Tarde pero seguro, el lector Licurgo el Espartano, conocido comentarista del blog, me envió este excelente relato sobre una parejita que se inicia en el mundo de los cuernos, con macho dominante y marginal incluido.
El relato es largo, pero vale la pena (no tiene desperdicio).
La mudanza
Autor del relato: Licurgo el Espartano
Hacía un
tiempo que vivíamos en Parque Patricios (dos años, desde el 92), y para el 94
teníamos pensado mudarnos. Me voy a presentar, mi nombre es Federico, tengo
actualmente 46 años y les quiero contar algo que tuvo lugar en ese entonces.
Pero primero la voy a presentar a ella, Roxana, la protagonista principal de
esta historia. En aquel momento tenía 22 años y era mi novia, con quien
convivíamos desde 1991. Rubia, cabello corto, pechos prominentes, buena figura,
y una carita hermosa que encandilaba a cualquiera. Yo estaba profundamente
enamorado de ella. Era muy simpática y entradora, por cierto, algo que me iba a
traer varias complicaciones a corto y mediano plazo. Como les decía, nos íbamos
a mudar en marzo del 94; ya tenía todo arreglado con mi viejo para que me
cediera su antiguo departamento del centro de la ciudad, tal es así que
habíamos hecho todos los trámites de sucesión para que la propiedad quedara a
mi nombre. Era cuestión de tiempo hasta que los decoradores pusieran todo a
punto; mientras tanto, seguíamos alquilando en la casa tipo chorizo de
Patricios. Hasta que sucedió algo que iba a cambiar el curso de nuestras vidas.
Fue la aparición de nuevos vecinos en la casa (nosotros alquilábamos el
departamento de atrás), que se mudaron a la parte de adelante en el mes de
enero. Se trataba de cuatro tipos, entre los cuales había dos hermanos, Damián,
al que apodaban “el mono” y Carlos; los otros eran el “negro” Benítez y
Alfonso. Tenían todos un aspecto de cuidado; parecían tipos “pesados”, y de
hecho algunos vecinos del barrio comentaban que eran personajes que andaban en
el afano y la venta de drogas. Tendrían alrededor de 30 años promedio; Damián y
Carlos eran morochos y corpulentos (no eran mellizos, pero parecían dos gotas
de agua), en tanto que Benítez y Alfonso también eran morochos, pero bajitos y
de cuerpo más bien flaco. La llegada de ellos iba a modificar sustancialmente
las conductas de mi novia Roxana.
Roxy, que
siempre había sido bastante recatada a la hora de vestirse, comenzó a usar
ropas más “ligeras” (jeans cortados, pantalones cortos apretados bien en el
culo, remeras ajustadas que le remarcaban las tetas, etc.). Yo lo atribuía al
verano, pero sin dudas había algo más. A
todo esto hay que decir que todos ellos se llevaron bien con ella desde el
principio. La saludaban en la puerta de casa o en la calle, le decían cosas
agradables, como por ejemplo, “hola hermosa, ¿cómo estás hoy?”, sin importar
que yo estuviera presente. A mí me molestaba, ciertamente, pero Roxy siempre me
consolaba: “ay amor, son chicos atentos, nada más”, y reía, con esa soltura y
simpatía que la caracterizaba. A mí, en cambio, me tenían reservado otro tipo
de trato. Sus miradas eran hostiles, sobre todo las de Carlos. El “mono” Damián
era más bien distante, y tal vez el único que amagaba a acercarse era Alfonso,
que a veces me observaba fijo y me largaba alguna frase del estilo: “¿cómo anda
compadre?”. Yo le contestaba con un tibio “hola”, o “chau”, según el caso, y la
cosa quedaba ahí. Pero Roxana fue entrando cada vez más en confianza con ellos,
sobre todo con el “mono” Damián. Ella tenía un empleo de medio tiempo en una
tienda de mascotas por la tarde, mientras que a la mañana iba a la facultad
donde estaba haciendo la carrera de Veterinaria. Yo llegaba de la oficina a las
20 horas, y Roxy ya estaba en casa desde las 17. Más de una vez en esos días,
cuando volvía de trabajar, la encontraba conversando muy animadamente con el
“mono” por el pasillo de la casa. Pero el día que la vi cebándole mate a él y a
su hermano Carlos en la escalera de la entrada, me dije que lo mejor iba a ser
mudarnos de allí lo antes posible. Recuerdo la incomodidad de aquel encuentro.
Mi novia estaba a carcajadas limpias y ellos la lisonjeaban de lo lindo. Cuando
llegué Roxy me saludó como si nada, mientras que Carlos me lanzaba una mirada
de odio. El “mono”, en cambio, sonreía a la distancia con suficiencia, como si
intuyera que eso que pasaba no me gustaba para nada. Roxy, en tanto, aprovechó
para despedirse muy cariñosamente de ellos:”chau chicos, un besito a los dos,
me voy con mi novio que llegó del trabajo y está cansado, mañana seguimos
charlando”. Una sensación horrible me invadió, porque mi novia tenía demasiada
confianza con estos extraños y deduje que la única manera de frenar esto era
hablando claramente con ella de la situación, para que la cosa no se ponga más
complicada de allí en adelante.
-Te digo
que quiero que dejes de tratarlos, no me gusta cómo te miran, y tampoco me
gusta la confianza que vos les das.
-Pero Fede,
mi amor, me estás haciendo un planteo ridículo, son solamente vecinos. Quiero
que se sientan cómodos en su nueva casa, nada más.
-No me
gustan Roxy, son tipos pesados, andan en cosas raras, se la pasan todo el día
acá adentro escuchando cumbia. Además entra y sale gente de su casa a cada
rato. Te repito que no quiero que los frecuentes.
-Mejor me
voy a dormir cielo, cuando te ponés así de celoso sos insoportable. Chau.
Me dejó
sólo en el comedor y se fue a la habitación. Supuse que había ganado la batalla
y que todo volvería a la normalidad luego de la charla. Sobre todo con una
noticia que me vino al pelo y de la que me notificaron al día siguiente. Estaba
en la oficina, como de costumbre, cuando la secretaria me dijo que había
alguien que se quería comunicar conmigo en la línea dos. Era el decorador del
departamento del centro (que ahora era mío, y de Roxy, por supuesto), para
avisarme que estaba todo listo, que el lugar estaba en condiciones para que nos
mudáramos cuando quisiéramos. Mi alegría no podía ser mayor. Ese día volvía a
casa para comentarle a Roxy la buena nueva, cuando en la escalera de entrada a
la casa vi algo que me dejó helado. Estaban los cuatro personajes allí y mi
novia sentada sobre las rodillas del “mono” Damián. Todos riendo a carcajadas,
y de fondo, el sonido de la cumbia que provenía de la casa de los susodichos.
El “mono” le tocaba las piernas descaradamente y no se detuvo por mi llegada.
Roxy, sin moverse de donde estaba, me saludó como si nada.
-Hola amor,
estoy acá con los chicos, me están enseñando canciones de cumbia. Es divertido,
no te das una idea de todo lo que saben.
-Sí,
sabemos bastante -intervino Alfonso- y a tu novia parece que le copa…
Los demás
soltaron algunas risitas (incluida Roxy). Yo no atinaba a reaccionar. El hijo
de puta este de Damián le dio un beso en el cuello a mi novia sin que ésta
dijera absolutamente nada. Ahí traté de ponerme firme y le dije a Roxy:
-Mi amor,
vamos para casa que tengo que hablarte.
-Ufa-espetó
mi novia.
-Bueno
boys, tengo que irme, ya saben lo pesado y aburrido que se pone Federico a
veces. Mañana los veo y me cuentan más sobre la cumbia, ¿eh?
Antes de
irnos le dio un beso muy cariñoso a cada uno. Al “mono” Damián le dio un beso
fuerte en la mejilla que duró varios segundos y con abrazo incluido. Éste
aprovechó para tocarle disimuladamente el orto.
-Sos una
descarada Roxana -le solté cuando llegamos a nuestra casa- no viste como te
toqueteaba ese tipo. ¡Y vos no le decías nada!
-Pero amor,
es sólo de cariño que lo hace. Si Damián es un dulce.
Observé
cómo se puso luego de emitir esa frase. Parecía transportada hacía otra
galaxia. Era evidente que ese Damián la podía.
-No me
gusta nada -atiné a decir, aunque sin demasiada firmeza- menos mal que todo
terminará pronto.
-¿Qué es lo
que se va terminar? -preguntó Roxy extrañada.
-Era la
sorpresa que te traía hasta que me topé con ese mazazo ahí afuera. Está todo
listo para que hagamos la mudanza. Me llamaron los de la decoración y me
dijeron que podemos ocupar el departamento cuando queramos –dije, aunque con
tono desganado.
-No sé, mi
amor -atinó a comentar ella- ahora que lo pienso mejor ese departamento es
chiquito y acá estamos más cómodos. Esperemos un tiempo más hasta juntar algo
de guita y comprar algo más grande.
-¡Pero no
Roxy! -me desesperé- ¡nos tenemos que mudar ya!
-No, cambié
de opinión. Además me gusta el barrio -añadió ella.
-Me tenés
harto -le dije- ahora porque están esos tipos te querés quedar. Realmente creo
que a veces te importa un carajo lo que yo siento.
Acto
seguido ella se largó a llorar. Yo intenté volver sobre mis dichos, pero ella
lloraba cada vez más. Me decía que era un egoísta, porque no pensaba en ella,
ni en sus deseos. Yo me conmoví. Realmente la amaba, y verla así llorando me
llenaba de angustia. La consolé como pude, e inmediatamente intenté
contemporizar:
-Bueno
Roxy, tomémonos un par de días para ver lo de la mudanza, vos lo pensás bien y
después decidimos, ¿dale?
Ella no
contesto. Simplemente se levantó del lugar adonde estaba (la cama) y me informó
lo siguiente:
-El sábado
estamos invitados a un asado que van a hacer los vecinos en la terraza. Bah,
sólo me invitaron a mí, pero por supuesto yo te quiero ahí conmigo. Si no
querés venir me avisás, y si venís no pongas cara de culo, no quiero que ellos
piensen que estoy con un pelotudo.
Llegó el
sábado y desde temprano sonaba la cumbia a todo volumen en la terraza.
Estábamos listos para salir de casa, y ver como Roxy se había arreglado para la
ocasión me puso entre incómodo y excitado. Caí en la cuenta que desde hacía
varios días no teníamos sexo, y observarla con su pollera de jean corta,
zapatos de taco y una remera escotada me hizo parar la pija de pronto.
-Che, Roxy,
¿qué te parece si hacemos algo antes de ir para el asado? Hace varios días que
no…
-Ay mi amor
-me interrumpió ella -¿justo ahora?- si nos demoramos nos perdemos las
entradas. Dale, vamos que los chicos me prometieron unos chorizos…
Subimos a
la terraza y el griterío de fondo se me hizo más patente. De movida nos recibió
Alfonso, quien nos saludó de forma simpática, aunque un poco extrañado:
-Vaya
linda, parece que se nos vino acompañada, je, je. En fin, donde comen dos comen
tres, pero te aseguro que hoy la que va a comer más vas a ser vos…
-¡Ay,
Alfonso! -Soltó mi novia- y rió divertida.
