Así…
AUTOR: José Ignacio
Cardilla
Así quería verte…
Así… Con los labios mayores hinchados de tanta verga que te dieron…Y los
menores, enrojecidos, mojados, dejando resbalar lentamente todo el semen que
satura tu interior… Así quería verte, con la leche de vergas anónimas
saliéndose de tus agujeros, que tanto cedieron y dilataron cuando el grosor de
los clavos ardientes parecía ser mucho mayor que tus orificios; así, mojada a
más no poder tu hermosa bombacha blanca, donde uno de ellos, como al descuido,
dejó la mancha de su líquido hirviente cuando trató de limpiarte con algo los
gruesos chorros que salían de tu boca, después de su corrida… Así, hermosa, con
las pliegues de tu ano todavía palpitando, latiendo, y casi jugando con la gran
carga de leche blanquecina que entra y sale, entra y sale… No entiendo cómo
tardaste tanto en aceptar cuánto deseaba verte así… no pudiendo contener los
espasmos que recorren tu cuerpo luego de tantos orgasmos que tuviste, porque no
hubo piedad en tus amantes, te poseyeron como quisieron, te penetraron por
donde quisieron y te sacudieron desde la punta de los cabellos hasta los dedos
de los pies, volcando en tus agujeros preciosos el urgente riego de sus bestias
ciegas…
Aunque costó mucho
convencerte para que aceptaras ser cogida por otro (que terminaron siendo
“otros”) y tuviste que superar arduos conflictos internos, valió el esfuerzo
sólo para ver cómo el más audaz te golpeaba la cara con su miembro hinchado
mientras buscabas capturarlo con tu boca, desesperada porque ya tenías las
mejillas enrojecidas por tanto vergazo, y porque el que te estaba enculando metía
su garrote hasta los pelos y sentías cómo sus huevos querían reventar sobre tus
depilados labios, que pedían otra verga sin más demora, porque ya estabas
terminando otra vez…
Así, como estás
ahora, quise verte desde que te conozco, siempre linda, siempre joven, siempre
mis ganas de que seas las más puta entre las putas, y siempre verme cortado por
absurdos principios, que se estrellaron de una vez contra el sillón que recibió
el cuerpo de uno de ellos, mientras Vos te sentabas en su miembro, te
introducías cada centímetro de sus veinte en el ardiente surco de la vulva
empapada y otro apuraba su glande en el sonrosado ano que, cual boca de amante, besaba y engullía suavemente la cabeza hasta
que la penetración fue total, en ambos orificios, a iguales y terribles
embestidas, a iguales y temblorosos jadeos, a iguales abundantes orgasmos,
mientras otros dos, también potentes y erguidos y gruesos, se disputaban tu
boquita para una felación conjunta, y otro restregaba su oscuro miembro en la
seda de tus cabellos y moviendo frenéticamente su mano, volcaba a raudales en
tu cabellera…
Cuántos gemidos,
cuántos exabruptos buscando tu carne joven, cuanto “puta” por acá, “yegua” por
allá, “putita” cuando se ablandaban un poco y querían algo más de Vos, un
extra, como tragarte la leche de los cinco por ejemplo, o soportar dos pijas en
el culo, o hacerte decir bien alto: “soy la más puta del mundo... me gustan las
pijas grandes rellenando mis agujeros... Vengan, chicos, cojan a su puta de una
vez...” y cosas así… excesos que suceden cuando el deseo desborda y el placer
manda; excesos como por ejemplo hacerte una especie de máscara con todos los
huevos en tu cara, de modo que si abrías los ojos sólo veías grandes testículos
y a veces, según te movieras o movieran ellos sus tremendos bultos, podías ver
en lo alto los glandes chorreantes, dejando caer los hilos preseminales en tu
delicada piel, esa piel hermosa que habías lavado y perfumado con sumo cuidado
unas horas antes, en casa, tranquila, cuando nada hacía suponer que por fin se
cumpliría mi ansiado anhelo de verte con otros y Vos te preparabas para una de
nuestras habituales salidas, aunque claro, esta noche no terminaría siendo algo
habitual, porque nunca antes habías estado con cinco hombres a la vez (ni
siquiera con uno!) y cómo imaginar que terminarías así, con explosiones de
semen por todos lados, dilatada y satisfecha…
Pero quedate así,
todavía no te limpies, ya hará la ducha su trabajo, quedate así… todavía tengo
dolorida la verga de tanto que creció al contemplarte y luego de tantas
descargas entre las de tus amantes; cuánta lluvia de semen, toda para Vos, para
tu ansiosa garganta que soportó estoicamente flechazos de leche y auténticos
chorros a presión… Quién iba a decir que nuestra salida a cenar terminaría con
mi mujer revolcada entre cinco desconocidos, luego de haber sido manoseada por
dos de ellos en el baño del restaurante, donde subrepticiamente, te siguieron
cuando fuiste a retocar tu maquillaje, meneando tu culo inocentemente, sin
saber que más tarde sería perforado sin piedad por los cinco. Y luego cuando
saliste, roja por la excitación y la vergüenza, me comentaras lo sucedido
mientras ellos y sus amigos te miraban y me miraban con cierta sorna (pero no
me importó porque sé que me amas) y yo no dudé y luego de tranquilizarte, hablé
con ellos y sólo les dije “Vamos” y comprendieron, claro, que iban a tener un
fiesta inesperada, ignorando que los festejados éramos Nosotros…
Un ratito más así,
mi amor, porque no te imaginas lo linda que estás; no te imaginas lo que hizo tanto
semen con tu cuerpo, te ves soberbia, magnífica, bien cogida, lechosa, puta… Te
ves como quiero verte siempre a partir de ahora: puta de otros pero mujer mía;
señora mía pero amante de todos. No te va a costar. Sos hermosa, joven,
excelente en la cama; basta un taconeo tuyo para que los hombres caigan como
moscas; basta una caída de ojos para que tengas un erecto miembro a tu
disposición…
Ya pensaremos
después en celos, cuestionamientos y pruritos; ya veremos luego cómo hacemos
para mantener esto en calma y con calentura; en secreto pero con la excitación
a full; ya podremos organizar nuevos encuentros, con prudencia y cautela; por
ahora dejame disfrutar del húmedo momento que vivimos y que en mi interior algo
parecido a la felicidad me dice que siempre, siempre, quise verte así…
FIN
joseignaciocardilla@gmail.com
AUTOR: José Ignacio Cardilla (c) 2014 - Derechos del autor