Un nuevo relato del amigo José Cardilla, no tan breve como el anterior, pero igual de morboso. En este caso, la esposa ¿se venga? de su cornudo marido que la ha "obligado" a emputecerse con otros hombres.
Día de Revancha
Por : José Ignacio Cardilla
Mi mujer salió de la habitación con el rostro enrojecido por el enojo. Traía
los billetes apretujados en su mano y me los arrojó antes que pudiera pararme:
- Estás satisfecho ahora? Eso es lo que vale
“tu” mujercita para esos ordinarios…-
Tenía los ojos brillantes y un rictus duro
pero apetecible le marcaba la boca; olía a sexo, a semen, a hembra total.
Estaba terriblemente atractiva y en sus ropas se notaba el ajetreo de la
desmesura y los manoseos que había recibido. Se alejó de mí buscando la salida,
y noté una cierta dificultad al caminar (pensé: “Cómo le habrán dado para que
camine así!...”). Se volvió para que la siguiera y, en la puerta que recién
dejaba, vio a uno de ellos que groseramente, se acariciaba el paquete, dando a
entender que ella caminaba así por su causa. La miró y le sonrió burlonamente:
- Cuando quieras preciosa… - y luego,
mirándome a mí: - Un lujo, amigo: el culo de tu mujer es un verdadero lujo.
Deberías cuidarlo más, Je, je…
Conduje a casa sin hablarle, sin atreverme a
mirarla siquiera. A pesar del enojo, se veía soberbia, magnífica, como si las
horas que había pasado encerrada con esos tipos la hubieran embellecido a
fuerza de polvos. Sin mirarme, dejó ir una leve sonrisa y como al descuido
abrió un poco las piernas y se hizo aire con las manos, refrescándose los
muslos y el sexo. Mientras se abanicaba y yo simulaba no verla, comenzó a
murmurar:
- Qué puta me siento… Qué pedazo de puta me
hicieron sentir!... Qué daño me hicieron esos brutos… ordinarios… feos… con
grandes… pijas…- y sutilmente uno de sus dedos acariciaba la mínima bombachita,
como aliviando su hendija.
– Qué… miembros esos!... qué vergüenza!...-
y abandonando su cabeza hacia atrás, abrió de golpe las piernas dejando ver en
el interior de sus muslos y en la tela que cubría apenas la inflamada vulva,
las inequívocas manchas blancuzcas que el calor de sus amantes había depositado.
Lo hizo adrede, para que yo viera y comprobara cómo la habían disfrutado y no
quedaran dudas de lo que había hecho. Un inmediato choque eléctrico me recorrió
y terminó con una erección que se mantuvo hasta llegar a casa. No dijo más nada
y no fue necesario: ella sabía que por haber accedido a realizar mi fantasía,
tenía poder sobre mí. Yo, lo único que pensaba era cómo convencerla para que me
cuente en detalle lo que había pasado y comprobar si había disfrutado o no; si
la habían forzado o ella había colaborado en las cosas que le hicieron… (“Puta…
- pensé-… qué linda puta es mi mujer!”...)
Nada más bajar del auto tuve mi primer
castigo: unos vecinos recibían visitas en ese momento; los hombres se volvieron
a mirarla sin disimulo; incluso alguno en voz baja, envidió la linda puta que
yo había ligado; el dueño de casa se apresuró en aclararle que era mi esposa y
que tuviera más cuidado para que yo no escuchara; todo en susurros y
comentarios entrecortados de los que sólo pude percibir “culo”, “puta”,
“mortal”… Avergonzado, saludé tímidamente mientras mi vecino eludía los
comentarios de sus visitantes para que no los escucháramos. Entraron a su casa mirando a mi esposa que contoneaba el culazo casi,
casi a propósito.
Apenas entramos en casa, se desbordó. Me
trató de pelotudo, de mediocre, de enfermo. Cómo se me había ocurrido
entregarla a otros hombres por dinero. Cómo había forzado compartirla. Que no
era una cosa, que sentía, que era un mujer ( y qué mujer! pensaba yo), que no
era una puta… que yo… era un cornudo. Y para rematar: cornudo consciente. Todo eso
lo dijo mientras se quitaba la ropa; el leve saco tipo sastre, la camisa de
gasa que descubrió su pechos desnudos (había salido con sostén y regresaba sin
él; trofeo seguro de alguno de sus cogedores); la apretada pollera que parecía
reventarle las prominentes caderas y finalmente, la empapada bombacha que me
arrojó a la cara… oh, dioses: olía a semen y estaba pastosa, cubierta de babas
blanquecinas, inundada de la urgencia de sus amantes. La tomé, la olí con
fruición… “cornudazo”, me dijo, y se fue a la ducha.