A mí eso no
me gustó nada, pero no me sentía en igualdad de condiciones para enfrentar la
situación y poner los puntos desde el vamos. Mucho menos cuando todos los demás
me vieron llegar con Roxy. A más de uno le disgustó mi presencia.
-Pero nena -dijo
Benítez- te esperábamos a vos sola, mirá que ahora no se si vas a tener tanta
carne…
Todos los
demás rieron, alrededor de ocho o nueve tipos, más una mina que estaba sentada
al lado de la parrilla.
-Sí, va a
alcanzar -sostuvo Damián, que oficiaba de parrillero con el torso desnudo- para
Roxy tenemos bastante carne…
-Ja, ja -reían
a coro- algunos ya estaban bastante chupados.
-¿En serio
tus amigos creen que hoy no me va a alcanzar la carne? -le dijo Roxy al “mono”
en tono demasiado familiar.
Acto
seguido se acercó y lo saludó de manera especial. Fue un saludo efusivo, con
besos, mimos y abrazo incluido. Continuaron abrazados mientras conversaban
animadamente, mientras los otros hablaban a los gritos. Yo, a esta altura, me
sentía un boludo y tenía ganas de rajar y llevarme a mi novia. Carlos me miraba
con bronca, como si me tuviera odio, y eso me perturbaba. Estaba incómodo con
la situación. Mientras tanto, Alfonso me hablaba de cualquier cosa y yo hacía
como que lo escuchaba. En eso viene la mina esta que estaba sentada y me ofrece
cerveza. Me dispuse a tomar y Alfonso me comentó que a ella la llamaban “la
china”, y que andaba noviando con el “negro” Benítez.
Al cabo de
varios minutos mi novia se puso eufórica. Coqueteaba con todos, aunque más bien
se comportaba como si los estuviera provocando. El efecto de la marihuana que
consumía, y que circulaba por toda la terraza, evidentemente le estaba haciendo
efecto. Se agachaba cada vez que podía y dejaba que se le viera la bombacha.
Además le hacían todo tipo de comentarios con doble sentido, que a ella, lejos
de amilanarla, la empujaban a seguir con su juego. Llegó a mojarse con agua la
remera por intermedio de una manguera que había allí (lo que provocó el festejo
de todos); de esa forma se le remarcaban todavía más esas enormes y hermosas
tetas suyas. Eso me molestó mucho porque
además de los vecinos había cuatro o cinco tipos más (con un aspecto bastante
desagradable cada uno de ellos; algunos gordos y viejos inclusive) que observaban
la situación con ganas de cogerse a mi novia y de asaltarme a mí en cualquier
momento. En eso aproveché para decirle a Roxy:
-Roxy, dejá
de actuar así, parecés una puta provocando de esa manera -le dije visiblemente
molesto.
-¡¿Qué?! -me
repuso ofendida- ¿porqué no me dejás de joder? Te dije que si ibas a estar con
cara de orto y mala onda no vinieras. Mejor andate y dejame disfrutar. Aparte
no van a ver nada que no hayan visto antes…
Todos
enseguida pretendieron interactuar con ella, así que la cosa quedó allí. Me
quedé atragantado con lo último que me dijo, pero no tuve más remedio que
tratar de acomodarme a la situación. No obstante, luego de tomar tres o cuatro
vasos de cerveza comencé a relajarme. Bueno, al menos esto lo va a hacer más
llevadero, pensé. Pero un efecto extraño me estaba sacudiendo por dentro. No
sabía qué carajo era. Lo que recuerdo es que los ojos se me cerraban. Por un
momento desperté y vi una imagen que me causó profundo escozor; era la del
“mono” Damián manoseándole el culo descaradamente a mi novia al lado de la
parrilla. Después siguieron otras, las de la mayoría de ellos comiendo y
gritando al mismo tiempo. Finalmente, cuando desperté completamente, noté que
Roxy no estaba. Tampoco estaba el “mono” Damián ni su hermano. La “china” y
Benítez también estaban ausentes. Sólo había algunos tipos dormidos sobre las
sillas y Alfonso conversando y riendo a los gritos con un chabón bastante
colocado. En eso me acerqué a ellos:
-Parece que
se levantó el amigo- me tiró Alfonso. El otro me miraba con la cara demacrada
de tanto chupi y porro.
-¿Dónde
está mi novia?-pregunté.
-No sé, si
no sabés vos -contestó Alfonso.
-En eso me
acerqué para ver hacia el lado de la calle por la baranda de la terraza. Estaba
ocupada solamente por los que habían venido al asado. Llegué a reconocer a la “china”
y a Benítez sentados en el cordón de la vereda de enfrente, besándose. Había
otras personas alrededor, pero no podía identificarlas desde allí por la
oscuridad. Miré el reloj y vi que habíamos pasado la medianoche. Bajé enseguida
con el corazón latiéndome a mil. Alfonso intentó detenerme. Sin embargo, logré
eludirlo y llegué a la calle. Lo primero que hice fue ir hasta la esquina más
próxima, aunque allí no había nadie. Luego pensé en volver a casa, pero
presentía que Roxy no iba a estar allí. Me dispuse a buscar el auto para tratar
de localizarla (teníamos un Fiat que yo usaba para ir al laburo y también para
llevar a Roxy a la facultad por las mañanas) que estaba estacionado cerca de la
otra esquina. De pronto caí en la cuenta que no tenía las llaves; Roxy me las
debe haber sacado cuando estábamos en la terraza. A medida que me aproximaba al
auto, no daba crédito a lo que veían mis ojos: mi novia entre Damián y Carlos
(el primero arriba y el segundo abajo) recibiendo una doble penetración dentro
del coche. Cuando Damián me vio, abrió la ventanilla e increpó a Alfonso, que
llegó atrás mío y que me venía siguiendo desde la terraza:
-Boludo,
¿por qué no lo retuviste?
-Es que se
le pasó el efecto de la pastilla y salió volando -le contestó el otro.
Me acerqué
más y observé una sincronización casi perfecta en el acto sexual. Bajaban y
subían al ritmo de los gemidos de Roxana. En eso Roxy me ve, y me dice, con
cara de lujuria:
-Esto es lo
que vengo haciendo desde hace un par de días amorcito, no sabés que rico que se
siente.
El “mono” y
Carlos bramaban mientras le seguían dando. Roxy comenzó a pedir: ¡cójanme
chicos! ¡Así!, ¡quiero dos pijas juntas, vamos!
Yo no lo
podía creer. Roxy, que siempre había sido tan pura, tan jovial, ahora parecía
una puta poseída. A mi lado Alfonso observaba todo con una sonrisa ladina. Una
mezcla de excitación y dolor me invadió del todo. En eso Roxy lo llamó al otro:
-Vení que
te tiro la goma Alfonso.
-¡Roxy! -le
grité-. Ella sólo se limitó a sonreír. Alfonso había sacado la poronga afuera y
enseguida se la puso a Roxana en la boca. Ella lo mamaba con locura. A mi rara
vez me la chupaba. Me decía que le daba asco.
-Te la voy
a llenar toda de besos y mimos -le decía Roxy entre chupadas, mientras
continuaba subiendo y bajando de las pijas de los otros dos.
-Sí putita,
es toda para vos -acotó Alfonso.
Hasta que
entraron en escena la “china” y Benítez. El “negro” peló la verga ahí nomás y
se la metió en la boca a mi novia, compartiendo el espacio con Alfonso. La
“china” se apartó a un costado y se puso a mirar. Y allí estaba la atorranta de
Roxy, disfrutando de cuatro garlopas, que no iban a ser las únicas que se iba a
comer aquella noche (y las noches y los días y los meses y los años
siguientes); enseguida aparecieron el resto de los hombres que estaban en el
asado, todos haciendo fila para cogerse a mi novia; gordos y viejos
desagradables, pero algunos con penes descomunales. Aunque para ello debieron
esperar a que los hermanos acabaran con la doble penetración. Cuando estaban
por acabar le gritaban de todo a Roxy: ¡puta!, ¡tiragomas! ¡Cerda!, y Roxy
parecía regocijarse. Es más, se daba tiempo para contestarles: ¡Sí, soy una
puta barata, y quiero que me revienten el culo entre todos mientras mi novio
mira! Yo no lo podía creer, nunca había visto a Roxy actuar de esa manera.
Finalmente Carlos y el “mono” le acabaron adentro; Damián le llenó el culo y
Carlos la concha. Salieron del auto y Carlos se dirigió a mí:
-Linda puta
tu novia.
-Damián, en
tanto, me mostró la verga todavía en estado de erección. Era una pija de
proporciones gigantes. Con un gesto altivo me señaló:
-Con ésta
me la vengo cogiendo a Roxy todas las tardes.
Todos
rieron. Yo no contesté porque eran demasiados y no quería lola. Sin embargo,
sentí una gran impotencia por la situación. Roxy, en tanto, seguía dentro del
auto pero ahora con Benítez y Alfonso. Sacaba la cabeza por la ventanilla para
chuparles las pijas a los gordos y a los viejos. Se sacó una pija de la boca
por un momento y me comentó con impudicia:
-Mi amor, hace
rato que sos cornudo. Los vecinos ya me cogieron todos en estas últimas
semanas. Ahora tengo que complacer a sus amigos, je je.
Yo estaba
al borde de las lágrimas; más cuando uno de los viejos le acabó en la boca y
ella se relamió para sorber todo el esperma, mientras Benítez y Alfonso la
penetraban anal y vaginalmente.
-¡Que rico
esperma, mi vida! -dijo ella muy alegre- aunque la leche de Damián es la más
sabrosa -agregó.
-Uh!-
Dijeron varios, y volvieron a reír. El “mono” me miró con aire triunfal.
-Es la que
toma todas las tardes -me dijo.
Aquella
noche la usaron todos a su antojo. Yo sólo me limité a observar. Junto con la
“china” éramos espectadores de lujo. Aunque yo llevaba la peor parte, claro. La
“china” me miraba con lástima mientras se enfiestaban a Roxy. Seguramente debía
pensar que yo era bastante boludo para dejar que a mi novia se la cogieran así.
Por un momento pensé que ella pasaba por algo parecido, ya que Benítez -su
novio- también se cogía a Roxy. Sin embargo averigüé más tarde que ella y
Benítez no eran pareja, sino que cogían de cuando en cuando. En el momento que
me tocó llevarme a Roxy a casa ya estaba amaneciendo y casi todos se habían
ido. Estaba completamente cubierta de semen, de los pies a la cabeza. Chorreaba
leche por ambos agujeros y la cara la tenía toda embadurnada de esperma. Varios
restos de leche ya se habían secado en su rostro, y lo demás, que todavía estaba
fresco, era aprovechado por ella para llevárselo a la boca y tragarlo, para agregar
más semen a su estómago de todo el que había comido durante toda la noche. Por
fin llegamos a casa.
