará satisfecho.
¿Lo harás o te quito toda la ropa y te dejo aquí tirada en el puerto? Además de
que mañana puedes encontrar sabrosas fotos por toda la Universidad...
—Haré todo lo que
quiera, soy su perra, señorita Soto.
Alicia la miró
complacida cuando el hombre llegó hasta su mesa con una Coca-cola y con una
amplia sonrisa.
—Mis amigos y yo
tenemos lo que su amiga desea, señorita.
—Bien, ella sólo
quiere chuparles las pollas y tragarse todo lo que echen, pero nada más. Es muy
buena chupando pollas, ¿le parece bien?
—Perfecto,
señorita.
Paula estaba
anonadada, aquello era increíble. Nunca, ni en sus más oscuras fantasías había
imaginado aquello, pero sin embargo seguía chorreando por su entrepierna, su
cuerpo parecía desear aquel trato.
—Bien, pasaremos al
baño y cerraremos la persiana de la puerta —dijo el hombre.
—No, no hace falta,
a ella le encanta el sabor de macho en las pollas, y no hace falta que cierre
la puerta, igual entra algún otro, que seguro mi amiga estará encantada de
vaciarle las pelotas.
Alicia ordenó a
Paula levantarse e ir junto a los hombres y hacer su trabajo, advirtiéndole de
nuevo que un fallo podría traerle desagradables consecuencias.
Paula se levantó y
se dirigió al grupo de hombres, mientras Alicia permanecía sentada tomando su
refresco y dispuesta a disfrutar del espectáculo y la humillación de su
esclava.
Paula se levantó la
camiseta, dejando al descubierto sus generosos pechos y se alzó la falda. Poco
tardaron los hombres en meterle mano. Se arrodilló ante ellos, que poco
tardaron en rodearla y sacarse sus pollas. Ella se tragó la primera que tenía
enfrente mientras los hombres la toqueteaban y la obligaban a masturbar las
otras por turnos con sus manos. La primera polla no sabía mal, parecía que el
hombre se había lavado hacía poco, pero otro la reclamó y casi le entran
arcadas al notar un sabor agrio y fuerte.
No obstante y
pensando en las consecuencias de una posible queja, comenzó a succionarla con
fuerza lo mejor que sabía, para que todo acabara cuanto antes. El hombre se
corrió en su boca y Paula sintió el líquido viscoso y excesivamente caliente
entrando por su garganta. Las náuseas fueron terribles, pero hizo todos los
esfuerzos de que fue capaz por aguantar, y bien que aguantó.
Aquello pareció
durar una eternidad cuando el último hombre se corrió en su boca. Tragó todo lo
que salió de aquellos miembros y los limpió uno a uno. Le dolían los pechos y
el culo de los constantes y bruscos manoseos a los que fue sometida.
Su coño tampoco se
libró de sentir los dedos de aquellos hombres. Cuando terminó del todo, se alzó
como pudo con las rodillas doloridas, los hombres la ayudaron a incorporarse.
Cuando llegó hasta la mesa donde la esperaba Alicia muy sonriente, ésta le dio
un lápiz de labios.
—Ve al baño, no te
limpies la cara ni esos chorreones que tienes en el pelo, pero sí quiero que te
pintes de nuevo los labios, pero no te laves la boca, quiero que lleves el
sabor de la leche en tu boca, así te vas acostumbrando.
Paula fue al baño y
se miró. No se había dado cuenta de que algunos le habían manchado el pelo con
sus corridas y casi toda la cara. Su aspecto era patético. Se bajó la camiseta
y la falda. Casi sollozaba mientras se retocaba los labios.
Volvió junto a
Alicia...
—¿Qué te ha
parecido tragar leche?
—No me ha gustado,
señorita Soto.
—Ya te gustará, ya.
Vámonos.
Se dirigieron al
coche seguidas por las palabras satisfechas de los hombres.
Entraron dentro y
de nuevo Paula subió su falda.
—Han sido muy
amables estos señores. ¡Ah! y además nos han invitado a las dos, no has tenido
que pagar la Coca—cola ni tu comida...
Una maliciosa
risita salió de la boca de Alicia.
—Bien, vayamos a
casa, dentro de poco llegará tu hija y tienes que estar presentable.
Alicia no dejó de
mirar orgullosa a su profesora, que tenía la cara y el pelo lleno de las
corridas de aquellos hombres y contenta de que su esclava hubiera sido capaz de
tragarse todo aquello. Al fin y al cabo sólo era el comienzo, tenía preparado
un nuevo trabajo para su profesora, que comenzaba a tener unos gastos excesivos
y habría que reponer todo aquel dinero y el que siguieran gastando, un trabajo
fácil y donde ganara mucho rápidamente para que nadie en su casa se diera
cuenta.
Cuando llegaron a
casa, Paula llevó todas las cosas de Alicia al dormitorio de invitados y las
ordenó. Tenía una pinta lamentable con los restos secos de semen en su rostro y
su pelo. Sus pechos y su culo estaban aún doloridos por el manoseo y su coño
imploraba chorreante que Alicia le permitiera correrse.
—Ve a ducharte y a
lavarte el pelo, perrita, estás de pena. Dejaré sobre la cama la ropa que te
pondrás para recibir a tu hija. Y recuerda, nada de tocarte mientras te duchas.
Paula,
completamente dominada por su alumna y por su propia excitación fue a darse una
ducha. No tenía mucho tiempo, faltaba poco para que su hija llegara a casa.
Algo le preocupaba,
"¿Cómo se comportarían Alicia y ella misma delante de su hija sin que ésta
sospechara nada?".
Metió su cabeza
bajo el agua caliente y se relajó despreocupándose, ella no tenía que
preocuparse por aquello, sino Alicia, para eso era su Dueña. Lentamente el
jabón fue eliminando las impurezas de su cuerpo. ¿Qué ropa le tendría preparada
Alicia para cuando se duchara, cómo la maquillaría, cómo le ordenaría
comportarse...?
Continuará...
AUTOR: José Luis
Carranco (c) 2014—2015 — Derechos del autor.
Este relato se
publica en este blog con permiso de su autor.