A los cinco minutos golpearon la puerta. Era
mi vecino y uno de sus amigos que me pedían unos cubos de hielo porque habían
agotado los suyos. De fondo se oía el ruido del agua que venía del baño;
disimuladamente trataban de mirar sobre mi hombro hacia el interior; la excusa
de los hielos era una obviedad: querían ver a mi mujer otra vez. Para seguirles
el juego los hice pasar al rellano y les dije que esperaran; fui por los hielos
y en eso se abrió la puerta del baño. Salió ella envuelta en su bata y una
toalla en la cabeza; se sorprendió al verlos pero no hizo nada por cubrirse o
seguir hacia el dormitorio, sólo se quedó mirándolos y los saludó con un
“buenas tardes” y una media sonrisa.
- ¡Muy buenas!- respondieron ellos y se la
comieron con los ojos y se codeaban como
chicos que hacen una picardía. Yo regresaba de la cocina y le recriminé
con la mirada estar así delante de ellos, pero ella me ignoró y giró con
vehemencia hacia la habitación. En el pasillo, y con los ojos de los hombres
clavados en el bamboleo de sus caderas, soltó la toalla de su cabeza y sacudió el
pelo, en un gesto de seducción que completó ya frente a la puerta, al volverse
y mirarlos nuevamente; sonrío otra vez y entró a la habitación.
- Este… eh… los hielos, muchachos… sepan disculpar
a mi mujer… lo que pasa es que no esperábamos visitas…
- No, vecino, no hay ningún problema, al
contrario: da gusto ver una pareja tan linda como Ustedes!... Imagino que lo
pasan muy bien – dijo marcando las palabras y en clara alusión a ella.
- Sí, muy bien – corté seco y agregué,
también con doble intención- Bueno… se les van a derretir los hielos…
Sonrieron, dieron las gracias y se fueron.
De inmediato fui al dormitorio a increparle
su actitud; una cosa era que yo hubiera propiciado que otros se la cogieran y
otra muy distinta, que ella se comportase como una puta por motus propio. (Dios
mío! Qué errado estaba pensando así!).
Cuando entré, me quedé de una pieza: en
cuatro sobre la cama, totalmente desnuda y el culo en pompa aplicaba crema sobre
el ano dilatadísimo (recordé su caminar al salir de la cogida). Pero lo más
grave era que las cortinas estaban abiertas y la ventana daba directamente al
patio del vecino, donde él y sus invitados trajinaban preparando un asado. Era
cuestión de tiempo que miraran hacia la ventana y la vieran, si no lo habían
hecho ya. Di un salto hacia las cortinas pero su voz enérgica me contuvo:
- Ni se te ocurra cerrarlas!!...
- P… pero… Elena… estás en bolas y los
vecinos ahí afuera!...
- Ahora te preocupás de los vecinos!! Ahora
querés que sea decente, después que me hiciste coger por tres tipos… No!! Ahora
soy yo quien decide y quiero aliviarme el dolor que me dejaron en el culo y si
esos idiotas ahí afuera me ven, pues se joden!!... Seguro son tan pajeros como
Vos!!...
Había levantado la voz, no mucho, lo
suficiente para transmitir su enojo y también para ser escuchada afuera. Y pasó
lo inevitable: cuando levanté la vista, dos de los invitados estaban
boquiabiertos mirando a mi mujercita, con el culo hacia ellos y el agujero
encremado. De inmediato avisaron a los otros y en segundos fueron seis los
hombres que la miraban, mi vecino incluido. No pudieron reprimir su calentura y
bromearon entre ellos, diciéndole cosas:
- Mamá! Qué buenas estás, mi amor!!! -
- Querés que te cure la colita bebé? –
- Somos un equipo, te atendemos mami?...-
- Diosa!!!!... Si querés vamos ya y
arreglamos una terapia intensiva!!…
Y varias cosas por estilo y algunas más
soeces y vulgares. Yo, avergonzado por completo, estaba oculto tras las
cortinas, fuera de su vista; creyeron que mi mujer estaba sola en la cama. Una
erección machaza y dolorosa me abultaba el pantalón. Ella lo notó y su mirada
se hizo más dura:
- Mirá bien, cornudito, mirá las cosas que
hace tu mujercita cuando vos no la ves y te quedás afuera imaginando cómo se la
cogen… Ni se te ocurra mostrarte!... Te quedás ahí y mirás callado la boca.