-Pero Roxy,
no me podés hacer esto -le decía yo- te cogieron todos, mirá como estás… ¿Qué
vamos a hacer a partir de ahora?
-Vos no sé,
pero yo no me voy a perder esta hermosa locura -me sostuvo mientras intentaba
engullir con el dedo un hilo de leche que le colgaba por el mentón- olvidate
por ahora de la mudanza, aunque eso sí, si querés nos podemos casar, como me
habías pedido en un momento –me propuso mientras saboreaba con su lengua y
deglutía finalmente ese hilo de leche de vaya a saber quién.
Era
increíble que me dijera eso en ese momento. ¡Estaba empapada de esperma de
viejos, gordos y maleantes y me proponía matrimonio así nomás, como quien no
quiere la cosa! Yo no le contesté, pero iba a aceptar, porque además era cierto
que ya se lo había pedido antes. Es que estaba enamorado de esa hermosura y con
todo esto nuevo tenía mucho miedo de perderla. Era un desafío por el que debía
atravesar para tratar de conservar el cariño de Roxy, y que mejor que el
casamiento para fortalecer ese amor.
El lunes
fui a trabajar, como siempre. Roxy no iba a la facultad porque estaba dolorida
del sábado anterior. Imagínense, el culo le quedó como un colador de tantas
pijas que recibió. La concha también le ardía, y la quijada de la boca le quedó
a la miseria de tanto chupar. Por otra parte, había ingerido mucho alcohol
(además de semen), y le había dado bastante a la fumata; eso también contribuyó
para que no quiera salir esa mañana de casa. Era temprano, pero en la puerta de
calle estaban Carlos y Benítez con dos tipos más. Se burlaron de mí ni bien me
vieron salir.
-Ahí se va
el cornudo -dijo Carlos.
-Chau
corneta -me tiró Benítez.
Los otros
dos se reían. Yo no les contesté pero me puse furioso por dentro. Esos hijos de
puta se habían cogido Roxy, y seguramente se la seguirían cogiendo si
continuábamos viviendo allí. Me preocupé al subir al auto, ya que Roxy estaría todo
el día en casa, y yo no regresaría hasta las 20. ¡Y esos tipos a esa hora ya
estaban en la puerta de calle! Me mortificó el asunto, pero tuve que ir a
trabajar, no tenía alternativa si, como decía Roxy, había que juntar más guita
para mudarnos a una casa más grande. Cuando subí al coche, el olor a sexo que
había allí dentro todavía era impresionante; había manchas de semen y flujos
secos por todas partes. Ya en la oficina estuve bastante preocupado por mi
novia. La llamé varias veces a casa pero no atendía el teléfono. Habrá salido
para despejarse, supuse. Por fin, luego de un día donde mi cabeza estuvo en
otro lado, terminó mi jornada laboral. A las 19.30 ya había subido al coche
rumbo a casa, preocupado por mi novia Roxana, sola con todos esos degenerados
que tenemos de vecinos. Cuando llegué, abrí la puerta de calle con mucha
desesperación, me dirigí lo más rápido que pude hacia el fondo donde vivíamos y
encontré la puerta de nuestro hogar entreabierta. Al entrar escuché gemidos que
provenían de la habitación; la angustia se estaba apoderando de mí alma. Entré
en la pieza, donde la puerta también estaba entreabierta, y vi a Roxy en cuatro
patas sobre nuestra cama recibiendo la carne de Damián por detrás; no alcanzaba
a ver si le estaba penetrando la concha o el orto porque la tenía de frente.
Cuando Roxy me vio, comenzó a gritar lo siguiente:
-¡Ahí llegó
el cornudo, bebé!, dale, ¡garchame más fuerte! ¡Haceme un hijo para que lo crie
él! ¡Ahora que me voy a casar con el guampudo quiero llegar preñada al altar
por otro macho! ¡Por uno de verdad, como vos!
Allí me di
cuenta que le estaba cogiendo la concha. No obstante, ese lenguaje provocaba
algo extraño en mí, como dolor, impotencia y también calentura sexual; esto
último algo que mi pantalón no podía disimular. El “mono” la seguía surtiendo y
me gritaba:
-¡Te la
reviento a pijazos, cornudo! Ahhhhh!
-¡Sí! -Decía
Roxy- ¡rompeme toda! Pero no me acabes adentro, quiero saborear tu leche en mi
boca, papi.
-¡Te la
doy! ¡Te acabo en la cama que compartís con el cornudo! ¡Te lleno de semen las
sábanas, putona!
-Dejó de
darle pija. La tomó por su cabeza y le puso la poronga a la altura de la boca.
No necesitó sacudirse mucho la verga, ya que el chorro de leche se disparó
enseguida sobre la cara de mi novia y parte también en sus tetas. Aunque fue
tanta cantidad que varios disparos ensuciaron las sábanas desechas de la cama.
Damián salió de la escena enseguida y se topó conmigo que continuaba
estupefacto sobre la entrada. Quería ir al baño a limpiarse:
-Correte
guampas, que me voy a limpiar de la cogida que le pegué a tu novia.
Roxy seguía
arrodillada sobre la cama, con la boca llena de semen del “mono”. Chupaba y
tragaba como una posesa la leche que le cubría toda la cara.
-Hola mi
amor -me dijo despreocupada- ¿Cómo te fue hoy?
La miré
contrariado. Le dije “bien”, pero pensé para mis adentros que era una
desconsiderada; yo preocupado por ella durante todo el día, y no fue capaz de
atender el teléfono porque se estaba haciendo dar matraca por ese salvaje.
-¡Que cara
cornudín! -me largó Damián que volvía del baño. Agarró el pantalón y la camisa
que estaban en el piso y fue hasta la cocina, donde escuché que abría la
heladera. Regresó con la ropa puesta y con una cerveza en lata. Una que había
comprado yo, por supuesto. Saludó a mi novia y le dijo que mañana iba a traer
dos amigos más para que siguiera probando pijas nuevas. Se sacó su verga ahora
flácida del pantalón y le dijo a Roxy:
-Dale un
beso de despedida, putita, je je.
-Mi novia
rió divertida y le dio un chupón a la cabeza rosácea de la prominente verga del
“mono”. Fue un beso tierno a la herramienta que estaba enamorando a Roxy poco a
poco. Damián se fue ignorándome por completo. Cuando estuve sólo con Roxana le
dije:
-Sos una
desfachatada, te estuve llamando todo el día y no me atendiste.
-Sí,
perdóname mi vida, lo que pasa es que me agarró Damián desde temprano y me
bombeó duro y parejo. Esa verga me pierde, no lo puedo evitar -dijo sincera.
-Además,
mirá como me tratás –le recriminé- me llamás “cornudo” y le pedís a ese que te
haga un hijo. No lo puedo soportar -dije con un nudo en la garganta.
-Ay mi
amor, esas son cosas que una dice cuando la están garchando. No vas a creer que
es en serio, ¿o sí? -repuso ella.
Me dispuse
a sacar las sábanas. Roxy me paró en seco, como alarmada:
-¿Qué vas a
hacer? -me dice.
-Voy a
cambiar las sábanas -respondí- están todas manchadas.
-¡No! – Se
sobresaltó ella- Dejá las sábanas en paz que no es para tanto…
-¡Pero
Roxy! Están todas cubiertas con el esperma de ese vago.
-¿Y que
tiene? – me replicó- Si es una delicia esa leche. Quiero dormir ahí para disfrutar
del olor de ese manjar exquisito.
Lo de Roxy
ya me parecía repugnante. No podía entender como se había vuelto tan puta. Ese
tipo la tenía engatusada o algo así. Me fui al comedor a buscar un refresco de
la heladera, a ver si podía descansar un poco, por lo menos. En eso Roxy me
advirtió:
-Y no se te
ocurra volver a decirle vago. No quisiera que se enterara y que tuvieras
problemas…
Era el
colmo. Mi propia novia me amenazaba con ese tipo. Esa noche tuve que dormir
junto a ella sobre las sábanas embadurnadas con el esperma de su macho. Pero lo
peor todavía no había llegado. En las sucesivas semanas Roxy se iba a
transformar en la putita del “mono”, y en definitiva, en la putita de todos los
vecinos. Cada vez le traían más machos para que se la cojan. Los fines de semana
mi casa se llenaba de machos que se la venían a empomar a Roxy. Y machos
distintos. ¡Llegué al punto de tener que atenderlos sirviéndoles bebidas o
café! Algunos me dejaban mirar mientras se la cogían (y yo me hacía la paja,
por lo menos), pero otros no querían saber nada y me tenía que quedar en el
comedor mirando televisión mientras la surtían en la pieza. Venían de a uno, de
a dos, de a tres, de a cuatro; hasta la enfiestó un plantel completo de
jugadores de fútbol de un club de Primera C (originario de la zona). Pero no
sólo los jugadores (tanto los titulares como los suplentes), también vinieron
los integrantes del cuerpo técnico: el DT, el médico, el utilero, los ayudantes
de campo, ¡y hasta los directivos! Cuando se corrió definitivamente la bola en
el club, vinieron algunos socios, también los “hinchas caracterizados”, y tres pibes
alcanza-pelotas, que no eran pibes sino tipos grandes, en este caso, pero que
también le dieron a Roxy su ración de pija y semen. ¡Hasta los vitalicios de la
platea se hicieron tirar la goma por mi novia! No se la podían coger porque en
ese entonces no había viagra, pero Roxy se las ingenió para sacarles la poca
leche que tenían. Se la tomó toda, como el resto de la leche de los otros tipos.
Y los viejos la miraban complacientes mientras ella los observaba con los
restos de sus leches por toda su carita, felices por tener a esta altura de las
circunstancias a una atorranta que les diera una alegría (alegría que por otro
lado no les daba su club, que siempre jugaba en la misma categoría). Pero
después de esa bacanal (un fin de semana completo, prácticamente), mi novia
sintió náuseas y mucho malestar estomacal. Tuve que llevarla al hospital de la
zona, donde le tuvieron que hacer un lavaje de estómago por la cantidad de semen
que había ingerido. Y menos mal que este equipo no tenía tanta convocatoria
(entre todos los que se la cogieron no habrán sido más de 250, contando
futbolistas, cuerpo técnico, directivos, socios e hinchas). Cuando se recuperó
y me dejaron verla en la sala del sanatorio le dije dramáticamente:
-Mi amor,
tenés que parar con esta locura. Esto que te pasó te tiene que servir como
lección. Aprovechemos y mudémonos cuanto antes.
-Ay mi amor
-me dijo ella sonriendo- ¿vos pensás que por esto que me pasó yo voy a dejar mi
nueva vida? Estás equivocado. Ahora estoy empachada, pero mañana voy a tener
hambre de leche de macho nuevamente. ¿Realmente crees que voy a renunciar a la
verga de Damián y a las pijas del resto de los tipos que él me trae? Estás loco
si pensás eso. Ahora si vos te querés ir es problema tuyo. Eso sí, olvidate del
casamiento, olvidate de mí, y olvidate de todo.
Me
estremecí. No soportaba la idea de separarnos. La amaba con locura, era una
sinrazón impresionante la que me invadía cuando miraba su carita. Una carita
angelical, jovial y despreocupada, aunque detrás de eso se escondiera una
terrible puta come vergas con ansias de bajarse a cuanto macho se le cruzara
por la vida. Menos a mí, por supuesto, desde que Damián le prohibió volver a
coger conmigo, aduciendo que yo era poco hombre para poseer a una hembra como
ella.
El año 94
transcurrió con Roxy cada vez más emputecida, y yo cada vez más sumiso a sus
caprichos. Me llamaba directamente “cornudo”, sobre todo cuando estaba en
compañía de su macho, el “mono” Damián. Éste la cogía cada vez que se le
antojaba, y era raro volver a casa todos los días después de trabajar y que él
o su hermano, u otros machos más, no se la estuvieran taladrando. El “mono”
había decidido que Roxy cogiera con los comerciantes de la zona para tener
acceso ellos a los bienes de consumo indispensables para la subsistencia humana.
Por eso me vi llevando a mi novia a los comercios del barrio para que los
hombres dueños de las tiendas la repasaran cuando se les viniera en gana, a
cambio, por supuesto, de suministros para los vecinos. En el último semestre
del año ya se habían cogido a Roxy los de la panadería, el fiambrero, los
soderos, el carnicero, el verdulero, y los de la gomería (que eran como 10),
más otros comerciantes de otros rubros. Los gomeros se llevaron a Roxy un fin
de semana completo a una quinta en Moreno y la hicieron coger hasta por los
caseros. Ella me contó que aquella vez la mearon entre 30 o 40 tipos (porque
invitaron a varios amigos más a la faena) y le calzaron por primera vez tres
pijas en forma simultánea: dos en la concha y una en el orto. Sin embargo, lo
más humillante para mí era tener que ofrecerla cada vez que salíamos “de
compras”. Damián me obligaba a decirle a los comerciantes: “señor, soy un cornudo
sumiso que viene a ofrecer a su novia en forma de trueque por víveres para sus
machos”. Y los tipos reían. El verdulero, un viejo degenerado que se la cogió
un par de sábados por la tarde, gustaba introducir pepinos y bananas en el culo
de Roxy, que gozaba como una yegua con ese tratamiento. Como recompensa Roxy le
tiraba la goma y le tragaba la leche, y cada vez que lo hacía me miraba con
cara lasciva, sonriendo y con expresión de puta. Recuerdo los sábados a la
noche ¡por favor! Eso sí que era tortuoso. Machos entrando y saliendo de la
casa a cada rato. Y más machos. Venían tipos de otros lugares, pero todos se
cogían a Roxy como querían. Y yo debía servir las bebidas y después limpiar
todo, ya sea en mi casa o en la de los vecinos. Se acercaban gordos
desagradables, desaliñados, con olor a vino encima. Me costaba, por otro lado, creer
que Roxy, una bella muchacha de 22 años, criada en San Isidro, católica
practicante e hija de un prestigioso Juez de la Nación, se dejara hacer todas
esas perrerías. Sí ustedes supieran lo que me costó conquistarla, ¡los peros
que me ponía la madre!, “no, mi hija es una señorita muy fina, no puede ir a
cualquier lado, usted le tiene que dar los mismos gustos que nosotros le
dimos”. Me rompí el culo para mantenerla y dárselos. Hasta tuve que esperar un
año para poder cogérmela. Y mírenla ahora, como una cerda reventada haciéndose
coger el culo hasta por el cartero (se lo garchó una tarde, de aburrida que
estaba, nomás). También venían a la casa viejos demacrados que se hacían tirar
un rato la goma y nada más, como Don Gervasio, que vivía enfrente y que apenas
se movía. Damián lo trajo y le dijo “abuelo, hoy se va a dar un gustito”. Roxy
casi lo mata. Le chupó la verga hasta que al viejo le empezó a dar un ataque de
espasmos. Y casi se muere de un infarto cuando Roxy lo miraba y le mostraba su
leche ya transparente, jugando con ella y llevándosela a la boca. Un sábado de
esos fue cuando decidieron entre todos los machos de la casa y también los de
afuera poner a Roxy en el centro de una habitación y hacerse tirar la goma en
masa, pero esta vez conmigo al lado de Roxy, agachado, y con los tipos
acabándole, meandola y escupiéndole, salpicándome a mí gran cantidad de flujos,
líquidos y saliva.
-¡Sí hijos
de puta!, ¡quiero sus leches! ¡Vamos, dámela toda Carlos, vos también Benítez;
dame la tuya Dami, mi amor! ¡Soy la puta de Parque Patricios! Les decía Roxy
aquella noche, que chupaba verga y les lamía las bolas a todos, mientras
algunos le cogían la boca con fuerza.
Los turros le
gritaban; “Cerda”, tiragomas”, “putona”, “chupapijas”. “atorranta”, “catadora
de esperma”, “exploradora de braguetas”, y muchísimas cosas más. Terminé
“mojado” con Roxy al lado totalmente empapada de leche masculina, de meo y
escupitajos. Ella se cagaba de risa y me gritaba: “¡cornudo, esto te pasa por
nabo! ¡Sos un pajero inútil! ¡Los demás me cogen y vos sólo te pajeás! ¡Inservible!
¡Tenés la pija muy chica!” Los otros le festejaban la ocurrencia y me pegaban
con la mano abierta en la cabeza (sobre todo Carlos, aunque no demasiado
fuerte). Y así continuó la cosa hasta diciembre, mes en el que preparamos todo
para el casamiento, que iba a tener lugar en enero del 95. Aprovecharíamos para
irnos de vacaciones con luna de miel incluida. Claro que no iba a ser yo quien
disfrutara de Roxy en esas instancias, ya que tanto en la fiesta de casamiento
como en la luna de miel-vacaciones, (donde se la cogieron hasta los mozos del
hotel), no pude siquiera tocarle las tetas a mi flamante esposa.
El día
anterior a nuestro casamiento, los cuatro vecinos decidieron darnos una
sorpresa. Roxy ya tenía en casa el vestido de novia y a estos tipos no se les
ocurrió mejor idea que “bendecir” el traje para que ella pudiera lucirse con él
en la iglesia. Llegaron a nuestra casa y le hicieron poner el vestido a Roxy
(se veía hermosa con el atuendo puesto) y me dijeron a mí que lo iban a “curar”
de una manera especial. Damián, Benítez, Alfonso y Carlos, con las chotas fuera
del pantalón, rodearon a mi novia que se había agachado frente a todos ellos y comenzó
a pajearlos suavemente, mientras les daba lengüetazos a las cabezas de las
pijas. Me miraba con su mejor cara de atorranta y me decía:
-Mi amor,
ellos van a bendecir mi vestido con un líquido muy especial, ¿sabés cuál es?
Los demás
se cagaban de risa, mientras mi novia seguía con el suave movimiento de sus
manos sobre sus vergas. Así, entre pajeos y chupadas, los cerdos le acabaron
encima del vestido, ese con el que me iba a jurar amor eterno al día siguiente.
El velo quedó completamente empapado de semen, y Roxy chupaba de allí todo lo
que podía. Yo lloré aquella vez porque no pensé que Roxy llegara a tanto. Digo,
es cierto que cogía con cualquiera y frente a mis narices, pero creía que Roxy
respetaba el valor simbólico de nuestra futura unión. Lo del vestido me resultó
tremendamente ofensivo, aunque no por eso iba a cancelar mi compromiso con
ella. Tal es así que al otro día nos casamos, por iglesia, con fiesta y todos
los chiches. Ya en el Registro Civil, Carlos y el “mono” se la cogieron en el
baño (porque, por supuesto, todos ellos, más una veintena de sus amigos,
vinieron al casamiento). Durante la ceremonia en la iglesia no tuve más remedio
que dar el “sí” frente a todos con Roxy a mi lado luciendo el traje todo sucio
de leche de estos zánganos. Cuando el cura dijo las tradicionales palabras de
“puede besar a la novia”, tuve que descubrir ese velo con manchas de semen
(tocándolo con mis manos, por supuesto), y me dio profundo asco. Para peor,
cuando el cura sostuvo el también tradicional “puede besar a la novia”, Roxy me
corrió la boca y me hizo darle un beso en la mejilla, primero porque Damián le
había dicho el día anterior que yo ya no podía besarla más en los labios, y
segundo porque en sus mejillas había semen seco del “mono” y de Carlos, que se
lo habían dejado después de la cogida en el baño del civil, hacía algunas
horas. Es más, en el momento anterior, cuando hube de ponerle el anillo, lo
sentí resbaloso frente al tacto de mis manos. ¡Luego caí en la cuenta que la
hija de puta de mi novia me lo había sacado a hurtadillas para que los dos
degenerados me lo llenaran de esperma!
Más tarde,
en la fiesta, la cosa se transformó en un descontrol gigante. Si bien la que
ahora era mi esposa debía disimular un poco porque estaba presente su familia
(la mía no le preocupaba mucho, ciertamente), se las ingeniaba para ir por
todos los pisos del salón para coger con cualquiera de los machos amigos y
conocidos del “mono” Damián, y también con él, por supuesto. Hasta masturbaba
tipos en los rincones, de forma disimulada. Mi suegra, por su parte, estaba
horrorizada con la presencia de estos sujetos en la fiesta y se acercaba para
echarme la culpa por haberlos invitado. Mi suegro la secundaba y repetía, como
tantas otras veces, que yo no era el hombre indicado para su hija. Así siguió
la cosa hasta que los familiares se fueron. Ahí mi esposa Roxy se soltó más y
se hizo coger por mis primos (Raúl, Gerardo y Daniel) y hasta por mis amigos
(Rubén, el Colo, Santiago, Darío, Marcelo y Abelardo). Todos juntos se la
dieron en medio del salón. El Colo estaba como sacado, repetía insistentemente:
“¡a esta puta le voy a reventar el culo!” Y así lo hizo. Y así lo hicieron
todos. Porque los mozos, el barman, el DJ, los fotógrafos, y los de seguridad
también aprovecharon para hacerle el culito a Roxy. Ahí se sumaron Damián y los
vecinos. También el dueño del salón, un viejo gordo de bigotes que tenía una
verga importante. El final de la fiesta fueron 60 o 70 tipos acabando encima de
mi mujer. Y todos gritándole “puta” y “comilona”. A mí me llamaban también de
dos maneras: “cornudo” y “guampudo”. Mis amigos, por su parte, se fueron del
salón felicitándome por la puta que tenía ahora como esposa, y más de uno
sincerándose conmigo y diciéndome que hacía rato que tenía ganas de cogérsela.
Mi mujer no daba más, pero me prometió que iba a dejar que me masturbara después
en el hotel observándola mientras dormía. Eso sí, sin hacer demasiado ruido
para no despertarla.