Ahora vas a ver cómo se vuelven locos esos pajeros. Eso sí: si se les ocurre
venir hasta acá, Vos le vas a abrir la puerta!... Cornudo!!! (ella me lo decía
como una ofensa; no sabía el placer que me causaba imaginarla con otro…)
Cambió de posición; se recostó sobre la espalda y abrió generosamente las piernas; la
vulva enrojecida y depilada se grabó en la retina de los hombres; comenzó a
aplicarse crema con lentitud y premeditación, disfrutando de mostrarse y
calentar a quien quisiera mirarla. Los hombres estaban a punto de saltar el
cerco de ligustrina que separaba ambas casas; los más sacados eran los amigos
de mi vecino, se acomodaban las braguetas abultadas sin ningún disimulo y se
mordían los labios como si ya estuvieron disfrutando su cuerpo. Ella, mientras,
introducía sus dedos, lento pero profundo en la concha encremada y movía las
caderas cada vez que entraban, buscando la mayor penetración. Comenzó a emitir algunos
gemidos y a moverse sensualmente cada vez más desatada; la mano libre fue a sus
pechos, pellizcando aquí y allá los oscuros pezones. Yo la miraba desde mi
escondite y no podía creer lo putona que demostraba ser en venganza a lo que la
había obligado. Cuando ya tres dedos en su interior anunciaban un orgasmo incontenible,
unos golpes en la puerta la interrumpieron. Sobresaltado, ví que de los mirones sólo
quedaban dos (serían tan osados los otros de querer entrar?... y no sólo a la casa!…).
Ella se detuvo, abrió los ojos y con voz entrecortada me indicó abrir:
- Te lo dije: querías que tu mujercita fuera
cogida por otros? Bueno, ahí están algunos machos calientes para tu puta. Andá
a abrir y deciles que los estoy esperando, que ya mis deditos no bastan…
No tuve reacción. Pálido y temblando por la
emoción y la vergüenza fui a abrir la puerta.
Por supuesto, ahí estaban: mi vecino y tres
amigos, visiblemente alterados, nerviosos y con la ansiedad marcada en sus
braguetas.
- Vienen por mas hielo, muchachos?... – dije
a modo de eludir lo que habían visto, tratando de evitar lo inevitable.
- …Mire, vecino: con todo respeto, me parece
que la que necesita hielo es su mujer… - hizo una pausa, estudiando mi reacción
y sondeando qué pasaba en realidad.
- N… no entiendo…
- Disculpá -intervino uno de los amigos-
pero tu mujer está desnuda en la habitación, con las cortinas abiertas,
mostrando todo lo que tiene y parece necesitar “algo”… no sé si me entendés…
- Pero que decís!! – traté de distraer
mostrando firmeza, pero desde el fondo, la voz de mi mujercita terminó de
develar la situación:
- Ay, amor… parece que llegaron los chicos…
hacelos pasar que no doy mááásss!!!
Fue suficiente: con una sonrisa de
satisfacción que les llenaba el rostro, me hicieron a un lado y los cuatro
avanzaron hacia el dormitorio; el último era mi vecino: - Tranquilo vecino,
sabemos cómo tratar estos casos -(cómo si fuera un síntoma... ¡clínico!)- y…
podrías venir, así ves cómo se hace…
La situación era humillante; ponerme
violento no hubiera hecho más que complicar las cosas; oponerme a la invasión
me dejaba más como boludo que como cornudo (y prefería esta ultima opción: un
boludo nunca sentirá lo que siente un cornudo); por otra parte, Ella los
había llamado y… la erección que tuve pensando en lo que venía me eximió de
cualquier otro análisis…
Nada
más entrar a la habitación se lanzaron sobre ella, desesperados cual lobos
hambrientos, dos a sus pechos y otro a su concha, la comieron y lamieron con
pasión de fuego mientras el vecino presentaba su tranca en la boquita putona de
mi mujer. Cuatro faunos demoliendo a su hembra a golpes de puro placer. Y Ella…
cediendo, resignando, entregada esta vez sí, a su puro y exclusivo disfrute (no
era forzada por tres hombres: se entregaba voluntariamente a cuatro, para
castigarme… - suponía ella…-)
No hubo muchos prolegómenos, ella quería
vengarse y ellos cogerla sin más. Mientras el vecino se recostaba de espaldas y
la sentaba sobre su vergota hasta los huevos de un solo golpe, otro le apoyaba
la cabeza de la pija en el ano y presionaba; los otros dos le sacudían las
vergas en la cara buscando una doble felación. Atravesando el patio venían
raudos los otros y de inmediato sentí los golpes en la puerta. Mi hermosa
mujercita se sacó las pijas que le llenaban la boca y con el contínuo y
enérgico vaivén en sus orificios que la movían toda, me ordenó lo que ya sabía:
-Dale… cornudo… ab… abrí la puerta… q… que…
uhm!... me faltan… uuhh!!... m… me faltan… dos pijas más… aahh!!...-
Los hombres me miraban con cierta lástima
pero no aflojaban la tremenda garchada que le estaban dando a mi mujer. Fui a
abrir la puerta con sus jadeos de fondo.
- Venimos a la orgía – dijeron los caraduras
apenas abrí la puerta; y se mandaron; yo por detrás con la pija que me dolía de
tan dura.