Las
vacaciones-luna de miel con Roxy fueron inolvidables, aunque para mí en un
sentido mucho peor que para ella. Bah, ella la pasó bomba, haciéndose encular
por una decena de hombres. Habíamos ido a República Dominicana por gentileza de
mi suegro, que nos había regalado el viaje. Ya en el comedor del hotel, el
primer día, Roxy se fijó en dos hombres negros que estaban sentados muy cerca
de nuestra mesa. Los llamó y los sorprendió de una:
-Chicos,
estoy con mi esposo de luna de miel, pero como mi macho en Buenos Aires no
quiere que yo coja con él, aunque a mí tampoco me interesa hacerlo, les aclaro,
necesito que ustedes me hagan el favor, ¿puede ser?
Los tipos
captaron la onda del asunto enseguida (la del macho corneador y el cornudo
sometido), mientras me miraban de reojo sonriendo.
-¿Tienen
amigos? -les preguntó Roxy.
-Todos los
que tú quieras, preciosa -le contestó el más corpulento de los dos, que debía
medir como dos metros.
Es así como
Roxy se bajó a una treintena de negros en una semana. Se la cogían en el hotel
o en algunas casas aledañas, propiedad de alguno de los tipos. Cuando íbamos a
la playa revoloteaba todo alrededor; la hija de puta estaba infartante, luciendo
una diminuta bikini, con unas tetas y un orto espectacular. Se estaba poniendo
cada vez mejor la guacha. Es como si la pija y la leche en cantidad le
mejoraran cada vez más su figura. Ahí la abordaban decenas de tipos, aunque
rechazaba a algunos, increíblemente, porque decía que en este viaje iba a coger
sólo con negros, en la medida de lo posible, claro. Un día que estábamos
tomando sol (una vez llegó al colmo de broncearse con semen, recuerdo), me
dijo:
-Mi amor,
mi cornudito, le voy a pedir a Dami allá
en Buenos Aires que me organice para mi cumple una fiesta sólo con hombres
negros. Que sean 40 o 50, no sé. Él, que es morocho, va a ser el único no-negro
que va a estar presente ese día. ¡Me quiero atragantar con porongas y leche de
negro! -exclamaba y abría los brazos como celebrando.
Cuando
faltaban tres días para volver a Buenos Aires, Roxy pidió que adelantáramos el
regreso, porque extrañaba mucho a los vecinos, especialmente a Damián:
-Pero mi
vida -le dije- tenemos tres días más pagos de estadía aquí en Santo Domingo (yo
la pasaba un poquito menos mal que en Buenos Aires, por otro lado).
-Ya sé
cornudo, pero tenés que entender, me hace falta la verga de Dami, la extraño.
Tengo unas ganas locas de mimarla y acariciarla; no puedo soportar más tiempo
lejos de ese monumento de pija. Es cierto que ya cogí y me tragué la leche de
no sé qué cantidad de negros acá, pero la de Dami es única, mi amor.
La última
noche fue antológica. Un entrar y salir de machos negros de la habitación del
hotel de manera impresionante. Al final entraba cualquiera: hasta los mozos de
las habitaciones se la cogieron, fueran estos blancos o negros. También pasaron
por su concha y su culito el conserje y el gerente del hotel, dos viejos
degenerados, pero con pijas bastante pequeñas. Durante el desenfreno de la
orgía, y aprovechando que ni Damián ni los vecinos estaban allí, pelé la pija y
pretendí unirme a todos los que se amontonaban en la habitación para ponérsela o
hacerse tirar la goma por Roxy. Un negro me frenó en seco y me advirtió:
-No, tú no
puedes cornudo, lo tienes prohibido.
Seguí por
entre la muchedumbre sin importarme mucho lo que me dijo ese negro, perdido por
la excitación del momento. Allí, cuando me acercaba en medio del tumulto,
llegué a ver que en cuatro patas sobre la cama estaba Roxy con una verga en el
culo, una en la concha, dos en la boca y que pajeaba a dos más, todas pijas de
negros, casualmente. Cuando me vio y adivinó mis intenciones con mi pequeña pija
afuera, se salió de esa maraña de penes, se me acercó furiosa y me pegó un
cachetazo:
-Ya vas a
ver cuando se entere Damián, pelotudo -me amenazó.
Todos
hicieron silencio y a mí me invadió un profundo miedo. No quería que los
vecinos se enteraran que yo pretendía tocar o coger a Roxy, porque sabía que
eran capaces de hacerme cualquier cosa. Después de unos segundos de incómodo
silencio, la orgía continuó, no sin antes unas palabras de mi esposa:
-Perdonen
al imbécil, ya va a tener su merecido en casa.
Y todo
siguió su curso, por supuesto. Al final de la noche, era increíble el olor a
macho, semen, flujos, sudor y encierro dentro de la habitación. Habían pasado
una interminable cantidad de tipos, la mayoría negros, que se habían
beneficiado a Roxy en patota. Ella estaba feliz, aunque no me hablaba por lo que
había pasado hacía un rato. Estaba llena de esperma y con todos sus agujeros
rotos. Yo, por mi parte, tenía ahora la difícil tarea de convencerla de que no
hablara de lo sucedido con los vecinos en Buenos Aires. Para eso tendría que
apelar a bajísimos recursos, y a algunos de los más humillantes que pueda
haber.
Cuando volvimos
a casa, ni bien abrí la puerta de entrada con todo el equipaje cargando, vimos
a los vecinos que estaban en las escalones del pasillo tomando un par de botellas
de cerveza. Como de costumbre, bastante chupados. Roxy se acercó feliz,
invadida por la emoción, al encuentro con los turros estos.
-¡Chicos! –Exclamó-
estoy contenta de volver a verlos, los extrañé -les dijo en tono cariñoso- y
fundió su cuerpo en un abrazo con ellos, que aprovechaban para manosearla toda
de arriba-abajo, dándole todos besos de lengua. Ella tampoco perdía la ocasión
y les manoteaba el ganso a los cuatro. Murmuraba emputecida:
-A sus
porongas también las extrañé…
-¡Sííi,
puta! -Le decían ellos a coro.
Me ignoraron
completamente. Roxy sólo se dirigió a mí para ordenarme que llevara las maletas
a casa.
-Llevalas y
dejalas en la pieza, cornudo.
-Obedecí,
por supuesto, mientras los demás la metían, entre manoseos, dentro de su
aguantadero para darle la “bienvenida”. Esa noche no volvió a dormir. Se quedó
cogiendo con los cuatro hasta las siete de la mañana, momento en el que
apareció, con cara de cansada y oliendo a escabio, porro y sexo. Yo me preparaba
para ir al laburo, y en eso me dice:
-Acordate
lo que hablamos en el viaje de vuelta, cornudo.
Cómo
olvidar esa charla. Le rogué de forma patética, llorando como una mariquita que
no le contara al “mono” Damián lo que pasó en el hotel. Ella no accedía, y eso
me desesperaba todavía más. El resto de los pasajeros del avión escuchaban mis
súplicas y entre los extranjeros, alguno que entendía español se cagaba de
risa. Menos mal que había bastantes gringos en el viaje, que no entendían lo
que yo le imploraba a Roxy (no obstante, se cogió a tres de esos gringos en el
baño del avión, mientras yo convencía a la azafata, desde afuera, que Roxy
estaba descompuesta). Por fin aflojó un poco y me dijo que lo iba a pensar.
Luego de dormir un par de horas durante el vuelo, desperté y Roxy me soltó sin
más trámite:
-Bueno
guampudo, vas a tener que acceder a algunas exigencias si querés que no le
cuente a Dami lo del hotel. Primero vas a tener que poner el departamento del
centro a mi nombre, y segundo vas a tener que entregarme tu sueldo, para que yo
lo administre. Esas son las dos condiciones. Por otro lado, sabés que hace rato
dejé el laburo y pienso también dejar la facultad, ya que Dami quiere que me
dedique a tiempo completo a los nuevos planes que él tiene para mí, y de los
que hablamos antes de mi casamiento con vos y antes de este viaje a Santo
Domingo. Esos planes incluyen la posibilidad certera de prostituirme. Me contó
que ya tiene apalabrados a varios camioneros de la zona (vivimos en la zona
fabril de Parque Patricios, donde están los galpones de donde salen los camiones
hacia el resto de las provincias) para convertirlos en mis clientes. Además me
anticipó también que vos ya no vas a dormir más conmigo, porque ahora que soy
una puta casada necesito un macho en serio con el que dormir en una cama, y ese
macho va a ser él, por supuesto.
-Pero Roxy…
¿yo donde voy a dormir? –le inquirí pensando en que ahora sí, la posibilidad de
mudarnos había quedado definitivamente trunca.
-Ay, mi
cielo, no te preocupes. Dami ya lo pensó y llegó a la conclusión que lo mejor
es que hables con el dueño de la casa y le alquiles la casucha que está en la
terraza.
-Roxy, esa
casita es muy chica, está llena de bártulos viejos y tiene olor a encierro de
50 años, no me podés hacer esto…
-Yo no te
hago nada, mi amor; es mi macho el que lo dispuso y sus órdenes no se discuten.
A menos que quieras contrariarlo…
-¡No, Roxy,
no! -le imploré con un profundo cagazo- no le digas nada, por favor…
-Ja, ja, ja
-rió ella- buen chico. Además, mi vida, te vas a arreglar. Vas a ver qué vas a
estar más tiempo ocupado sirviéndoles tragos a mis machos y a los clientes que
aparezcan por la casa que ahí adentro. Por otro lado, vas a tener que buscar
algún laburo de fin de semana para pagar ese alquiler.
-¡Pero
Roxy! -protesté.
-Sin
chistar cornudo. Agradecé que Dami te quiere cerca porque dice que todavía le
servís para hacerle de forro, que si no te pega un voleo en el orto que no me
ves nunca más en tu vida –me aseveró ella.
-¡No, Roxy,
no! -dije con desesperación. No soportaba la idea de perderla, cualquier cosa
menos eso. Estaba tan arrogante últimamente que me dolía mucho su maltrato; sin
embargo, también estaba más hermosa que de costumbre, más segura de sí misma,
más hembra. Yo, por el contrario, cada vez más pajero, más boludo, más cagón y
más inseguro.
-Bueno,
entonces portate bien guampas. Y preparate porque desde ahora voy a ser el
doble de atorranta de lo que fui hasta hoy. Dami me hizo entender, además, que
ahora que estoy casada vos tenés que ser más cornudo que antes. Tu cornamenta
la vas a lucir en todo momento y en todo lugar. Por eso voy a ir a tu oficina a
dejarme coger por tus compañeros de trabajo, por tus jefes, y por quien sea.
Y así fue,
nomás. En esa semana se la cogió todo el personal de la oficina, incluyendo a
los dos jefes de piso. Hasta se animó a tortear con la secretaria, aunque a
Roxy no le entusiasmara tanto la cosa. “Es solamente para que te sientas un
cornudo total”, me repetía. Los llevé a todos a casa para que la poseyeran, por
exigencia del “mono”. Hasta le dieron los empleados de limpieza, que eran como
seis. Se la cogieron todos juntos, pero eso sí, en una habitación de servicio
de la oficina, “porque les daba más morbo”, según me dijeron. Pasé a ser, desde
ese momento, el boludo de la oficina. Hasta me hicieron colocar un cartel en mi
cubículo de trabajo que decía: “soy el único infeliz que no se coge a su
esposa”. Me perdieron el respeto que me tenían y pasé a oficiarles a casi todos
de cadete. Me mandaban a limpiar los baños, inclusive. Hacia fines de enero,
por su parte, Roxy festejó su cumpleaños número 23 y el “mono” le regaló lo que
ella tanto quería: una cantidad importante de negros para enfiestarla. No sé
donde los consiguió el degenerado ese, pero logró reunir 12 negros nigerianos
(ella hubiese preferido que fueran más, es cierto) con portentosas pijas para
llenar todos los dilatados agujeros de mi mujer. Digo que no sé donde los
consiguió porque en ese momento no había tantos negros africanos viviendo en el
país. La cuestión es que los negros y Damián fueron el obsequio de Roxy en un
nuevo aniversario de su nacimiento. Nada de flores ni pulseras, señores;
¡porongas negras!, que era lo que a Roxy volvía tan pero tan loquita. A la
fiesta de cumpleaños tradicional, por su parte, Roxy no me invitó. Festejó
primero con los vecinos y con algunas amigas de ella que sabían que yo era
tremendo corneta. Los escuchaba desde la pieza de la terraza como gritaban y le
cantaban el feliz cumpleaños a Roxy todos juntos. Luego, por fin las amigas se
fueron de joda con los otros vecinos y a Roxy la dejaron sola con el “mono” y
los 12 negros, para que pudiera “soplar las velitas” a su gusto. Me contó al
día siguiente que no dejó cosa por hacer en esa orgía. Le desgarraron el ano metiéndole
tandas de dos pijas, le metían las vergas en la oreja sólo por diversión, abría
bien los ojos para que los negros y Damián le acabaran en las retinas, y cuando
pararon para comer, ella agregó semen que había juntado de todos ellos para
condimentar una ensalada mixta. Más puta, imposible.
Roxy
comenzó al poco tiempo su carrera de puta (paga). La hubieran visto: todo el
día dentro de la casa en ropa interior y con zapatos de puta (de esos de taco
que usan las actrices porno). Los camioneros pasaban y pasaban por la casa
durante todo el día. Yo me iba a laburar temprano a la mañana y a esa hora ya
había camiones estacionando enfrente o en la puerta de casa con tipos que venían
a cogerse a mi esposa. Los tipos entraban y le daban la guita directamente a
Damián, (“mi administrador”, como solía decir Roxy). Pero no sólo entraban camioneros,
también otros tipos: viejos, gordos, flacos, pendejos de la secundaria que
querían debutar; en fin, cualquier tipo de macho, y machos de todos los tipos.
En ese 1995 se convirtió en un depósito de esperma. A veces, los camioneros la
contrataban para llevarla de viaje a alguna provincia un fin de semana, y ella
iba, con el permiso de su macho, por supuesto. Allí la enfiestaban grupos enteros
de camioneros, sobre todo arriba de los camiones, cuando volvían de dejar algún
cargamento y se juntaban varios choferes. Una vez contó que la llevaron a un
camping en Concordia, Entre Ríos, donde habría unos 150 camioneros
aproximadamente, y que se aburrieron tanto de cogerla un sábado, que
simplemente la usaron de chupapijas al día siguiente. La utilizaban sólo para
vaciarse en su boca. Ella tenía que acercarse a ellos mientras jugaban a las
cartas o escabiaban, y ahí nomás abrirles la bragueta y tirarles la goma. Otros
elegían un camino más rudo, la tomaban por su cabeza y le incrustaban la verga
hasta la garganta, hasta que la leche le rebosaba por toda la boca. Se
convirtió, en ese fin de semana, en la campeona de las chupapijas. Tuve que
volver a llevarla al hospital el lunes siguiente cuando volvió de Concordia, y
los médicos tuvieron que sacarle medio litro de semen de su estómago. Ya por
ese entonces, Roxy dormía con su macho y yo en la pieza de la terraza. Había
agarrado un laburo en el zoológico vendiendo garrapiñadas los fines de semana y
con eso me pagaba el alquiler y la comida. El dueño de la casa, por su parte, había
accedido a regañadientes a alquilármelo. Sólo porque Damián le entregó a Roxy
para que se la cogiera el tipo aflojó. “Agradecele a tu mujer, cornudo, que
todavía tenés donde vivir”, me verdugueaba el dueño. La primera vez que le
entregué el sueldo a Roxy -un viernes por la noche- me dijo muy suelta de
cuerpo:
-Se lo
tenés que llevar a Damián, el es el que me administra.
-¡¿Qué?! -grité
yo- ni en pedo. Yo te dije que te lo daba a vos, no a él.
-Cornudo,
él es mi macho, prácticamente mi dueño. Te sugiero que se lo lleves ahora, lo
quiere antes del 10 de cada mes y ya estamos a ocho, así que apurate –me
advirtió ella.
No -le dije
con firmeza-. En todo caso, llevaselo vos o hacé lo que quieras.
-Bueno,
está bien -sostuvo ella- pero no sé si me lo va a aceptar. Él quiere que vos,
como buen guampudo, le lleves el sueldo.
Roxy fue
hasta casa (donde yo vivía con ella hasta hace poco tiempo) y habló con el
“mono”. Al rato volvió y me tocó la puerta.
-No hay
caso cornetín, quiere que vos se lo alcances.
-No, yo no
se lo voy a dar. Es más, se lo voy a decir ahora mismo.
-Bajé las
escaleras de la terraza y subí las que dan en dirección a mi antiguo
departamento, pero vi que el “mono” había bajado y estaba en la puerta de la
casa que compartía con los otros rufianes, hablando con Alfonso, así que lo fui
a buscar allí. Él estaba por entrar a la casa cuando lo encaré, lleno de nervios:
-Mono, ¿por
qué me hacés esto?, ¿no te alcanza con que Roxy te lleve mi sueldo?
-¿Me
dijiste “mono”? –me espetó.
Ahí me di
cuenta de la tontería que había cometido. Lo había encarado y mal, llamándolo
por el apodo, cuando él no me había dado nunca confianza para hacerlo. Estaba más
avergonzado porque me sentía en falta, que cagado por alguna reacción violenta
que pudiera tener. Él insistió:
-¿Me
dijiste “mono”, la concha de tu madre?
Me pegó tal
castañazo en el rostro que caí al suelo de repente. Ahí sí que empecé a tener
miedo. De adentro de la casa salió Carlos, que aprovechó para patearme varias
veces en el estómago mientras estaba tirado. Me toqué la cara y estaba
sangrando. Era mi nariz, que el “mono” se había encargado de partir de un
bollo. En eso baja mi mujer las escaleras de forma desesperada. “Me va a
defender”, pensé para mis adentros. “Les va a poner un poco los puntos a estos
tipos, les va a decir que se fueron de mambo”, seguramente. Sin embargo, cuando
ella baja y me ve tirado y sangrando, inmediatamente mira hacia Carlos y Damián
que continuaban parados en el pasillo. Una sonrisa maliciosa se dibujó en su
rostro. Sin decir nada, y cambiando la expresión de su cara por otra más
severa, me ordenó secamente: “subí”. Me incorporé, nadie hablaba en el pasillo,
excepto yo que me quejaba por lo bajo a causa del tratamiento recibido. Una vez
en la terraza, mi mujer me susurró al oído: “viste pedazo de nabo, los
provocaste y así te fue. Tuviste tu merecido finalmente. Ahora bajale el sueldo
a Dami enseguida antes de que suba y te desfigure para toda la cosecha”.
Obedecí de inmediato. Junté la guita que le había dado a Roxy y fui hasta lo de
Damián. Me hizo pasar Alfonso, que había visto y escuchado todo lo que pasó desde
el principio. Le pidió a Carlos que estaba dentro de la casa que se
tranquilice, porque me vio y casi se me viene al humo. Le dijo que yo venía “a
pagar el alquiler”, nada más. Alfonso me pidió que tomara asiento porque Damián
ya vendría. Yo lo hice pensando que serían sólo unos minutos. Me equivocaba. Me
tuvo dos horas y media allí. Apareció en un momento dado con cara de dormido.
¡El hijo de puta me dejó esperando allí y se fue dormir un rato! Eran como las
doce de la noche, yo tenía hambre, y era la hora en la que empezaban a caer los
machos a la casa para cogerse a mi mujer (los viernes el “mono” la entregaba
pero no por dinero). Me dijo después de sentarse:
-Mirá
cornudo, si le digo a tu señora que me tenés que bajar el sueldo me lo bajás
¿entendés?, no me quiero poner jodido porque con los muchachos, si se nos canta
las bolas, te hacemos aparecer tirado en una zanja. ¿Te crees que no sé qué te
la quisiste coger en la luna de miel? ¿Te pensás que soy boludo? Por eso, no me
rompas más las pelotas y me traés la guita acá ni bien te garpen en la oficina.
Si te pagan el cinco, me la alcanzás el cinco, ¿estamos?
Agaché la
cabeza y dije que sí. Luego escuché el sonido del timbre y el bullicio desde la
calle. Era una nueva jauría de tipos dispuestos a convertir a Roxy en la reina
de las putas.
-Ahora
tomatelás que me quiero divertir. Hoy tu mujer nos va a sacar punta en las
pijas con ese culo recontra cogido que tiene. Eso sí, preparate porque hay
muchos machos para atender hoy ¿eh?
Me fui sin
chistar, como buen corneta. Esa noche fue de las peores. Me forrearon de la
peor forma, me escupían cuando pasaba a servir las bebidas y me decían
“cornudo” todo el tiempo (ese pasó a ser mi nombre de pila, casi). Además, la
casa se llenó de machos como nunca, y Roxy parecía no dar abasto. La casa de los
vecinos (allí fue la fiesta) estaba repleta de tipos, no cabía más nadie por una
cuestión de espacio físico. Además, había una humareda impresionante de
cigarrillo y también de marihuana, con un fuerte olor a sexo y sudor. En un momento
a Roxy le empezó a sangrar el culo de tanto que la penetraban. Sin embargo, los
tipos la seguían culeando igual, y ella gritaba que era la puta más grande del
continente, y que si Damián le decía que se hiciera coger por todos los machos
del país, lo iba a hacer sin problemas, porque era su putita personal. Los
machos seguían llegando y los que estaban adentro salían un rato a la calle
porque ya no podían respirar allí. Yo me ahogaba, mientras Roxy cataba la leche
de todos los tipos presentes. Esa noche sí que le tendrían que haber otorgado
el campeonato de chupapijas, porque mamó tanta verga que la boca le quedó
entumecida de tanto chupar.
-¡Que
reverenda trola que soy! -gritaba Roxy- quiero más pijas bebés, ¡quiero semen,
hijos de puta! ¡Háganme un hijo entre todos!
Y los
machos deliraban. Pero por fin terminó aquella noche y pude descansar un rato.
Un par de horas nada más, porque enseguida me tenía que levantar para ir al
laburo de los fines de semana en el zoológico.