En el dormitorio ya el cuadro había
cambiado: ahora el vecino, en la misma posición, la tenía clavada por el culo
hasta las bolas y le hacia de soporte para que los otros tres le hicieran la
concha por turnos; cuando ella vio llegar a los dos que faltaban se puso más
putona todavía:
- Ah!... por fin… chicos… ya… ah!... ya me…
me… hacía mal… aahh!!... la abstinencia… - mientras los pijazos le hacían
temblar todo el cuerpo.
Los nuevos la callaron llenándole la boca de
verga. No tardó mi amorcito en pegarse una corrida de campeonato, tanto que les
puso blancas las pijas a los tres que la cogían.
- No se desesperen chicos… que tengo leche…
para todos… - decía la muy turra, cuando los otros le perdonaban la boca un
segundo. El olor a sexo comenzaba su constante letanía y me hacía temblar las
fosas nasales. Los machos alterados disponían de su hembra a su antojo y esta
me lanzaba de vez en cuando furibundas miradas cargadas de deseo, morbo y placer
de venganza:
- …Ves… cornudazo?.... ves cómo coge tu
mujer… aahh!!... te das… cuenta q… que no… no era… necesario aahh!!!... que me
vendieras?... Mirá cómo… me hago coger… porque yo… quiero… aahh!!...-
Sus propias palabras dispararon un segundo
orgasmo que le recorrió el cuerpo en chispazos de goce incontenible
- Ah, puta!... cómo apretás el culo… me vas
a cortar la pija si seguís acabando asi!!... – el vecino disfrutaba de la
constricción en su verga mientras la leche de mi amorcito chorreaba sobre sus
bolas hinchadas a más no poder.
- Qué puta resultaste, bebe!!!... ya nos
parecía… mostrarte así… delante de los hombres… y lo único que querías era
pija, no putona?... – y los otros cinco le hacían llover vergazos en la concha
reventada de leche… Casi era cómico verlos en fila, con sus garrotes lustrosos
y al palo, esperando su turno para enterrársela hasta las bolas.
Con tanto ajetreo sus descargas eras
inminentes. El vecino pidió cambio (¡cómo si fuese un partido de básquet!) acalambrado
de tanto sostenerla ensartada por el culo para que los otros la cogieran. La
fue levantando despacio, sacando su pija a punto de reventar hasta que un
¡plop! húmedo indicó que el agujero estaba libre de carne.
- Ay!... bruto - dijo ella, mimosa y loba -
me hiciste doler…
-
Limpiame las bolas, bebé. Las tengo llenas de tu leche… ¡Qué manera de acabar,
putita… - y, mirándome con sorna - vecino, parece que la tenías un poquito
descuidada… pero no te preocupes, te la vamos a dejar hecha una seda, je,je!...
Elena
se arrodilló y empezó a lamerle los huevos sorbiendo su propio orgasmo; le
quedó el culazo en punta y abierto. Sin perder tiempo y con la urgencia
atropellándose en sus miembros, los cinco restantes le fueron perforando el
culo y volcando su leche en ese cuenco precioso. Ella encadenó orgasmos
mientras sentía los chorros llenando su interior y la pija del vecino que le
explotaba en la garganta, el que a su vez, le daba suaves pellizcos en el
clítoris a modo de atenuar la terrible enculada que le estaban pegando.
Cuando
los machos terminaron de volcarle toda la pasión de sus bolas, ella quedó en
cuatro apoyada sobre sus manos, el rostro y los labios embadurnados de semen,
la concha inflamada y babeante, el culo totalmente abierto y lleno hasta el
tope, tanto que a un mínimo movimiento, comenzó a volcar sin remedio: cual
cascada de leche, su agujero dilatado manaba sin cesar, gruesos goterones
blancuzcos descendían por sus muslos mientras el ano se abría y se cerraba como
una boca que escupe sin cesar…
Mi
vecino y sus cinco amigos quedaron exhaustos, arremolinados junto a ella. Al
cabo de unos minutos, Elena extendió su mano sin mirarme pidiendo que la
levantara; era una imagen demoledora, parecía salir de una guerra… de sexo y
desenfreno. Uno de ellos reaccionó:
-
Vecino, tendrías que ayudarla a higienizarse un poco. Nosotros reponemos
fuerzas y te la atendemos otra vez…
Por
casi dos horas y media se extendió la intensa maratón sexual de los seis
hombres y mi señora. Tras lo cual y luego de acabarle dos veces mas cada uno,
dejándole los orificios repletos, se marcharon por fin, esta vez sí exhaustos y
satisfechos al cien por cien.
Cuando
volvieron a su casa descubrieron que el fuego del asado se había extinguido por
completo.
El
de mi mujer recién empezaba.
FIN
AUTOR: José Ignacio Cardilla (c) 2014-2015 - Derechos del autor.
Este relato se publica en este blog con permiso de su autor.