Al lunes
siguiente, tenía que hacer el trámite para cederle a Roxy el departamento del
centro. Quedamos en encontrarnos en una esquina del centro de la ciudad, muy
cerca de la escribanía donde firmaríamos la transferencia. Cuál fue mi sorpresa
al llegar, que la veo abrazada y a los arrumacos con el “mono”, sobre la
entrada a un edificio a pocos metros de la esquina.
-Hola -le
dije sorprendido y asustado- ¿te vino a acompañar? – Pregunté- El “mono” me
miraba divertido. Era claro que él tenía el control de la situación.
-No, mi
amor. Dami vino porque es el principal beneficiario. Vos le vas a hacer la
transferencia del departamento a él, porque, como ya sabés, además de mi macho
entregador, es también el que administra mis asuntos, así que quien mejor que
él para encargarse del cuidado del departamento.
-¡No Roxy,
no me podés humillar así! Pedime cualquier otra cosa pero no esto-vociferé
suplicante.
-Como
quieras mi vida. Pero olvidate de todo, y mejor a casa no regreses, porque ya
no tiene sentido que aparezcas por allí si no te vas a hacer cargo de tus
deberes matrimoniales. Después de eso te saco todo en un juicio de divorcio.
Me partió
en dos. Yo la seguía amando, pese a todo, y no iba a renunciar a ella jamás. El
sólo hecho de verla me producía alegría. La amaba como a nada en el mundo. Era
patético, pero era así. Entonces, pensé: “si pierdo con ella un juicio de
divorcio, su macho se va a apoderar igual del departamento, porque ya es su
dueño. Además la pierdo a ella para siempre, así que para el caso es lo mismo,
se lo cedo a él y ya está”. La transferencia la hicimos en media hora, con la
escribana y algunos de sus colaboradores cagandose de risa disimuladamente por
lo absurdo de la situación. Firmamos todo y ya: el departamento estaba a nombre
del “mono”. Cuando salíamos del edificio, con macho y puta abrazados y haciéndose
caricias mutuamente, Roxy se dirige a mí como quien no quiere la cosa:
-Mi amor,
quiero empezar a usar el auto.
-Pero si
vos no sabés manejar, Roxy.
-¿Y quién
dijo que yo voy a manejar? Es para que me lleve Dami, cielo. Dale las llaves a
él y la semana que viene le firmás la transferencia del auto también.
-¡¿Qué?!
¡No! Olvidate, yo no voy a hacer eso.
-Dale
cornudo -intervino Damián- no vamos a esperar hasta llenar el papeleo que es un
quilombo. Me lo entregás ahora y más adelante me firmás.
Los
acompañé hasta donde había dejado estacionado el auto. Le di las llaves al
“mono” y éste abrió las puertas. Roxy se preparaba sonriente para subir al
coche. Una vez arriba, el “mono” me dice:
-Chau
cornudo, nos vemos después en casa.
-¿Qué, me
van a dejar acá?, ¿no puedo subir con ustedes?
-No macho,
hoy me quiero llevar a Roxy a un telo para festejar este momento. Nos vamos a
uno que conozco por Panamericana. Queremos estar solos. Otro día te alcanzamos.
Arrancó el
motor y se fueron. Y yo me quedé ahí, como un pelotudo y al borde de las
lágrimas. Ya no tenía ni mina, ni casa, ni sueldo, ni auto. Aquella vez volví
en colectivo del centro, mi nuevo medio de transporte a partir de ese día. Y
encima, al regresar a la casa le tenía que hacer de forro a los vagos de los
vecinos en sus juergas sexuales. Por su parte, Damián y Roxy no aparecieron
hasta el jueves. Después me enteré que la había llevado a un campamento de
motoqueros en Olavarría, donde, por supuesto, Roxy fue la puta de todos hasta
el hartazgo.
Y así
pasaron dos años, hasta el 97. En ese tiempo fui un despojo humano al servicio
de los vividores hijos de puta de los vecinos. El “mono” Damián se transformó
también en mi dueño, y yo tenía que hacerle de sirviente. Roxy habrá tragado varios
litros de semen en ese período. Ya era conocida en el barrio como “la rubia tira
gomas”. Cualquiera en la calle la tomaba por el brazo y se hacía chupar la
garlopa por ella por apenas unos mangos. Roxy los mamaba en la calle misma, en
algún huequito escondido donde todo pasara desapercibido. Esa guita, desde ya, iba
al bolsillo de Damián, por más que fuera poca plata. Roxy se prostituía también
en la casa, y con la plata de mis sueldos y la que hacía ella poniendo el culo
y la concha, Damián y Carlos se transformaron en pequeños comerciantes.
Abrieron una pizzería en el barrio donde además de pizza, faina y empanadas
vendían falopa de toda clase, sobre todo cocaína. Roxy tomaba cada vez más
alcohol y comenzó a tomar merca. Se la cogía cualquiera que le pudiera conseguir
un poco. A mí, por su parte, me echaron del laburo que tenía en la oficina en
octubre de ese año. Ya estaba desprestigiado a causa de mi cornudez. Entonces,
como Damián pensó que ya no le serviría para nada, me echó a patadas en el culo
de la casa tirándome mis pocas pertenencias a la vereda. A Roxy le preocupó muy
poco, porque en ese momento alguien, cualquiera, le estaba usando la boca para
descargarse, como se había hecho costumbre últimamente. Y me fui a la mierda,
lleno de tristeza, porque supuse que nunca más iba a ver a mi amada Roxana. Le
pedí al “mono” que tan solo me dejara despedirme de ella, pero no hubo caso, no
me lo permitió. Mi vida se tornaba más solitaria y gris que cuando empezó todo
esto, allá por el 94.
Menos mal
que mi viejo me hizo la gamba y me acurrucó en su casa. Aunque eso no sirvió
para tapar mi desconsuelo. Tampoco haber conseguido un laburo en una
distribuidora poco tiempo después. Extrañaba mucho a Roxy, tal es así que en el
99, un amigo, el Colo (sí, ese que le reventó el orto a mi mujer en la fiesta
de nuestro casamiento), me dijo que la vio dando vueltas por una villa del Bajo
Flores, cuando pasó con un auto. Inmediatamente tuve la tentación de ir a
verla, desafiando las imposiciones de Damián, que le había prohibido
tajantemente que tuviera contacto conmigo nuevamente. Le pregunté al Colo donde
quedaba el lugar y fui decidido a verla, aunque también tenía miedo por no
saber con qué me iba a encontrar después de todo. Llegué al lugar y le pregunté
a una señora que estaba en la puerta de una casilla si había visto a una chica
con la descripción de Roxy. La mujer me contestó con evidente acento boliviano:
-Ah, sí, es
la chica rápida de la casilla 9. Mira, vas por este pasillo, y a la vuelta,
allí la vas a encontrar.
Me llené de
valor para tocar a la puerta mientras me acomodaba la camisa. Toqué y la puerta
se abrió sola. Escuché gemidos que provenían de su interior y decidí entrar
para ver qué onda. En eso la veo a Roxy tumbada sobre una cucheta recibiendo
verga de un gordo todo sucio. El gordo se da cuenta de mi llegada, se da
vuelta, y me grita:
-¡Eh, Boludo!,
me la estoy garchando yo ahora, esperá tu turno.
Salí y
esperé afuera. Algunas caras alrededor me observaban con desconfianza; sabían
perfectamente que yo no era de allí. Por suerte Roxy salió en seguida y atrás
de ella el gordo sucio, que le tocó el culo lascivamente antes de irse,
mientras ella sonreía. Roxana estaba bastante demacrada, si bien su figura
seguía siendo atractiva, y vestía un baby doll transparente que permitía que se
le viera la bombacha y el corpiño. Parecía una prostituta con varias décadas de
oficio. No obstante, me recibió con una sonrisa y me hizo pasar. Yo estaba
visiblemente emocionado y afligido a la vez. Es que la había pescado
“trabajando” (cogiendo con un gordo inmundo) y aceptando que vivía en esas
precarias condiciones. Pero la alegría de volver a verla, aunque sea en ese
estado de situación, me llenaba de ansiedad e ilusión, sobre todo porque tenía
la secreta esperanza de recuperarla. Seguía siendo yo, en el fondo, el mismo
adolescente enamorado de toda la vida. Enamorado de ella, por supuesto.
-Pasá -me
dijo ella- ahora vivo acá.
-¿Qué te
pasó Roxy? -le pregunté de forma retórica.
-Me pasó la
vida, Fede. Hace seis meses que dejé la casa de Parque Patricios y terminé acá,
después que Damián se cansó de mí y me vendió a un tipo de acá de la villa que
trabaja para un puntero político de la zona. Yo no me hubiese ido nunca de su
lado, ni del resto de los chicos, pero Dami resolvió que lo mejor era esto y yo
acepto completamente su decisión. Si él lo hizo por algo es. Si él me prohibió
volver a ver a mi familia también debe ser por algo. Es cierto que ya el clima
en la casa se estaba poniendo cada vez más pesado, porque me fajaba a cada rato
y hasta me hacía violar en banda cuando me agarraba la loca. Todo eso pasó cuando
vos te fuiste. Por eso maldije ese día. Sólo por eso, ¿sabés? porque ahí se
acabó el juego que antes nos tenía a todos unidos, donde vos eras el pato de la
boda. Entonces se empezaron a dar situaciones donde yo ya no gozaba tanto como
antes. Una vez, por ejemplo, me llevaron entre los cuatro vecinos al baño de
hombres de la estación de trenes de constitución, y se quedaron cuidando en la
puerta que no entrara ni la cana ni los guardias de seguridad. Entonces yo
tenía que chuparles las pijas a todos los tipos que desfilaban por ese baño.
Así estuve toda una tarde completa, como una especie de letrina humana. Me
acababan, me orinaban, y después me hacían tragar todo -algo que siempre me
gustó, por otra parte- aunque me encontraba sola en ese baño, sin vos, sin
ellos, y sin nadie de confianza. A veces los veía de reojo a los chicos espiar
y cagarse de risa desde la puerta. Algunos de los tipos que entraban, además de
acabarme y orinarme, me golpeaban fuerte, con saña. Otros me escupían con
gargajos de mocos y varios llegaron a meter mi cabeza dentro de uno de esos
inodoros todos sucios, llenos de gérmenes, de bacterias, de meo y de mierda. Me
sentía como lo que era en verdad: una puta rastrera de la peor calaña. Cuando
salí de ese baño, ni Damián, ni Carlos, ni el resto de los chicos estaba allí.
Estaba hecha una piltrafa, toda sudada, meada y cubierta de leche y restos de mierda.
Fue algo muy loco, Fede, aunque en el fondo yo lo disfrutaba porque era Damián
quien me lo hacía. ¡Y a la verga del “mono” yo la adoro, no la discuto! Y te
voy a decir más: ¡Me encantó que me rebajara siempre a la categoría de puta de
la más baja escoria! ¡Justo a mí, que siempre fui una nena de Papá!
Yo tenía
ganas de devolver. Era un horror lo que me estaba contando. Ella prosiguió:
-El 98, no
sabés, fue todo un desconche. Ya me cogía cualquiera y ni sabía quién usaba mi
cuerpo. Me tuve que hacer un aborto ese año y no sé de quién, o de quienes.
Además, aprovecharon el departamento del centro, ese que vos le entregaste a
Damián, para prostituirme. Una vez, trajeron cinco perros dogo al departamento
y me dijeron: “¿así que a vos te gustan los animalitos, revisarlos, no es
cierto, putita?; bueno, hoy te van a revisar ellos a vos”. Me hicieron coger
por los cinco perros, Fede. Los dogo me inundaban la concha y el culo con su
leche, pero Damián y Carlos no se conformaron con eso y me hicieron juntar en
un plato el semen de los perros que me salía de la concha y del culo, y luego
me lo hicieron lamer y sorber en cuatro patas, como si fuera yo la perrita. Por
ese departamento habrá desfilado el 80 % de la población masculina del planeta,
ja, ja. Venían contingentes enteros de machos de todos los lugares para darme verga
y semen. Turistas alemanes, inmigrantes rumanos recién llegados, paraguayos de
Constitución, negros africanos, daneses con sus cámaras de fotos, en fin, lo
que te imagines. Es que los tipos venían porque otros los recomendaban, y de
esa forma me cogió todo el que quiso. Una vez Dami me lo llenó de negros al
departamento. Negros africanos, ¿no te acordás que esa era mi fantasía? Bueno,
creo que aquella vez atendí cerca de 500 negros por una embarcación congoleña
que estaba varada en el puerto. Los mulatos a los dos días de estar acá tenían
ganas de ponerla y alguien les dijo que yo era la mejor de las putitas de
Buenos Aires. Se turnaban para venir a cogerme, en tandas de 40 y 50, de forma
continuada. En esa semana desayuné semen de negro, almorcé semen de negro,
merendé semen de negro, y cené semen de negro. Te lo digo textualmente, porque
me servían su leche a todas horas y me ponían un babero para que no se me
escapara nada. ¡Eso sí que fue hermoso!
Sin
embargo, no todas fueron buenas. La merca me tenía totalmente ida, y eso me
trajo muchas complicaciones. Un día Damián decidió que ya no me cogería más,
debido a mi estado patético de adicción. Yo sufrí muchísimo por eso. Parecía que
ahora le daba asco tocarme. La última vez le tuve que pedir por favor que me
permitiera, al menos, tirarle la goma. Apenas accedió a dejarse masturbar. Yo
lo hice como atolondrada y apurada, ansiosa como siempre por poseer esa verga
fantástica, que fue el objeto de mi perdición desde la primera vez que la vi.
Cuando por fin acabó lamí su leche como una desenfrenada. Él se salió de la
silla donde estaba sentado, empezó a acomodarse la bragueta y se fue. Yo me
agaché a limpiar con la lengua los restos de semen que habían caído al piso de
la habitación. Esa fue la última vez que tuve algo con él, hace casi un año.
Después se consiguió otra putita a la que odié desde el primer día. Con ella
atendían en la pizzería y salían a pasear los domingos. Yo pensaba matarla, y
creo que algunos de los chicos adivinaron mis intenciones. Entonces Damián y
Carlos me vendieron a este tipo llamado Miguel, que me consiguió esta casilla
donde vivo ahora. Recuerdo el día que me trajeron por primera vez, hace ya seis
meses. Vine con Damián y Carlos, y entre los dos me sujetaron del pelo después
de bajar de tu antiguo auto, y me pusieron de rodillas y me arrastraron por el
suelo ofreciéndome casa por casa por toda la villa. Tocaban las puertas y donde
atendía algún macho sólo o varios machos solos, Damián y Carlos les decían que
yo era una putita barata y obediente. Como muestra yo les tenía que tirar la
goma ahí nomás, en la puerta de la casa. Cuando los tipos acababan, se quedaban
perplejos viendo como yo me relamía degustando su lechita. Algunos decían que
lo iban a pensar, eso de comprarme. Así estuvimos varias horas hasta que dimos
con este Miguel, que finalmente me compró y me convirtió en la putita de la
villa. Desde ahí que cualquiera me coge por lo que sea: un plato de comida,
guita, o un poco de merca para pasar el día. La goma la tiro de onda, a
cualquiera y a cualquier hora. No importa que esté dormida o haciéndome un
aborto –como el que me hice el mes pasado, y no sé de qué macho o de qué cantidad
de machos-, las pijas se chupan todas, me ordena Miguel. Por supuesto estoy
sidosa, y todo el mundo acá lo sabe, pero creo firmemente que lo estoy desde
aquellas orgías en la casa, donde cualquiera me cogía sin protección, ni nada;
bah, vos te acordarás bastante bien je, je. Pero no me arrepiento de nada,
porque mi macho Damián así lo quiso. Yo sé que él ahora es un comerciante
exitoso, y que vive con otra mina, pero en su momento me convirtió en su puta y
me hechizó con su verga ¡por Dios, que cosa hermosa, como la extraño! Es más,
siento que lo estoy traicionando ahora por estar hablando con vos, cuando me
hizo jurar que nunca más lo haría.
En eso pasa
un colectivo con un montón de tipos que iban para la cancha, cantando y
haciendo ruido. Lo vimos desde la ventana de la casucha. El micro iba
desbordado.
-Me haría
reventar el culo y la concha por todos esos tipos hasta desangrarme con tal de
tener aunque sea una foto de la pija de Damián -comentó Roxy.
Escuchar
eso fue demasiado para mí. Comprendí que tenía que irme. En eso entra en la
casucha un tipo de 50 años, más o menos, regordete y con bigotes.
-Él es
Miguel, mi nuevo macho –me anunció Roxy.
-¿Y este
quién es?- pregunta el tipo.
-Es
Federico, mi marido, je je- soltó divertida Roxy -con destellos de esa
jovialidad que siempre la había caracterizado.
-Ah, flor
de cornudo sos entonces -me dijo despreocupado Miguel- Y además el único que no
se coge a esta atorranta, ja, ja.
Roxy rió
por el comentario. Yo, en tanto, me limité a hacer silencio. No estaba para
hacerme mucho el loco en esas circunstancias.
-Oíme flaco
-me dice el tipo- ¿te acordás del “mono”? bueno, me habló de vos alguna vez, y
si se entera que estuviste acá, te revienta de un corchazo. Si vos no querés
que yo diga nada me vas a tener que dejar algo: guita, reloj, lo que tengas. Si
no bancate las consecuencias después…
-Roxy,
decile que soy amigo tuyo –atiné a balbucear con preocupación.
-¡Qué
amigo, papanatas! -me tiró Roxana- si sos el mismo cornudo infeliz de siempre.
Dale la guita y tomatelás porque yo te puedo hacer reventar el culo por 200
negros acá adentro.
Me asusté
por el cambio brusco de Roxy en su trato conmigo. El clima se tornaba espeso y
comenzaba a tener miedo.
-Es cierto -dice
Miguel cagandose de risa- a ella se lo reventaron el mismo día que llegó acá.
No sé si fueron 200 negros, pero 100 había seguro, ¿te acordás Roxy?
-Sí, me
cogieron en el descampado de acá a la vuelta, de noche -aseveró ella.
-Bueno,
dale, dejá todo y rajate. Si no llamo a los pibes y mirá que empiezan a caer de
a varios ¿eh? No te vas a poder sentar después de tanta poronga en el orto…
Roxy se
empezó a reír a carcajadas, como disfrutando del momento.
-Y aparte
de la cogida que te van a pegar los negros acá, después te va a ir a buscar el
“mono” y te va a cagar a cuetazos, je, je –agregó Miguel.
Dejé todas
mis pertenencias allí, en la casilla. Plata, reloj, una pulsera, y el anillo de
mi casamiento. Incluso me vi obligado a entregar la camisa, el pantalón y una
campera de jean. Tuve que salir corriendo, en camiseta y en calzoncillos de la
villa. Menos mal que un tachero me levantó a dos cuadras de ahí. Se estaba
haciendo de noche y yo semidesnudo por la calle. Me salvé de pedo. Le tuve que
rogar al taxista para que me llevara a casa, después de convencerlo de que me
había cruzado con una patota y me habían desvalijado.
A Roxy no
la volví a ver, pero tuve noticias de su muerte por intermedio de una antigua amiga
suya a la que un día me encontré en la calle, y que consiguió el dato a través
de otra persona. Roxana falleció en 2006, a los 34 años de edad, sidosa hasta
la médula. Me dijo su amiga que murió en el hospital Piñeiro, del Bajo Flores,
por una neumonía muy avanzada. Tenía las defensas muy bajas desde hacía tiempo.
Aunque el dato más siniestro se reflejó en el parte médico al cual yo accedí
tiempo después. Decía el informe que su vagina estaba completamente negra, con
cientos de gusanos pequeños que le caminaban por alrededor. En la boca
presentaba numerosas infecciones, algunas indescifrables hasta para los mismos profesionales
del hospital. Su culo no corrió mejor suerte: el compendio también hablaba de una
profunda desgarradura anal. Sin embargo, el día que me enteré de su muerte, una
profunda tristeza me invadió. Yo todavía la amaba, pese a todo. Era un amor
incurable, incondicional. Todavía hoy, cada mañana cuando despierto, recuerdo
su figura hermosa, su carita de ángel y su simpatía colosal. Me cuesta mucho
creer que se transformó en un despojo humano al servicio de los caprichos
sexuales de cualquier cerdo. Y digo que la amaba y la amo pese a todo, porque
una vez tuve oportunidad de hablar con uno de los médicos que la atendió en sus
últimos días, y me comentaba que ella murmuraba, ya moribunda y tirada en el
piso de la sala del hospital sobre unas sábanas roñosas (porque no había camas
disponibles), la siguiente frase: “quiero la de Dami; te amo monito”.
Podría
ahondar en detalles sobre los últimos años de la vida de Roxy (a los que accedí
por intermedio de fuentes cercanas a la gente de la villa), pero no creo que
agreguen más a lo que ya expuse durante todo este trayecto. Solamente decir que
fueron años muy tristes para ella, de mucha degradación, en los que estuvo muy enferma
y aguantando los maltratos de este Miguel (y los maltratos de cualquiera que la
poseyera por un momento). Si hasta me contaron que se paraba en un semáforo de
una de las esquinas de la villa, ofreciéndose a los tipos que paraban con los
autos, a los que les proponía una tirada de goma a cambio de alguna moneda para
comprar algo de comida.
Finalmente,
hoy, a ocho años de su partida, el recuerdo de Roxy sigue siendo muy fuerte
para mí. No volví a tener pareja, porque nunca estuve preparado para intentar
rehacer mi vida con otra persona. Creo que ella siempre será la única, aunque
ya no esté, lamentablemente. Fue lo más importante que me pasó en la vida; fue
todo para mí. Como también creo que para ella, el “mono” Damián se había
transformado también en todo: su macho, su entregador, su dueño, y en
definitiva, el hombre que decidió su destino final.
FIN
AUTOR: Licurgo el Espartano (c) 2014-2015 - Derechos del autor.
Se publica en este blog con permiso del autor.